Lecciones de la burbuja del Nasdaq
Hace exactamente cinco años el éxtasis comprador de valores tecnológicos parecía irrefrenable e interminable y el Nasdaq alcanzaba su máximo histórico. Dos o tres días antes de la cuasi volatilización del mercado tecnológico, los enfebrecidos inversores todavía creían a pie juntillas que el sistema económico había ingresado en una nueva fase histórica, caracterizada por el fin de las crisis cíclicas. La teoría de que el crecimiento de la productividad de la década había cambiado las leyes de la economía, como prometían entonces los gurús de moda, duró poco menos que una flor.
¿Qué balance se puede extraer a cinco años de aquella extraordinaria caída? La principal es que nunca nada es suficiente para evitar que las burbujas especulativas nazcan, se desarrollen y, finalmente, se pinchen y estallen. En realidad, la crisis del Nasdaq había tenido sus antecedentes menores en el lunes negro de octubre de 1987, y su réplica en el mismo mes de 1989. Mucho más atrás en el tiempo, la catástrofe de 1929, que abrió paso a la Gran Depresión, había sido precedida por caídas en Alemania, Gran Bretaña y Francia, entre 1927 y 1929. En los orígenes de la modernidad, la crisis de los tulipanes en la Holanda del siglo XVII tampoco sirvió para evitar las ulteriores.
Sin embargo, después de cada crisis se han ido acrecentando los mecanismos de control y prevención para evitar que ocurran o aliviar sus consecuencias. El apalancamiento que eleva las burbujas a niveles insospechados puede ser a lo sumo moderado, nunca evitado, pues la codicia es el motor del proceso especulativo. En una coyuntura en la que se nos advierte cada día sobre posibles burbujas inmobiliarias, en el mercado de bonos, e incluso en el mercado petrolero y de materias primas, se impone la prudencia y la moderación. Las instituciones rectoras, pero también las entidades financieras y los propios mercados, deben actuar para frenar la desmesura y hacer menos graves los efectos del pinchazo de futuras burbujas.