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Columna
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También el PEC se devalúa

La campaña contra el Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC) empezó cuando, al transgredir claramente sus preceptos el tándem franco-alemán, el ínclito señor Prodi lo tildó de 'estúpido', aunque al calificarlo así sin más ponía de manifiesto su propia estulticia y el deseo de complacer a los dos países más importantes de la Unión.

El Pacto, como camisa de fuerza para la política presupuestaria de los Estados, habría sido el chivo expiatorio causante de muchos males. Habría sido el principal responsable del escaso crecimiento de Eurolandia; habría impedido el ejercicio de la soberanía de los Estados y deslegitimado sus clases políticas. Por eso instiga el abstencionismo y el antieuropeísmo. ¿De qué sirve votar y elegir los gestores de las naciones si después éstos se declaran impotentes para estimular la economía porque tienen las manos atadas por pactos más o menos 'estúpidos'?

Una manera de poner remedio a la pérdida de soberanía en la política presupuestaria que infringía el Pacto era, primeramente, conseguir que el Ecofin, en un golpe de mano perpetrado en noviembre del 2003 por el tándem franco-alemán, congelase su aplicación. Después, y tras el veredicto salomónico del Tribunal de Justicia al recurso planteado por la Comisión, como era de esperar dada la importancia de los dos países encauzados, llevar a cabo su reforma.

Se intenta que el nuevo Pacto sea más amigo del crecimiento que el antiguo y sin ser enemigo de la estabilidad financiera. Es decir, la cuadratura del círculo

Pero como se intenta que el nuevo Pacto sea más amigo del crecimiento que el antiguo sin ser más enemigo de la estabilidad financiera, es decir, una especie de cuadratura del círculo, la reforma no va a ser fácil. Así se explica que tras más de seis meses de discusiones no se haya llegado al acuerdo entre países grandes y medianos-pequeños, pragmáticos y rigoristas.

Esta excesiva dilación quizás haya sido una de las razones que llevaron al canciller Schröder a salir a la palestra la víspera de la reunión del Ecofin preparatoria de la reunión del Consejo del 22-23 de marzo que debería haber decidido a la unanimidad sobre la reforma del Pacto. Y el canciller no ha andado por las ramas. Ha predicado una renacionalización de la política presupuestaria. Pues no de otra forma se pueden interpretar los tres criterios que Berlín pide sean aplicados antes de iniciar un procedimiento sancionador a un país cuyo déficit público supere el 3% del PIB. En primer lugar, valorar debidamente las reformas estructurales llevadas a cabo; después, tener en cuenta la coyuntura económica, y, por último que se tome en consideración el costo de la reunificación alemana y las contribuciones netas de Alemania a Europa.

Con esta actitud Alemania quiere mostrar su gran peso en Europa. Antes, Alemania era un gigante que se tenía tímidamente detrás de los demás. Pero ya no más. Se multiplican las señales de un cambio importante en su comportamiento.

Empezaron no hace mucho con su propuesta de renacionalizar la única política europea sectorial, la PAC, la política agrícola común, abortada naturalmente por Francia, el principal país beneficiario. Hubo otro indicativo cuando, utilizando el presupuesto de la Unión y como primer contribuyente neto del mismo, intenta imponer una financiación mínima (el 1% del PIB de la Comunidad) e insuficiente. Y termina, como se ha visto, dictando las nuevas tablas de la reforma del Pacto.

Esta especie de tsunami alemán podría llevarse por delante el Pacto de Estabilidad y devastar a su paso, si no se le pone freno, el código de convivencia mínima entre países basado en todas las comunidades de derecho en el principio de la igualdad frente a las leyes, del que la Unión ampliada y en plena expansión tiene una necesidad vital.

Es cierto que según ha declarado el presidente del Ecofin, Jean-Claude Juncker, se va a respetar la letra del Pacto de Estabilidad, del que 'no se va a modificar ni una coma'. Pero no lo es menos que hay un acuerdo general para dar una interpretación más flexible al espíritu del mismo, dando más importancia a una ¿vigilancia cualitativa? sin procedimientos automáticos, con una aplicación del PEC más rigurosa en periodos de auge (cosa altamente improbable) y más flexible en situaciones de atonía.

El PEC no es perfecto, y no se diga de su aplicación, pero no se le puede culpar del escaso crecimiento de la economía europea. La verdad es que el Pacto ha sido una buena excusa para los Gobiernos que no han sabido eliminar los obstáculos al crecimiento. Crear un crecimiento efímero en el corto plazo con el déficit es fácil. Lo difícil es conseguir un crecimiento duradero con verdaderas reformas que en el caso de España, por ejemplo, serán absolutamente necesarias cuando inexorablemente se apague el anómalo motor que ahora impulsa la economía, e irían desde mejorar el funcionamiento de algunos mercados -por ejemplo, el de productos alimenticios no elaborados- a menos reglamentaciones, pasando por una mayor protección del declinante ahorro. Y la dificultad estriba en que esto implica combatir poderosos intereses constituidos que aherrumbran los goznes de la economía.

Si al final el Pacto se adereza con salsa alemana, todos podrían tener crecimiento con déficit más o menos en libertad. Pero después de la euforia creada por el fin del límite del 3% el despertar podría ser amargo si la desconfianza así generada en los mercados tira de nuevo de los tipos de interés hacia arriba.

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