No se puede ser banquero y donante a la vez y no estar loco
Los países del Grupo de los Ocho han decidido recientemente la anulación de unos 40.000 millones de dólares (ampliables a 55.000) que los países calificados como pobres altamente endeudados contrajeron con organismos financieros multilaterales, como el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM) y el Banco Africano de Desarrollo (BAD). Los 40.000 millones que serán perdonados representan alrededor de la cuarta parte de los 370.000 millones de dólares que los países en desarrollo deben pagar al año para cubrir los intereses y amortizaciones de su deuda.
Este acuerdo tiene, como casi todo en la vida, detractores y panegiristas. Los detractores forman dos equipos, los que lo consideran insuficiente y los que lo consideran innecesario. Los panegiristas también pueden agruparse en dos cuadrillas, los que son felices porque se hace el bien y los que lo son porque se enseña a hacer las cosas bien.
Empecemos con el primer equipo de detractores. Su posición la sintetiza Eric Toussaint, presidente del Comité para la Anulación de la Deuda del Tercer Mundo, que considera que los supuestos alivios que la reducción de la deuda pueda producir en las economías beneficiarias están mediatizados por las condiciones que deben de aceptar. Esto es, la reducción supondrá la apertura progresiva de las economías del Sur a los intereses de las trasnacionales del Norte con privatizaciones de los servicios públicos y de los recursos naturales de los países endeudados. Si esto no fuera suficientemente perverso, los detractores recuerdan que los programas de reducción de deuda se acompañan con la puesta en marcha de programas de manejo de las finanzas públicas que repercuten desfavorablemente en el nivel de vida de sus poblaciones.
El segundo grupo de detractores no entra a juzgar la anulación de deuda sino que va más allá y cuestiona la efectividad de la ayuda a países pobres. Recientemente el FMI ha publicado un papel de trabajo escrito por Raghuram G. Rajan y Arvind Subramanian -y con cuyas afirmaciones el FMI explícitamente no se ha solidarizado- en el que tras analizar el comportamiento económico de un grupo de países se concluye que la ayuda exterior tiene perniciosos efectos sobre el crecimiento y la reducción de la pobreza. En particular, la ayuda tiene efectos negativos sobre la competitividad al reducir la proporción que en el sector manufacturero representan tanto las industrias intensivas en trabajo como las dedicadas a la exportación. Esta reducción es consecuencia de la sobrevaloración de la relación real de intercambio causada por la ayuda externa. El estudio es riguroso y rico en matices.
En cuanto a los panegiristas del acuerdo, el primer grupo -el que está feliz con que se haga el bien- lo forman los propios firmantes del acuerdo y sus allegados. No hay mucho que añadir.
El segundo grupo de panegiristas es más interesante. Son los que piensan que condonar los préstamos hechos por los bancos multilaterales a Gobiernos sobre los que recaían sospechas más que fundadas sobre sus buenas intenciones es una buena lección para los bancos y para la comunidad de países ricos. Más o menos el razonamiento se basa en que los Gobiernos receptores o eran dictaduras que usaron los préstamos para armarse y someter a sus pueblos o guerrear con sus vecinos, o eran gobernantes con demasiadas cuentas abiertas en Suiza o simplemente eran Gobiernos que no podían hacer otra cosa con el dinero recibido que pagar los intereses de deudas anteriores.
Durante años el proceso de concesión de préstamos a los países más pobres se ha basado en la falacia de no admitir que el dinero no tenía otra finalidad que la de pagar intereses de deudas incobrables y maquillar los estados financieros de las entidades acreedoras. Los bancos multilaterales han incrementado año tras año su exposición al riesgo con la esperanza de que la ocurrencia de conciertos musicales para acabar con la pobreza y de eventos como el escenificado por el G-8 mejorara la calidad de sus balances.
Prestar dinero así no es profesional y el banco que así actúa es tan responsable como su deudor del mal fin de la operación. El que el banco tenga que dar de baja de su balance, aunque sea de manera simbólica, el dinero mal prestado, es una lección para su buen Gobierno futuro.
La lección quizá pueda ser aprovechable por alguien más. Prestar dinero así, en el entendimiento de que antes o después alguien hará algo para aliviar la deuda, puede generalizar una cultura de dependencia en los países pobres. No parece la mejor manera para favorecer el desarrollo y la autoestima de los países pobres. Las donaciones deben ser donaciones y los préstamos, préstamos.