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Columna
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La Europa de los fondos importa

La reciente cumbre europea constató, a propósito del proyecto de Constitución, las enormes diferencias que separan a los ciudadanos de sus dirigentes y, de otro, que las supuestas amistades desaparecen a la hora de discutir aprobar quién paga y quién se beneficia de los fondos comunitarios. En ambas cuestiones, me temo, la posición española es débil. Primero, porque en un alarde inútil hemos querido ser los primeros en aprobar en referéndum un texto que ha pasado a los archivos y, segundo, porque no parece que contemos con dirigentes capaces de asegurar un acuerdo satisfactorio en el reparto de los fondos presupuestarios para el periodo 2007-2013. A esta cuestión dedicaré las siguientes líneas, utilizando profusamente el documentado estudio que José I. Torreblanca ha publicado, con el título ¿Adiós a los fondos? y que está disponible en la página web del Real Instituto Elcano.

Como es de sobra conocido, en Bruselas se enfrentaban dos posiciones; la de los países contribuyentes netos, deseosos de reducir su contribución a las arcas comunitarias, y la del Reino Unido, que defendía cualquier cambio en el llamado cheque británico si no se revisaban los fondos destinados a la política agrícola, cuyo principal beneficiario es Francia. En esta batalla el objetivo específico que España perseguía era aminorar el ritmo del tránsito de una situación de beneficiario neto a otra de contribuyente, debida en una buena parte a los efectos de una ampliación que nos perjudica en todos los sentidos. Dicho en román paladino, se trata de evitar en la medida de lo posible un acuerdo que supondría recibir en el periodo 2007-2013 unos 23.400 millones de menos que en 2000-2006. Tan evidente perjuicio es debido en parte al efecto estadístico de la ampliación a 25, que ha elevado nuestra renta media de 2003 del 87% respecto a la UE de 15 miembros, al 95% en la de 25, a lo cual se une el incremento en nuestra contribución al presupuesto que, según estimaciones oficiales, pasaría de 9.817 millones de euros en 2005 a casi 16.000 millones en 2013.

Como bien señala Torreblanca, España ha obtenido una ayuda que le ha permitido en menos de 20 años convertirse en un país moderno. Los algo más de 93.000 millones que, a precios de 1994, ha recibido nuestro país de las arcas europeas nos han permitido pasar de renta por cabeza del 72% de la media europea al 97,6% en 2004. Ahora bien, la última ampliación de la UE ha originado un efecto estadístico que se traduce en que nada menos que unos 8 puntos de esos 25 puntos de mejora sean un espejismo numérico. O dicho de otro modo, España sigue estando lejos de la media europea si tenemos en cuenta algunos indicadores mencionados en el citado artículo -productividad, resultados educativos de los jóvenes, gastos en I+D, tasa de paro femenino-. En consecuencia, una desaparición brusca de los fondos europeos detendría la actual convergencia económica con Europa y supondría una perdida cifrada entre el 0,5% y el 0,9% de nuestro PIB. Pero el problema reside no tanto en los costes económicos de la ampliación sino en que las propuestas hasta ahora manejadas suponen que ese coste se intenta que recaiga de manera desproporcionada en España mientras que algunos contribuyentes netos, como Alemania, Reino Unido, Francia y Holanda saldrían, a pesar de sus protestas, bastante bien parados. Por mencionar un ejemplo citado por Torreblanca basado en cálculos de la Comisión: en 2003, y teniendo en cuenta las diferencias existentes de población y renta, la contribución española fue el doble de la británica.

Con una diplomacia gárrula y un autismo sonriente poco conse-guiremos en Bruselas ante dirigen-tes curtidos en la defensa de sus países

¿Cuál habría de ser la posición del Gobierno español en las futuras negociaciones? Su punto de partida debería ser convencer a sus socios de que nuestro país no debe ni puede convertirse en contribuyente neto al presupuesto sin haber alcanzado la convergencia real con la Europa de los 15 -¿por qué aceptar, por ejemplo que, gracias a un acuerdo especial, Alemania, Suecia, Holanda y Austria paguen la cuarta parte de su contribución al cheque británico?- y para ello es imprescindible que los costes de la ampliación se realicen de forma más lenta y proporcionada a la renta de cada uno de los antiguos socios. Esto exige, sencillamente, una estrategia convincente y una búsqueda de las alianzas adecuadas con otros socios. O sea, lo contrario de una diplomacia gárrula y un autismo sonriente complementado con el recurso de unas citas ingeniosas en el palacio de la Carrera de San Jerónimo, pues así es de temer que poco conseguiremos en Bruselas de unos dirigentes curtidos en la defensa a ultranza de los intereses de sus países.

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