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Columna
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Carta a los Reyes Magos, la política

El autor plantea una serie de dudas con respecto a la política seguida en España tanto por el Gobierno como por el principal partido de la oposición. A la vez que subraya su temor a los nacionalismos, solicita sabiduría, generosidad y tolerancia para los dirigentes del país

Majestades: puesto que más que magos sois sabios conocéis bien que nunca he creído en la tesis marxista según la cual la economía es el elemento decisivo del cambio político, más bien he pensado -y pienso- lo contrario. Acepto, no obstante, que en nuestros días el margen de actuación de la mayoría de las naciones es escaso y que frecuentemente no pueden llevar a cabo sus designios políticos sin correr el riesgo de fuertes correctivos financieros que afecten a sus monedas, sus sistemas bancarios y bursátiles , sus balanzas de pagos y, en definitiva, el nivel de vida de sus ciudadanos. Me dirijo por tanto a vosotros, para mostraros mis preocupaciones respecto a la situación política en que está embarcada España y en solicitud de alguna aclaración que pudiera ser transmitida a mis gobernantes en este año que comienza coincidiendo con vuestra habitual visita.

Como sabéis, desde la primavera tenemos un nuevo Gobierno cuyo propósito confesado es cambiar de arriba a bajo gran parte de las creencias y las instituciones en que este país se ha basado desde, aproximadamente, la aprobación de la Constitución. Parece guiarle, comenzando por su presidente, el señor ZP, el noble empeño de crear unos hombres y mujeres liberados de prejuicios y ligaduras del pasado, que convivan amablemente en naciones, comunidades nacionales, autonomías, regiones y no se sabe qué más adscripciones territoriales, gozando de unos derechos nuevos financiados por un maná milagroso -pues nadie va a tener menos que antes y todos más en el futuro-. Como parece que esos fondos no vendrán ya de Europa, la unión que con los vecinos continentales tendremos será más 'ilusionante' que otra cosa y para ello nos disponemos obedientemente a votar un documento llamado Constitución Europa que casi nadie ha leído, mucho menos comprendido y no se sabe bien para qué sirve.

El nuevo jefe de la oposición sigue rodeado de personas que buena parte de los españoles asocia con desgracias o ineptitudes de las que desea olvidarse a toda costa

Por otro lado, conocéis, Majestades, que este año celebraremos el V centenario de la publicación de la Primera parte del Quijote , y quizás por ello estamos prestos a montarnos en un flamígero Clavileño y recomponer el orden mundial, trocando, si es preciso, nuestra relación con democracias tan antiguas como EE UU o Inglaterra por la de totalitarismos nacionalistas como Cuba o Venezuela.

En resumen, que siguiendo una vieja y sospechosa tradición arbitrista, el actual Gobierno pretende reformar el Estado de arriba abajo y, lo que es peor, no parece haber contratado póliza alguna de seguro para paliar las consecuencias de un posible fracaso. No soy de los que sospechan que estamos ante un grupo de peneenes cuyas acciones corren el riesgo de deshacer el Estado o que afirman que a su presidente puede aplicársele lo que el gran pianista A. Rubinstein comentó del director, compositor y pianista americano L. Bernstein: 'Es el mejor pianista entre los directores, el mejor director entre los compositores y el mejor compositor entre los pianistas'; pero confieso, Majestades, que siento un profundo temor ante el futuro.

Puede ser que otra de las causas de mi preocupación resida en lo que en nuestras democracias se suele llamar la oposición. La que ahora tenemos era el Gobierno hasta las elecciones de marzo y tuvo la mala suerte de estrenar jefe al tiempo que perdía aquellas. Esto les desconcertó muchísimo y me da la impresión que no han salido de su sorpresa, quizás porque el nuevo jefe no acaba de encontrar el tono pues, a pesar que propios y no pocos extraños le conceden gozar de una excelente 'cabeza' -expresión esta muy enigmática en ocasiones-, le cuesta conectar con una clientela muy amplia que lleva tiempo interrogándose sobre sus planes y que, me temo, pudiera sentirse frustrada y comenzar a despegarse del que fuera un gran partido conservador, adoptando actitudes más montaraces precisamente por juzgarle incapaz de luchar por conservar lo que aquella considera se debe mantener en los terrenos civiles, sociales y de modelo territorial de Estado. Todo ello agravado por su incapacidad -o indecisión- para encontrar caras nuevas y seguir rodeado de personas que buena parte de los españoles asocia con desgracias o ineptitudes de las que desea olvidarse a toda costa.

Me atenazan, por último, dos grandes temores. El primero se refiere a la creciente fuerza de los llamados nacionalismos, movimientos peligrosos por diversas razones pero especialmente por su tendencia a apropiarse de lo que la historia y el esfuerzo compartido de todos ha situado en su territorio. A ello se une una segunda aprensión; a saber, la tentación suicida de mis compatriotas a olvidar las trágicas lecciones del pasado, poniendo en cuestión periódicamente los fundamentos de nuestra pacífica convivencia. Por tanto, Majestades, os ruego que en este nuevo año derraméis sobre esta vieja empresa llamada España y sus dirigentes políticos el triple don de la sabiduría, la generosidad y la tolerancia.

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