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Columna
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Alemania, luces y sombras

Carlos Sebastián

La economía alemana cerró el año pasado con un débil crecimiento del 1,0%, mejor que los dos ejercicios anteriores en los que la variación de su PIB fue, respectivamente, del -0,1% y del 0,1%. Pese a la depreciación del euro, prácticamente todo el crecimiento lo aportó el sector exterior porque tanto el consumo como la formación bruta de capital volvieron a caer respecto al año anterior. El total de la demanda interna no lo hizo por un inusual aumento de las existencias, especialmente en el tercer trimestre del año. Hay que decir, además, que la evolución del PIB ha sido peor en el segundo semestre que en el primero.

Mientras que las economías europeas que han tenido un mejor comportamiento, como la española y la francesa, han sufrido una contribución fuertemente negativa de su sector exterior y han experimentado un crecimiento apreciable de su demanda interna, en la economía alemana ha sucedido lo contrario. La extrema debilidad de la demanda interna alemana, que ya se prolonga varios años, está suponiendo un auténtico lastre para la recuperación de la economía de la zona euro. Han seguido cayendo, como lo han hecho en los dos años anteriores, el consumo de las familias, la inversión en construcción y la inversión en equipo. Pero ésta última lo ha hecho a menor ritmo que en años anteriores mientras que la inversión en otros elementos de capital (software fundamentalmente) ha seguido creciendo. Con ello la inversión empresarial ha dado señales de recuperación que probablemente se confirmarán en el presente ejercicio. Es por tanto, el gasto de las familias en consumo y en inversión residencial el que continúa deprimido.

La situación en el mercado de trabajo es, al menos parcialmente, responsable de la debilidad del gasto de las familias. Un elevado nivel de la tasa de paro, que no ha dejado de crecer desde 2001 y que cerró el año en 10,8% (mayor que en España), y la moderación salarial no sólo están suponiendo una desfavorable evolución de las rentas salariales, sino que están elevando la tasa de ahorro. Las incertidumbres sobre el futuro de esas mismas rentas salariales, por el crecimiento del paro, sumadas a las que despierta la dirección e intensidad de la reforma del Estado asistencial, está propiciando un elevado ahorro de las familias (más del 11% de su renta disponible, cuando en EE UU esa relación está por debajo del 1%).

Pese a su escaso crecimiento, la economía alemana avanza en su ajuste y mejora la productividad más que las de su entorno

Pero hay elementos positivos en la evolución de la economía alemana en los últimos años. Los costes laborales unitarios están teniendo una evolución muy favorable, lo que explica el buen comportamiento de las exportaciones pese a la apreciación del euro. De hecho, en términos de los costes laborales, el tipo de cambio real en Alemania sólo se ha apreciado un 4% desde principios de 2002.

Desde la integración monetaria, los costes laborales unitarios alemanes han disminuido un 10% respecto a los de la media de la Unión (y un 18% respecto a los españoles). A ello ha contribuido que los salarios han crecido un 4% menos que en la media de la Unión y un 11% menos que en España. El resto ha sido la consecuencia de un mejor comportamiento de la productividad.

Alemania, por tanto, pese a su escaso crecimiento, está avanzando en su ajuste. Ha reducido sustancialmente el endeudamiento de sus agentes y está mejorando su productividad más que las economías de su entorno. Como consecuencia, está mejorando la rentabilidad de sus empresas. Y todo ello manteniendo un número de horas trabajadas menor que la mayoría de los países desarrollados (por cierto, la propuesta que hemos oído de ampliar la jornada laboral para aumentar la productividad me parece una simpleza similar a la de pretender aumentar el empleo reduciendo la jornada laboral).

Tiene pendiente la reforma de su sector público. La reforma de las políticas públicas no es tarea fácil. La resistencia es grande en todas partes y más aún en Alemania, donde esas políticas han contribuido a la elevada calidad de vida que la sociedad alemana ha disfrutado en los últimos 50 años. Y hay plena conciencia de ello. Creo que es posible, sin embargo, mantener una parte importante del Estado asistencial, rediseñando algunos aspectos del mismo, seguir impulsando las ganancias en productividad y lograr unas cuentas públicas más saneadas. Que Alemania consiga compatibilizar esos tres objetivos sería una contribución decisiva a la reforma de la arquitectura institucional europea.

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