Un millón de familias refugiadas altera el día a día de los estadounidenses
Cuando la policía y los militares hayan cumplido la orden de evacuar Nueva Orleans, ésta será una ciudad fantasma como ya lo son otras poblaciones del área del golfo de México azotadas por el huracán Katrina. Sus habitantes, diseminados por el país, son refugiados medioambientales. La Agencia de Gestión de Ayuda Federal de Emergencia (FEMA) aún no los ha cuantificado, pero se estima que sean más de 1,1 millones de familias. La cifra convierte a éste en el mayor éxodo de la historia moderna de un país que, hace 70 años, conoció otros refugiados medioambientales.
Entonces se trataba de ciudadanos de Colorado, Kansas, Nebraska, Nuevo México, Tejas y Oklahoma que huían de una sequía de 11 años. Buscaban una vida mejor y acabaron en campos de refugiados. John Steinbeck, que basó Las uvas de la ira en este penoso viaje, y la fotógrafa Dorothea Lange inmortalizaron el sufrimiento de unos americanos pobres a los que se miraba con sospecha y antipatía, y fueron atendidos tarde por un Estado agobiado por la Gran Depresión.
Ahora es distinto. Washington está reaccionando tras una mala gestión inicial de la crisis. George Bush ha declarado la emergencia en varios Estados no afectados por Katrina para que llegue el apoyo federal por acoger evacuados temporalmente. El presidente, al presentar una segunda ayuda de 51.800 millones de dólares, aseguró que se reembolsará a los Estados la asistencia social a sus nuevos y temporales vecinos.
Universidades de todo el país se han ofrecido para aceptar estudiantes y apoyarles económicamente
Los refugiados llegan de cien en cien a California, Washington y Massachusetts, mientras se les espera en otros Estados. A Houston (Tejas) han llegado de mil en mil. En esta ciudad y otras se intenta reagrupar a familias y darles casa para seis meses. El alquiler correrá a cargo de la Cruz Roja y el FEMA. Los hoteles ofrecen 14 días de alojamiento y se han encargado viviendas prefabricadas. Se estima que, a corto plazo, sólo en hogar y ayuda financiera a las familias (se les está dando una tarjeta con 2.000 dólares para cubrir las necesidades básicas) el Estado gaste 23.200 millones. Asociaciones cristianas y políticas como MoveOn.org organizan a familias que acogen a refugiados.
Sólo en Texas, 19.000 niños han sido aceptados en los colegios, aunque la cifra puede llegar a 50.000. Las universidades de todo el país, incluso las de la selecta Ivy League, se han ofrecido para aceptar estudiantes y ayudarles con algunos gastos.
Washington prepara descuentos fiscales y ayudas a empresas que contraten a desplazados. Es algo en lo que se prevé problemas, ya que la experiencia de muchos trabajadores de Nueva Orleans se limita a labores de servicios mal pagadas, para las que ya hay poco empleo y mucha competencia en las zonas de acogida.
La logística del desplazamiento, que aún tiene que probarse que se despliegue eficazmente, incluye la relajación de la burocracia y los requisitos para que los evacuados puedan solicitar ayuda asistencial, médica, alimenticia y de desempleo. El Tesoro ha pedido a los bancos que no cobren comisiones a los desplazados y Hacienda prepara deducciones y exenciones fiscales. Correos ha puesto oficinas volantes y creado códigos postales temporales.
A las autoridades les preocupa el efecto en las ciudades de acogida, y no sólo por el empleo. Baton Rouge ha duplicado su población y además de los problemas de infraestructuras nadie olvida que entre los refugiados están los que convirtieron a Nueva Orleans en una de las ciudades más peligrosas del país, algo que añadirá tensiones a un éxodo que pasará una importante factura a la primera economía del mundo.