_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La economía mundial y las elecciones americanas

La economía mundial vive expuesta a tres grandes riesgos, el primero de los cuales es el crecimiento desenfrenado de China, que origina a la par amenazas medioambientales y presiona la demanda y el precio del petróleo, fuerte inflación doméstica y una moneda depreciada, concretamente frente al dólar. Es claro que una moderación de sus ritmos de crecimiento y una apreciación de su divisa tendrían efectos beneficiosos tanto para EE UU como para la UE, que hasta ahora es la que está soportando la mayor carga en la inmensa tarea de corregir el déficit comercial americano.

El precio alcanzado por el petróleo en los últimos meses es otra de las horcas caudinas que debe soportar la economía internacional. Es evidente que con una demanda en alza el cartel formado por los países de la OPEP continuará aprovechándose de la coyuntura y dejando que el precio suba, de tal manera que no cabe excluir que durante el invierno alcance niveles situados entre los 50 y los 60 dólares. Parecería necesario que los grandes consumidores -EE UU, UE, Japón y China- llegasen a un acuerdo para evitar esa posibilidad y forzar a los países productores a sentarse en la mesa de negociaciones y establecer mecanismos que estabilizaran el precio del crudo entre dos bandas de fluctuación que ambas partes respetasen escrupulosamente. Para ello se precisarían, según algunos expertos, dos conjuntos de medidas: una inmediata y espectacular como sería la puesta en el mercado de una parte apreciable de las reservas estratégicas -hoy en día algo más de 1,3 millardos de barriles- para detener la espiral alcista de precios; el segundo grupo de medidas iría desde la elevación del precio de la energía en EE UU hasta el reforzamiento de la búsqueda de nuevos yacimientos y, sobre todo, de energías alternativas.

El tercer riesgo se centra en EE UU, el país que el martes que viene elegirá a su presidente para los próximos cuatro años, y tiene varias causas y un diagnóstico indiscutible: es urgente reducir el déficit por cuenta corriente -que supera el 5% del PIB- para, simultáneamente, aliviar su endeudamiento exterior -unos 2,5 billones de dólares-. No es de extrañar por tanto que el dólar esté en posición precaria y que los inversores extranjeros sean cada día más reticentes a financiar el despilfarro americano.

Por lo tanto, y si no ocurre un milagro o se toman medidas pronto, la Reserva Federal, mal que le pese, de verá obligada a subir los tipos de interés y aun así es dudoso que ello prevenga, mas tarde o más temprano, un desplome del dólar.

Pero no acaban hay los desequilibrios de la locomotora americana, ya que su Gobierno federal está entrampado y sus cuentas han pasado de mostrar un superávit del 2% del PIB en 2002 a un déficit del 4% este año. Esos números rojos son el resultado de una política fiscal, la del presidente Bush, irresponsable por partida doble: pues no sólo ha permitido un incremento espectacular de los gastos sino que, con el pretexto de insuflar gas a una economía vacilante, ha reducido los impuestos hasta límites nunca vistos, especialmente por su intención, manifestada una y otra vez, de convertir tales reducciones en permanentes.

Lo preocupante para el resto del mundo es que, a medio plazo, los planes fiscales del actual presidente y del candidato Kerry difieren poco. En realidad el senador por Massachusetts promete recortar las ventajas fiscales concedidas por el presidente Bush no para dedicar esos ingresos a recortar el déficit sino para gastar de otra forma -concretamente en sanidad y educación-.

A todo ello se une la reducción de puestos de trabajo -desde el año 200 EE UU ha perdido 2,7 millones de empleos tan sólo en el sector industrial-. Aquí también, sea quien sea el próximo inquilino de la Casa Blanca, el resto del mundo no puede sino temer consecuencias desagradables debidas a la exacerbación del sentimiento proteccionista, que promoverá aranceles más elevados, renuncia a las negociaciones comerciales multilateral a favor de acuerdos bilaterales más o menos adecuados a los intereses americanos y lucha descarnada contra la política de las empresas de contratar la realización de tareas en países en desarrollo que cuentan con mano de obra calificada y más barata.

Se avecinan, por tanto, tiempos difíciles y mucho me temo que la economía española no se encuentre en el mejor estado de salud para resistir tantos embates. Crucemos los dedos y esperemos que la tormenta pase pronto y lo más lejos posible de nosotros.

Archivado En

_
_