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Columna
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Recuperación bajo sospecha

Carlos Sebastián

Las previsiones de los paneles de expertos sobre la evolución de las principales economías mundiales en 2005 se caracterizan por esperar para la mayoría de ellos un crecimiento menor (o similar en el mejor de los casos) que el que esperan que se registre en todo 2004. Algo similar ocurre con las previsiones para la economía española.

Efectivamente, en el panel de expertos de The Economist correspondiente al mes de julio, la predicción de consenso (la media) del crecimiento del PIB en 2005 es inferior a la prevista para 2004 en EE UU (un punto porcentual inferior), Reino Unido (medio punto inferior), Japón (dos puntos inferior) y Australia (una décima inferior). Es sólo ligeramente superior para la eurozona (dos décimas) y para Canadá (cuatro décimas). Para España los expertos internacionales esperan un crecimiento del 2,8% ambos años. En cuanto al panel de previsiones para la economía española que reúne la Funcas, el consenso espera que en 2004 el PIB crezca un 2,8% y la demanda interna un 3,6%, mientras que en 2005 el PIB lo haga al 3,0%, pero la demanda interna sólo un 3,4%.

Las economías tienen mucha inercia y cuando los procesos de recuperación se consolidan se registra una aceleración que lleva a que la tasa de crecimiento se eleve en los primeros ejercicios. Los expertos dudan que esto vaya a ser así esta vez. Cabría preguntarse si es que observan cierto agotamiento en la recuperación que les lleva a esperar ritmos ligeramente inferiores el próximo año o, por el contrario, perciben que las incertidumbres son tan grandes que quieren expresar, con esta reducción de la predicción puntual, el que ha aumentado el intervalo de confianza de la predicción. Es decir, que quieren expresar que es posible que el crecimiento sea, efectivamente, mayor en 2005 que en 2004, pero también lo es que el crecimiento sea sustancialmente menor, si se realizan algunos factores negativos sobre los que la incertidumbre es grande. Posiblemente se dan ambas causas. Se han producido recientemente algunos datos decepcionantes, pero los datos hasta aquí eran lo suficientemente buenos para esperar, si no se producía un shock relevante, que las principales economías pudieran mantener o elevar su ritmo de crecimiento.

Hay motivos para la cautela y está bastante justificada la actitud conservadora de los análisis macroeconómicos

Pero las incertidumbres que se ciernen sobre las economías industriales son significativas, y esto no sólo puede producir actitudes conservadoras de los responsables del gasto y de la producción, sino que también pueden llegar a generar, de realizarse los peores escenarios, una sustancial reducción del ritmo de crecimiento. La incertidumbre más preocupante, por más probable, se refiere a la evolución del precio del petróleo. No se puede descartar, por la elevación de la prima política en un contexto de preocupación creciente sobre la evolución de la oferta a medio plazo, que en 2005 se produzca un encarecimiento del precio del crudo, que aunque no llegue al precio real que alcanzó a principios de 1981 (que supondría situarse por encima de los 70 dólares por barril), se sitúe muy por encima del que ha venido registrando en los últimos años.

También es incierto cómo van a resultar afectadas las decisiones (y la solvencia) de las familias, cuyo nivel de endeudamiento en muchos países (Estados Unidos, Reino Unido, España y otros) es muy alto, ante la combinación de mayores tipos de interés y mayores precios de los combustibles. Ambos factores están interrelacionados, y no sólo porque ambos reducen la renta disponible de las familias, sino también porque una elevación de la inflación impulsada por el encarecimiento energético daría pie a mayores aumentos en los tipos.

Los mercados de activos también son fuente de preocupación, por la percepción de que pueden estar sobrevaluados (tanto los inmobiliarios como los mobiliarios), por lo que un cambio del sentimiento general de los ahorradores (un empeoramiento del escenario político internacional sería una causa) podría producir una sustancial corrección de sus precios, con consecuencias negativas sobre la solvencia de las familias.

Vemos, por tanto, que hay motivos para la cautela y que está bastante justificada la actitud conservadora de los analistas macroeconómicos. Más por el temor de que se puedan realizar algunos de los factores mencionados que porque se haya producido ya un cambio de tendencia. Aunque esas mismas incertidumbres están empezando a dejarse sentir en el comportamiento de los agentes económicos.

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