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Tribuna
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El difícil paso al euro de los nuevos socios de la UE

Los tres Estados Bálticos, los cuatro países de Europa Central -Hungría, Polonia, Eslovaquia y República Checa-, las dos islas mediterráneas de Malta y Chipre y la ex República soviética de Eslovenia que son nuevos socios han incrementado la superficie de la UE un 23 % y su población un 20 %, pero su PIB sólo ha crecido un 5%. Los nuevos miembros son considerablemente menos ricos.

Las posibles nuevas especializaciones de comercio dentro de la Unión serán probablemente muy limitadas. En primer lugar, porque cerca del 70% del comercio exterior de los 10 nuevos miembros se hace ya con la UE y, en segundo lugar, porque varios no cuentan con economías suficientemente adelantadas para diversificarse rápidamente. Malta y Chipre difícilmente pueden atraer más turistas europeos, mientras que los Estados Bálticos tienen que luchar por especializarse más allá de la agricultura. En realidad, sólo el cuarteto de países Europa Central y Eslovenia están diversificados -aunque Polonia tiene un sector agrícola excesivamente grande-. En cualquier caso, el resultado de este proceso de adaptación dependerá mucho de las valoraciones de las diferentes divisas en relación con las correspondientes paridades de poder adquisitivo.

Por otra parte, antes de optar a la moneda única, cada país tiene que establecer una tasa central de paridad con el euro y conservarla en una banda de más-menos 15 % de fluctuación durante dos años, y, al mismo tiempo cumplir con los criterios Maastricht en inflación y déficit presupuestario.

Existe el riesgo de que el calendario de incorporaciones a la moneda única, basado en criterios puramente económicos, se modifique con compromisos políticos

En este sentido Eslovenia resulta actualmente la candidata modelo, con una moneda sólo medianamente sobrevalorada, escaso déficit público, inflación a la baja y superávit comercial, que debe poder adherirse al mecanismo de tipo de cambio fluctuante rápidamente y debiera ser la primera de la clase de 2004 en adoptar el euro.

El trío de Estados bálticos cumple con todos los criterios Maastricht, pero con monedas sobrevaloradas. Normalmente, deben poder devaluarlas rápidamente y contrarrestar la correspondiente creación de inflación, durante el periodo de adaptación. Sin embargo, llevan 15 años estabilizando sus monedas sin afectar las tasas de cambio y es cuestionable que cuenten con la determinación política necesaria. Por otra parte, dado el pequeño tamaño de sus economías, parece inverosímil que los Estados miembros de la UE susciten objeciones. De hecho tanto Estonia como Lituania han establecido tasas de paridad centrales para el kroon y el litas con más de un 20% de sobrevaloración. En consecuencia, ambos, acompañados probablemente de Letonia, se pueden incorporar a la eurozona en 2007 con tasas de conversión de moneda demasiado altas, lo que supondrá obstáculos adicionales para su especialización económica.

Una tasa central de cambio bajo, como hizo Grecia, resultará adecuada para Hungría, la República Checa, Eslovaquia o Chipre, cuyas monedas están sobrevaloradas y su déficit presupuestario es elevado. Esa política puede proporcionar empuje a la demanda externa y compensar la caída de la demanda doméstica ante recortes de gasto público o aumento de impuestos y aunque existe peligro de aceleración de la inflación, ésta puede ser contrarrestada mediante el control del crecimiento de la oferta monetaria, una estrategia empleada por los países asiáticos en 1998 y Brasil en 2001. Por otra parte esta opción llevaría tiempo, haciendo improbable la integración de estos países en el euro antes de 2008 o 2009.

Finalmente, Malta y, sobre todo, Polonia cuentan con monedas correctamente valoradas, pero están encasillados en déficit públicos excesivos. Al respecto Bruselas y Francfort no permitirán la integración en la eurozona con monedas depreciadas -especialmente de una economía tan grande como la de Polonia-, lo que limitará cualquier devaluación, provocando que su reequilibrio presupuestario sea prolongado. Además, en Polonia el desempleo es del 20%, lo que puede conducir a problemas sociales si se dan restricciones a la inmigración en la UE. Por lo tanto, estos países difícilmente debieran integrarse en la zona euro antes de 2010.

Aun así, las autoridades monetarias de la zona euro conceden mayor importancia al criterio de inflación que al de sobrevaloración de moneda, de manera que es probable que den antes la bienvenida a los países con baja inflación, aunque esto signifique aceptar una tasa de cambio inadecuada. Con todo esto, Bruselas además casi siempre tiene en cuenta las consideraciones políticas. Es posible, por lo tanto, que el calendario de incorporaciones al euro, basado en criterios puramente económicos, se modifique con compromisos políticos. Por ejemplo, es altamente inverosímil que Polonia, la República Checa y Hungría se integren en la eurozona en etapas diferentes, al igual que resulta realista estimar que los tres países bálticos se integrarán en grupo.

El riesgo evidente de esta política versus la realidad económica es que los nuevos miembros adopten el euro en condiciones inadecuadas. Las consecuencias de estas decisiones pueden tardar años en corregirse -si es posible corregirlas-, como ha sido el caso de la anterior Alemania Oriental y de Argentina. De hecho, la combinación de reducidas ganancias comerciales con costes de tipo de cambio de moneda incorrecto puede provocar la proliferación de problemas. En ese caso la necesidad de auxiliar a las regiones menos aventajadas puede convertirse en tema de acalorado debate en Bruselas en un futuro no muy lejano.

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