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Columna
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La lucha contra el hambre

Desde la conferencia de la Organización Mundial de Comercio (OMC) de Seattle se ha ido advirtiendo un peligroso deslizamiento del proceso de liberalización comercial internacional, desde la negociación rigurosa de cuestiones socioeconómicas relevantes, hacia el circo mediático con matices a veces demagógicos. Según avance el calendario y nos aproximemos a la conferencia de diciembre en Hong Kong, hay que ir temiendo lo peor.

La reciente reunión de Davos ha sido un anuncio de la artillería pesada que va a ser utilizada contra la Política Agraria de la UE (PAC), a lo largo de este año. No es la primera vez que se utiliza a personajes de amplio impacto mediático para influir sobre la opinión pública, en este caso, sobre la noble tarea de la lucha contra el hambre en el mundo. La buena intención de Sharon Stone, Angeline Jolie, el cantante Bono y Richard Gere, no se han visto acompañadas por análisis económicos más que triviales, una vez más, donde ha vuelto a presentarse la PAC como una de las principales causas del hambre. Ello supone evidentemente un condicionamiento importante para los negociadores comunitarios en la Ronda Doha, en cuanto esta campaña mediática influye en los ciudadanos europeos con argumentos muy discutibles.

El tema es delicado ya que, ciertamente, la PAC tiene aspectos criticables y que deben ser modificados. Para eso están las negociaciones de la Ronda de Doha. Pero el modelo agrario europeo no es el primer, ni principal, responsable del hambre en el mundo. Precisamente debido a que la lucha contra el hambre es una cuestión demasiado seria como para frivolizarla, no debe aceptarse la demagogia de comparar la 'renta de las vacas europeas', al parecer dos euros por vaca, con la de la población hambrienta. Como todo el mundo sabe, no son las vacas las que ingresan ese dinero. En la UE, no tenemos vacas sagradas, nos las comemos.

En la Unión Europea no tenemos vacas sagradas, nos las comemos

El hambre puede superarse con desarrollo económico y social, es decir, con crecimiento, redistribución de rentas, un mercado interior solvente, una moneda estable y convertible, una legislación laboral digna de los tiempos actuales, sistemas educativos, sanitarios, gasto público en infraestructuras… y muchas cosas más.

La culpa del hambre no la tienen los productores canarios de plátano, ni los cultivadores de algodón del Valle del Guadalquivir, ni los remolacheros del Duero, ni los productores de tabaco de Extremadura, ni las vacas gallegas. El hambre es la consecuencia del desorden económico internacional y, especialmente, de carencias institucionales y estructurales que provocan la desigualdad y el abandono en el que vive hoy día una parte muy importante de la población en este planeta.

El algodón no quita el hambre y una agricultura diseñada para la exportación, tampoco. Sirve para ganar dinero, como saben bien los sectores que controlan el mundo del café y del cacao, de la banana y del petróleo. Pero, ¿quién gana el dinero?, ¿en qué se lo gasta? ¿dónde invierte sus beneficios? Para luchar contra el hambre, es urgente hacerse estas preguntas y contestarlas en base a la experiencia histórica y no al voluntarismo.

Los europeos no tenemos precisamente las manos limpias. Es obvio que buscamos la liberalización comercial multilateral para seguir ganando dinero. No es legítimo culpabilizar del hambre a las vacas, ni siquiera a los ganaderos europeos.

Como todos sabemos, el crecimiento económico depende de muy pocas variables: ahorro y acumulación de capital, tamaño de la población, formación de capital humano, tecnología… y se transforma en desarrollo por la existencia de una sociedad bien organizada institucionalmente.

En ese contexto es en el que el comercio exterior puede fructificar. Por el contrario, un modelo bananero de crecimiento es aquel que vuelca todos los recursos en la agricultura de exportación y se olvida de planificar el desarrollo de una agricultura de abastecimiento de su población. Son modelos desequilibrados regional, social y económicamente. Sin duda se gana mucho dinero, se es muy productivo con salarios de miseria, sin legislación laboral, sin impuestos y, a veces, en la frontera de la esclavitud.

El modelo socioeconómico europeo, apoyado en la sociedad del bienestar y el desarrollo sostenible, corre serios riesgos frente al binomio deslocalización-liberalización comercial internacional, dinámica que nunca se ha orientado hacia los países que sufren en mayor medida el hambre, más bien hacia donde pudieran hacerse grandes negocios. Sin duda mejores negocios que el de las vacas.

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