Una seria amenaza para la economía
Atendiendo a la balanza de pagos, los ingresos por exportación de bienes y servicios crecieron un 5,1%, frente al 11,9% de los pagos por importación. El déficit comercial alcanzó los 52.000 millones de euros hasta suponer el 6,5% del PIB con un incremento de 1,4 puntos porcentuales respecto al año anterior y donde ni el incremento de la factura energética o la relación real de intercambio explican dicho deterioro.
El recorte de las entradas netas por servicios y transferencias junto con el aumento de los pagos en concepto de rentas elevó el déficit por cuenta corriente al 5% del PIB, frente al 2,8% del ejercicio precedente.
Los desequilibrios actuales superan en intensidad a los que pesaban a principios de los años noventa que, como se recordará, desembocaron en una cadena de devaluaciones, suponen un importante lastre al crecimiento de nuestra economía y resultan difícilmente sostenibles.
Algunos analistas consideran que dicho deterioro obedece, básicamente, a nuestro mayor ritmo de crecimiento y que la pertenencia al euro da cabida a una financiación cómoda y en condiciones favorables. Parte de razón hay en estos argumentos pero también es cierto que el deterioro en curso refleja una pérdida de competitividad que hipoteca nuestra capacidad de crecimiento y de creación de empleo.
Desde nuestra incorporación a la moneda única hace poco más de seis años, acumulamos un diferencial de inflación de siete puntos porcentuales respecto a la media de la eurozona y hasta 12 puntos si nos referimos al deflactor del PIB o a los costes laborales por unidad de producto. La situación de nuestras empresas, tanto en el mercado exterior como interior, es cada vez menos confortable al verse obligadas a perder cuota de mercado o a comprimir sus márgenes.
Esta pérdida de competitividad ha tenido un claro reflejo en el comercio exterior ya que no sólo el avance de las importaciones supera con creces el de las exportaciones, lo que se traduce en déficit y un menor aumento del PIB, sino que el incremento de las compras al exterior dobla el de la demanda interna y que el de las ventas es inferior al del comercio mundial y de las importaciones de la eurozona.
Todo ello es indicativo de una progresiva sustitución de la producción interior por importaciones y de un retraimiento de las cuotas en el mercado exterior.
Las perspectivas distan de ser favorables. En efecto, el mayor avance de nuestros precios y costes que anticipan las previsiones apuntan hacia un deterioro adicional de la competitividad y una ampliación del déficit comercial. Además, el turismo muestra un menor dinamismo, aumentan los pagos en concepto de rentas debido al mayor volumen de activos en manos de no residentes, adquieren peso las transferencias de los inmigrantes a sus países de origen al tiempo que las entradas procedentes de la Unión Europea están llamadas a desaparecer, e incluso cambiar de signo, en un plazo no muy lejano.
El proceso de ajuste en un sistema de cambios fijos y sin recurso a una modificación del tipo de cambio es lento y costoso. La corrección del déficit y la recuperación de la competitividad requieren reducir el incremento de los precios y de los costes internos hasta situarlos por debajo del de nuestros competidores, una moderación de la demanda interna y, en definitiva, del crecimiento.
Los incrementos relativos de productividad se configuran como la alternativa más atractiva para reforzar la competitividad y mantener la remuneración de los factores de producción.
Estas consideraciones llevan, una vez más, a insistir sobre la necesidad de ampliar las reformas estructurales, abrir nuestras empresas hacia nuevos mercados en expansión, dedicar un mayor volumen de recursos a la investigación y sacar provecho de las nuevas tecnologías con el objeto de orientar la actividad hacia la producción de bienes y de servicios con mayor contenido de valor añadido.