Viraje en el sector exterior
El Banco de España acaba de dar la alarma. El déficit corriente español (los intercambios comerciales, de servicios, transferencias y rentas) alcanzó en 2004 los 39.538 millones de euros, un 90% más que el ejercicio anterior. El desequilibrio es equivalente al 4,9% del PIB, un porcentaje desconocido en los últimos 20 años. En enero de 2005 se agravó este desfase, multiplicándose por cinco los números rojos respecto al mismo mes de 2004. Estos datos vienen a acentuar la tendencia que lleva registrando el sector exterior desde hace año y medio.
Al mismo tiempo, las inversiones netas extranjeras en España han caído un 47% en 2004, por cuarto año consecutivo, en un momento en el que los ahorradores e inversores internacionales prefieren apostar por otros mercados con mayor potencial de crecimiento.
El interrogante clave es si estas cifras, a priori preocupantes, suponen un desvío de carácter coyuntural, pasajero, o en cambio hay razones estructurales, de fondo, que las justifiquen. Todos los analistas consultados señalan que existen factores temporales que explican esta tendencia, como la fortaleza del euro frente al dólar, que perjudica las exportaciones de bienes y servicios fuera de Europa, y un precio del petróleo en niveles máximos, que encarece sobremanera la energía, motor principal del crecimiento económico.
Sin embargo, los expertos coinciden en que también hay factores de fondo. La competitividad de los productos españoles lleva años resintiéndose, sectores claves como el turismo están haciendo frente a una fuerte competencia de destinos alternativos, y muchos países emergentes, entre ellos China, están inundando los mercados con productos muchos más baratos que los que ofrecen los empresarios españoles. La juguetera española Jesmar ha sido una de las últimas víctimas. Se ha visto obligada al cierre este mes por el cambio de costumbres de los niños y la fuerte competencia china.
El Gobierno ya ha avisado que se necesita un viraje en la política comercial. Se ha acabado la época de buscar la competitividad vía precios como se hacía hace décadas, aprovechando los bajos salarios en España en comparación con los de franceses, alemanes o estadounidenses. Ahora, los sueldos mínimos están en otras regiones de la Unión Europea (los países del Este, de la reciente ampliación) y más allá del Viejo Continente, en el sudeste asiático. La competitividad vía precios debe sustituirse por la búsqueda de valor añadido, de productos que se distingan por la mayor calidad en su proceso productivo.
Ello implicará, en algunas ocasiones, el abandono de actividades tradicionales, y en otras, la transformación profunda de sectores. Ejemplo de lo primero es la construcción civil de barcos, ahogada por la fuerte competencia externa (de Corea del Sur, sobre todo). En este caso, la actividad deberá reorientarse hacia procesos similares que ofrezcan una alternativa de futuro como los astilleros militares, tal y como está impulsando el Gobierno a través del nuevo grupo Navantia, que sustituye a Izar.
Pero hay otros sectores con fuerte presencia en el exterior que no deberían desaparecer, aunque sí transformarse profundamente. Una prueba es el que aglutina al mueble y la madera. La patronal Federmueble es consciente de que hace falta un nuevo modelo de empresa, que actúe de forma global, a escala planetaria. 'Necesitamos una empresa más comercial y que vaya transformándose en centros generadores de valor añadido a partir del diseño, la logística, los acabados, la distribución y el servicio, independientemente del lugar y del país donde fabriquemos', señalan en este sector.
El criterio de globalidad es el que están aplicando ya algunas empresas del textil, bienes de equipo, componentes de automoción y telecomunicaciones (Telefónica). La solución pasa por segregar las actividades poco cualificadas e intensivas en mano de obra y externalizarlas, subcontratarlas, para concentrarse en las que generan más valor añadido, en las que hay más posibilidad de ser competitivo. Sólo así se podrá seguir exportando con garantía de éxito y evitar que los países emergentes inunden el mercado nacional. Hay que recordar que España ya no cuenta con el fácil recurso de la depreciación de la divisa para recuperar la competitividad de los productos, como en décadas pasadas con la peseta. En un mundo globalizado, con una moneda compartida, sólo cabe ser más competitivos.
Desde el Ministerio de Industria se insiste, con buen criterio, en que el Gobierno apoyará con mayores incentivos la internacionalización de las empresas, la inversión en nuevas tecnologías y la diversificación de mercados pero también se avisa de que el verdadero esfuerzo lo deben realizar los empresarios.
El gasto en I+D en España (apenas el 1% del PIB) es la mitad de la media de la UE, y de esto son responsables en parte las Administraciones públicas por no canalizar adecuadamente las ayudas, pero también las empresas. Según el Instituto de Comercio Exterior (Icex), los incentivos fiscales para I+D son los más ventajosos de toda la OCDE, pero en España estos recursos son muy poco utilizados por los empresarios, que miran más para intentar ser competitivos la estructura de costes laborales.
En la misma línea, el Banco de España ha alertado sobre la 'deficiencia' de inversión en capital tecnológico y ha incidido en que también hay un déficit en capital humano, especialmente en la formación científico-técnica, privada y pública. Muchos más recursos son necesarios, por tanto.
En algunos sectores que afectan seriamente a la balanza de pagos como el turismo la solución está también en la diversificación. España no puede contentarse con seguir ofreciendo sólo un turismo de sol y playa, basado en ofertas de baja calidad. El empresario debe aportar algo más que hoteles en primera línea de costa y completar sus paquetes con otro tipo de actividades de ocio. Al tiempo, se debería potenciar el turismo cultural y el rural. En este último, turcos, griegos o marroquíes (principales competidores) no pueden llegar por carecer de la infraestructura necesaria. Sólo así dejará de resentirse la balanza de servicios, afectada ya de por sí por el mayor gasto turístico de los españoles que salen al exterior.
Hay que pasar también de un comercio basado en alimentos y servicios de baja calidad a otro donde las altas tecnologías, la atención personalizada y el diseño lleven la batuta.
La transformación es posible. En parte, ya se está llevando a cabo. La España que llora el desmantelamiento del textil, el calzado y la industria naviera también es la España capaz de vender la tecnología más avanzada del Planeta para la Marina de Estados Unidos (Indra), y de exportar su modelo conservero por toda Iberoamérica (Calvo). El futuro es de quien sepa aportar algo novedoso.
La fórmula del éxito pasa por mayor diversificación, valor añadido, inversión en I+D y formación científico-técnica