Los auditores, la OPV de Google y los mercados
Hace dos años y medio el escándalo Enron socavó la confianza de los mercados. Primero fue Andersen, que desapareció como firma, y luego el resto de los auditores, que hemos sufrido una presión casi insoportable sobre nuestra trascendente responsabilidad para garantizar la información financiera.
Un alud de reglamentación sobre incompatibilidades, supervisiones, responsabilidades o informaciones complementarias ha caído sobre nuestra profesión, transmitiendo a la opinión pública una imagen de culpabilidad permanente. De manera que los auditores parecen ser esos profesionales que aconsejan cómo hacer el mal a sus inocentes clientes. Queda implícita su culpabilidad mientras no demuestren lo contrario.
Todo ello, cuando sólo el 1% o 2% de los informes que emiten los auditores (en España se firman más de 50.000 al año) tiene relación con el mercado de valores y unas pocas decenas de casos, en todo el mundo, han sido motivo de escándalo.
Después de haber vivido un periodo de creación de una burbuja financiera, ahora empezamos de nuevo
Pasado el tiempo, después de sufrir todo tipo de presiones los auditores nos habíamos resignado a los intensivos controles, a los mayores costos de supervisión, a un incremento en la minuciosidad de las pruebas de nuestros programas de trabajo. Todo ello sin haber percibido aún un reconocimiento explícito por parte de la sociedad respecto al esfuerzo de nuestro colectivo para dotar de fiabilidad la información de las empresas, desde que se puso en marcha la obligatoriedad de auditar las cuentas, en 1990.
De repente, puede ocurrir que observemos que los índices de medición de la cotización de los valores en las Bolsas crecen. Se empiezan a anunciar ofertas públicas de venta de acciones (OPV), que desde hace tiempo está en lista de espera. En definitiva, el mercado parece haber recuperado la confianza.
En relación con la OPV de la compañía Google, leemos la información que aparece sobre este nuevo valor que se cotizará en todos los mercados financieros del mundo: la facturación del último ejercicio fue de 961 millones de dólares; su beneficio, de 105 millones; el valor de capitalización estimado queda situado entre 20.000 y 25.000 millones. Sí, de 20.000 a 25.000 millones. Calculamos el PER (cifra por la que se ha de multiplicar el beneficio para obtener el valor de cotización) y nos aparece que estará situado entre un increíble 190 y 238.
Después de haber vivido un período de creación de una burbuja financiera, en medio de la 'exuberancia irracional de los mercados', como anunció el mismo Alan Greenspan, cuya explosión llevó a la depresión de un sinfín de pequeños inversores que depositaron su dinero confiando en la sabiduría de los gestores del mercado financiero, ahora empezamos de nuevo.
¿Qué sucederá cuando, unos pocos trimestres después de la OPV de Google, el beneficio de la compañía descienda en un 20% por la presión de sus competidores o, incluso, porque se haya descubierto que existió una práctica contable de su director financiero, que quizás el auditor no fue capaz de detectar, y la cotización de estas acciones se derrumbe hasta presentar un PER razonable de 15 o 20? Algo parecido sucedió en el caso Enron. ¿Quién será el culpable de que quien haya invertido en estas acciones pierda más del 90% de su inversión?, ¿el auditor?, ¿el pensionista inversor?
¿Cómo es posible que, con tan pocos años de diferencia y conociendo los efectos devastadores del exceso de confianza de los mercados, ni los órganos legislativos ni los reguladores tomen medidas para evitar futuros descalabros?
Realmente, debemos manifestar nuestra preocupación ante una situación que abocará a nuestra profesión a un nuevo sufrimiento. Porque, cuando de nuevo se pierda la confianza en los mercados, ¿quién va a asumir la responsabilidad?, ¿los bancos de inversión que lanzaron las OPV?, ¿los gestores de los fondos de inversión que compraron sin pensar si el valor de las acciones era razonable?, ¿los órganos reguladores de las Bolsas que supervisaron la operación?
Desde aquí nos vemos forzados a expresar nuestro deseo de que no se recupere la famosa confianza en los mercados, si el resultado debe ser el de volver a empezar.
Porque podemos estar seguros de que después del éxito de Google van a venir otros lanzamientos de empresas populares, brillantes, con fabulosas posibilidades de éxito, que alcanzarán altísimos valores. Este brillante proceso de euforia inversora en la que los compradores olvidaron toda clase de racionalidad en sus decisiones -sin tener en cuenta la más mínima lógica empresarial, ni la información que se desprende de los balances- se interrumpirá en algún momento, cuando se descubra un ajuste contable creativo propuesto por un director financiero de una empresa de éxito, cotizada en las Bolsas, basado en la permisiva legislación vigente, tratando de disimular una disminución de la rentabilidad y que ha sido aceptado por sus auditores.
La nueva e irracional confianza de los mercados caerá fulminantemente al darse cuenta de que la más importante información en que debían basar sus inversiones era la que se refleja en los informes de los auditores, y no queremos ni imaginar sobre quién volverá a caer la responsabilidad de las pérdidas por las caídas de las exuberantes cotizaciones de los valores.
Confío en que esta vez el auditor no sea, de nuevo, cabeza de turco.
Auditor y presidente del Colegio de Censores Jurados de Cuentas de Cataluña