Los vínculos que nacen en un programa de acogida
Los lazos perduran más allá del verano. Dos meses o incluso cuatro semanas pueden ser un periodo más que suficiente para crear una sólida unión entre un niño que viaja a España procedente de un país en conflicto y la familia que lo acoge durante su estancia.
Rosa y Miquel, de Barcelona, son buena prueba de ello. Durante dos meses, han realizado las mismas funciones que unos padres convencionales para una niña saharaui. Este año han logrado que El-Ouara se sintiera como un miembro más de su familia. Pero antes de El-Ouara, fue Salma quien pasó un verano con ellos. El contacto todavía persiste. 'No ha vuelto a España porque ha cumplido los 14 años y los niños saharauis que salen del campamento de refugiados tienen entre seis y doce años', explica Rosa. 'Intentamos desplazarnos para verla cada vez que hay una salida o envío de alimentos hacia el campamento de refugiados', explica. En todo caso, las llamadas o las cartas son la vía con la que intentan poner remedio a la distancia.
Al margen de la carga emotiva, la experiencia es positiva como intercambio cultural. 'Hemos podido aprender un poco de árabe', dice. Pero, sobretodo, les ha ayudado a entender y a ver de otra manera el mundo islámico.
A través de la Asociación Catalana de Amigos del Pueblo Saharaui (Acaps), de la que forman parte, realizaron los trámites de acogida. Cerca de 8.500 niños saharauis son acogidos por familias españolas cada verano. Es el colectivo más numeroso, aunque también llegan grupos procedentes de las repúblicas de la antigua Unión Soviética. Casi tan necesitados de cariño, o incluso más, está el grupo de 17 huérfanos de Ucrania que ha pasado unos días en Cataluña. El grupo de entidades catalanas de la familia (GEC) empezó hace tres años con este proyecto. Rafael Moreno, promotor de la iniciativa, explica que aunque no es un requisito indispensables para poder acoger un niño, juega a favor que la familia tenga hijos. 'Es importante que no se sientan el centro de atención, sino uno más', indica.
El educador recomienda que las familias no colmen de regalos al pequeño durante su estancia. 'Puede ser contraproducente, ya que a su vuelta se encuentran con otra realidad', advierte. Moreno también explica que la barrera del idioma es sólo aparente. 'No suele haber problemas de comunicación', asegura. Aunque para que la familia y el niño se entiendan, la ONG que tramita las acogidas debe hacer una buena selección. 'Hemos de conocer a las familias y determinar si podrán entenderse con el niño', apunta. La relación con los niños continúa pasado agosto, ya que los educadores vuelven a visitarlos al orfanato.
Por su parte, Rosa no sabe si el próximo verano contarán con El-Ouara 'Depende de lo que ella estudie, pues salir del campamento es un premio para los mejores'.
Cuatro cursos en un solo verano
Tras su paso por un hogar de acogida, los niños dejan tras de sí cientos de experiencias que si no viajaran fuera de su país de origen difícilmente vivirían. Bañarse en la playa, en la mayoría de los casos, suele ser la que más les impresiona.'El aprendizaje y las vivencias pueden equivaler a cuatro cursos de escuela', explica Rosa. No sólo logran adquirir nociones de un nuevo idioma o incluso dos si viajan a una comunidad autónoma con lengua propia, sino que también logran adaptarse al modo de vida del país.En el caso de Rosa, todo un reto fue ayudar a su 'hija saharaui' a subir unas escaleras. En ocasiones, especialmente para quienes pasan fuera de su país todo el verano, la organizaciones que tramitan la acogida organizan actividades diarias durante varias horas. Así no se desvinculan de los niños compatriotas con los que comparten el viaje.