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Tribuna
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Política industrial, nuevas oportunidades

La Unión Europea debe establecer en breve los principios que han de regir los presupuestos para los próximos cinco años. Un momento adecuado, a juicio del autor, para reflexionar sobre el papel de la industria y de la competitividad en la UE

En los últimos meses se están escuchando voces preocupadas por asuntos como la desindustrialización o el traslado de puestos de trabajo hacia Asia. La industria de la UE y su competitividad figuran en lo más alto de la agenda política. Esto es saludable. La industria cuenta. Una fuerte e innovadora base industrial es esencial para la salud del conjunto de la economía.

¿Existe de verdad un proceso de desindustrialización? Los últimos análisis de la Comisión Europea concluyen que la Unión no sufre un proceso generalizado de desindustrialización, ni un declive absoluto en la producción, como tampoco la desaparición total de grandes partes de la economía. Asistimos, sin embargo, a una transformación global de la estructura de nuestras economías. Esto no es nuevo. Durante tres décadas hemos visto un constante trasvase de empleo e inversión desde la manufactura hacia el sector servicios, y desde actividades con escasa tecnología a otras más sofisticadas. Ese cambio ha redundado en una mejora de la productividad de la industria manufacturera.

No hay motivo, sin embargo, para bajar la guardia. La productividad laboral, aunque crece, lo hace de manera más lenta que en EE UU desde mediados de los noventa. La UE y sus empresas no están invirtiendo lo suficiente en I+D, y vemos que aumenta el diferencial en cuanto a especialización. Nuestra capacidad de innovar y nuestro deseo de asumir riesgos tampoco son bastante robustos. Por supuesto, este escenario no es uniforme en todos los Estados miembros y algunos sectores industriales lo están haciendo mejor que otros. Pero la ampliación de la UE no reduce, sino que aumenta estas diferencias.

Al mismo tiempo, en ciertos sectores, como el textil o el minero, la competencia internacional ha erosionado seriamente actividades tradicionales, particularmente aquellas con un uso intensivo de mano de obra y un bajo contenido en conocimientos. Una economía global significa que ya no estamos simplemente en una carrera para alcanzar a los líderes; necesitamos también vigilar a las economías emergentes que vienen rápido desde atrás.

Y en Europa, a diferencia de EE UU, que ya lo ha cosechado, todavía no hemos visto el dividendo de productividad derivado de las tecnologías informáticas de comunicación. No es una cuestión de cuánto gastamos, sino más bien de que dicha inversión vaya acompañada por un esfuerzo por propagar los conocimientos sobre esas tecnologías y por una reorganización en el modus operandi de las empresas y los Gobiernos, de manera que la tecnología haga su vida más fácil y aumente la productividad.

¿Será la ampliación un cambio para mejor? En la última década hemos visto un constante flujo de inversión hacia los 10 nuevos Estados miembros. Estos países combinan la buena formación con un gran dominio en materias técnicas. Además, las recientes inversiones en infraestructuras se combinan con menores costes y mayor flexibilidad, así como con una rápida adaptación a las nuevas tecnologías. Esto ayudará a esos países a crecer rápidamente y a obtener grandes mejoras en la productividad. No en vano, pueden incluso rebasar a largo plazo a algunos de los Estados miembros más veteranos.

A corto plazo, esto permitirá a las empresas beneficiarse de las ventajas competitivas de una Unión ampliada, en lugar de tener que trasladar la producción a Extremo Oriente. En el medio plazo, añadirá dinamismo a la economía europea, incluso si a largo plazo la competitividad de los nuevos Estados miembros no pudiera seguir basándose en sus bajos costes. Esos países también pugnan por competir en la economía del conocimiento.

Por supuesto, esto no ofrece respuestas a quienes ven marcharse a otro lugar sus puestos de trabajo. Los responsables políticos necesitarán trabajar duro para ayudar a las regiones a superar tales cambios. Cada sector debe centrarse en las áreas en las que puede aprovechar la especialización existente y dedicarse a actividades con gran especialización tecnológica.

¿Cuál debe ser la respuesta política? No debemos dedicarnos a buscar triunfadores o a anticuadas políticas intervencionistas. Más bien, debemos crear las condiciones en las cuales cada empresa tenga la oportunidad de triunfar. Eso implica propiciar un clima favorable a la actividad empresarial: competencia efectiva, más innovación y un mercado interno europeo en pleno rendimiento. La guía para lograrlo ya existe: el programa de reformas que en marzo de 2000 puso en marcha el Consejo Europeo celebrado en Lisboa.

Necesitamos seguir concentrados en la culminación de estas reformas y apoyarlas con los necesarios recursos financieros. Además, hay que cumplir tres normas de oro, como se subraya en el reciente documento estratégico Una política industria para una Unión Europea ampliada (20-IV-04):

l Garantizar que la regulación, europea o nacional, no lastra a las empresas.

l Concentrar nuestras políticas, desde el mercado interior al presupuesto comunitario para investigación, transporte o desarrollo regional, en el impulso a la competitividad de la industria.

l Junto a un planteamiento global, trabajar al mismo tiempo con sectores concretos para asegurar que la Unión está respondiendo a los desafíos que se encuentran. Esto es tan importante en áreas con alta tecnología como en otras menos sofisticadas.

Las reflexiones sobre el papel de la industria y la competitividad están llamadas a seguir produciéndose. El momento actual es especialmente adecuado para ello, porque pronto la Unión definirá los objetivos políticos para los próximos cinco años y determinará en qué medida el presupuesto comunitario secunda esas prioridades. Esto puede abrir la puerta a una dinámica competitiva.

Traducción: Bernardo de Miguel Renedo

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