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Tribuna
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Turquía y el examen a la nueva Comisión Europea

Hasta el próximo lunes, los 25 candidatos a comisario pasan su examen ante el Parlamento Europeo (PE). Pero para rechazar a un comisario en particular, el PE tendría que rechazar a toda la Comisión, lo que disminuye el riesgo de cada candidato porque implicaría crear una crisis mayor.

Siendo eso poco probable, algunas opiniones consideran que el Parlamento es un 'tigre de papel'. Sin embargo, esas comparecencias no son en absoluto una inútil formalidad. A través de ellas, el PE refuerza su papel de controlador de la Comisión Europea y recuerda a los futuros comisarios que tendrán que contar con él aunque hayan sido designados por sus Gobiernos y deban su cartera a José Manuel Durão Barroso. La Comisión Santer pudo constatar el poder del PE, que le obligó a dimitir antes de acabar su mandato.

Es lógico que los populares, que apoyaron firmemente a Barroso, tiendan a dar confianza a su equipo. La izquierda y los verdes serán más incisivos, con candidatos como el italiano Rocco Buttiglione en Justicia, Libertad y Seguridad o la holandesa Neelie Kroes en Competencia, que tuvo una agitada comparecencia debido a los posibles conflictos de intereses que plantea su candidatura, dado el gran número de consejos de administración o de vigilancia a los que pertenecía.

Pero también los populares manifiestan reticencias, como es el caso de la comisaria saliente de Medio Ambiente y futura responsable de Relaciones con el PE, la sueca Margot Wallström. O el alemán Günter Verheugen, que pasa de la Ampliación a Empresa e Industria, al que pueden reprochar que frente a Turquía sólo haya abierto la puerta que conduce hacia la adhesión.

Turquía será el otro plato fuerte de esta semana. Romano Prodi acudirá a una conferencia extraordinaria de presidentes de los grupos políticos del PE para exponer la posición de la Comisión, aunque ya sabemos que será un sí con muchos peros. El Consejo deberá decidir antes de fin de año y el PE debiera hacer saber su opinión antes.

La inmediatez de estas decisiones ha estado acompañada por el plus de dramatismo generado por la supuesta intención del Gobierno turco de penalizar el adulterio. Pero según las explicaciones del propio primer ministro de Turquía, señor Erdogan, estábamos ante una falsa alarma. Ese obstáculo ha desaparecido, porque nunca existió, o porque el Gobierno turco decidió abandonar su proyecto al comprobar que peligraba el inicio de las negociaciones. A pesar de ello, no es seguro cuál sería el resultado de un voto en el PE sobre el inicio de las negociaciones con Turquía.

Los que se oponen a su adhesión señalan que Turquía significa una demografía explosiva, una agricultura desmesurada, fronteras peligrosas, un sistema político no consolidado, una identidad cultural diferente, una cuestión nacional -la kurda- en carne viva, un potencial fundamentalista preocupante, y una relación privilegiada con EE UU.

Desde esa perspectiva, en las actuales circunstancias de falta de un proyecto político definido para la Unión, con una Constitución por ratificar, la ampliación al Este por digerir y las relaciones transatlánticas revueltas, se pueden valorar las dificultades que tendría hoy una nueva ampliación a un país de la talla y la especificidad de Turquía.

Pero estamos hablando de perspectivas, de horizontes largos y de opciones estratégicas que hay que pensar desde hoy aunque no sean para mañana. Para abordar la cuestión turca hay que ser bien conscientes de que el reto más importante que tiene planteada la Europa del futuro es su relación con el mundo islámico. Y tenemos el máximo interés en demostrarle que no trazamos nuestras fronteras según el choque de civilizaciones que algunos parecen empeñados en provocar.

Esa relación pasa por los avisperos de Irak, Afganistán y Palestina. Pero también por el partenariado euromediterráneo, al que no hemos dado demasiado contenido desde Barcelona '95, y al que estos días el PE ha impulsado con la puesta en marcha de la Asamblea Parlamentaria Euromediterránea.

Ante un problema de esta envergadura conviene sopesar cuidadosamente las razones a favor y en contra. Pero deberíamos evitar trazar la línea fronteriza desde una perspectiva religiosa. Europa no es ni debe ser un club cristiano y Turquía no debe ser rechazada porque la mayoría de su población sea musulmana.

Decisiones como esta justifican la existencia de un PE donde se abra el debate ciudadano, reflejando opiniones que no tienen por qué coincidir con las posiciones de los Gobiernos.

Aunque el PE no tenga formalmente competencias sobre la decisión de abrir las negociaciones, al final del camino, su acuerdo es imprescindible. No tendría mucho sentido que ahora permaneciera callado. Y por ello es bueno que el Parlamento haga saber su opinión y que pueda trasladarla al Consejo antes de que este decida el próximo diciembre.

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