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Columna
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Preocupados con la educación

Los lectores que hayan tenido la amabilidad de leer mis artículos durante los últimos meses recordarán que una y otra vez he insistido en el desastre nacional que constituyen las enormes deficiencias que jalonan nuestro sistema educativo en todos sus niveles. Revista de Libros ha incluido en sus números 102 y 103 dos largos artículos de Julio Carabaña que este sociólogo, especializado en cuestiones educativas, ha escrito, al hilo de la reseña diez libros dedicados a ese tema, a exponer sus opiniones sobre el estado de tan crucial materia, opiniones siempre lúcidas aun cuando alguna de ellas me sea difícil compartir. En todo caso, los artículos son muy oportunos pues coinciden con la aprobación por el Consejo de Ministros del proyecto de Ley Orgánica de Educación (LOE).

No voy a entrar a analizar ese proyecto, que todavía desconozco en sus detalles, pero sus antecedentes no son muy halagüeños; quizás no se trate, como algunos le achacan, de un proyecto cuya finalidad esencial sea derogar el anterior del PP sobre idéntica cuestión, pero lo cierto es que el preceptivo informe del Consejo de Estado dejaba poco margen a la esperanza. En todo caso la situación de las enseñanza primarias y secundarias no puede ser peor si tenemos en cuenta lo que indica el último Informe Pisa, que uno de cada tres alumnos de ESO no logra el título, que el gasto público en educación ha descendido en el último decenio del 4,7% al 4,4% del PIB, que cada vez nuestras aulas acogen a un número mayor de inmigrantes, que un buena parte de los alumnos está en rebeldía permanente en las aulas y el profesorado cada vez más desmotivado.

No, hoy me voy a ocupar de una cuestión cuya relevancia se manifiesta en el campo económico; a saber, por qué en España nuestras empresas y nuestros trabajadores se encuentran tan mal dotados para aprovechar y contribuir a la innovación que se ha producido como consecuencia de la revolución tecnológica en las comunicaciones y en la información. En un informe conocido como el Informe Sapir, por el nombre de su presidente, siete expertos estudiaron por encargo de la Comisión Europea entre julio de 2002 y julio de 2003 cómo potenciar la competitividad y la cohesión de la UE y asegurar que la ampliación a 10 nuevos miembros no sería un fracaso. Su principal conclusión fue que en la actualidad las economías que más crecen son las basadas en la innovación y que para ello es imprescindible contar con una población con niveles de estudio universitarios.

El esfuerzo en Europa no es suficiente para crear el número de graduados universitarios que precisa una economía basada en la innovación

Pues bien, según sus estadísticas -cuadro 4.4, página 31- en 2000 Estados Unidos contaba con un porcentaje de población con estudios universitarios que era del 37,3%, frente al 23,8% de la UE y, concretamente, del 23,6% en España, frente al 35% de Irlanda y el 32% de Finlandia y Suecia.

Pero es más, en el país prototipo del archicapitalismo, en 1999 se dedicaba el 3% del PNB a gasto en educación frente al 1,4% en la muy social UE y lo que era más significativo, en esos dos porcentajes el gasto público en educación era superior en el otro lado del Atlántico que en este -un 1,4% por un 1,1%-. O sea, que el esfuerzo en Europa no es suficiente para crear en el futuro el número de graduados universitarios que una economía basada en la innovación precisa.

Algo muy parecido es que lo se deduce de la lectura del recuadro 1.2 -páginas 24 y 25- del último Informe Anual publicado por el Banco de España y dedicado a esclarecer las causas de las diferencias internacionales en los niveles de PIB per cápita en razón de la productividad y la utilización del factor trabajo.

Aquí, de nuevo, la comparación entre EE UU y la UE a lo largo del periodo 1991-2003 nos deja en mal lugar. Es decir, que en esos años la brecha se ha ensanchado debido al más intenso crecimiento relativo de la productividad en América mientras que la UE ha sido incapaz de 'innovar y aprovechar el potencial productivo de las nuevas tecnologías a un ritmo comparable al norteamericano'.

En cuanto a España, que ha avanzado considerablemente en la convergencia con la UE-15 en el periodo 1995-2003, nuestra productividad ha crecido menos que la del resto de Europa y aún menos que la de Estados Unidos. No hace falta mucha imaginación para hallar la explicación de tan pobre comportamiento: el progreso tecnológico creció en nuestro país un 0,6% menos por año que en la UE-15 durante todo el periodo.

¡En fin, que mientras nuestros estudiantes sigan suspendiendo sin repetir curso, el país seguirá el mismo camino de lenta decadencia económica y todos tan contentos!

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