Tras la industria, ¿se irán los servicios?
El término deslocalización aún no se había acuñado allá por los sesenta, pero ese fenómeno o uno parecido ya empezaba a darse. De hecho, España fue uno de los países más beneficiados por el mismo al recibir importantes inversiones del exterior que no producían en los países de origen el mismo rechazo que hoy, pues era un forma de eludir las cuotas y las importantes barreras aduaneras de aquel tiempo para aumentar las ventas.
Se estaba entonces lejos de la deslocalización actual, es decir, la producción realizada en otros países con mano de obra más barata destinada total o parcialmente al mercado interior. La ampliación de la UE de 15 a 25 ha hecho ineluctable el proceso. Los nuevos miembros harán lo imposible para seducir las multinacionales ofreciendo condiciones ideales: salarios bajos, mano de obra relativamente cualificada, tradición industrial y gran deseo de enderezar la economía que podría llevarles a renunciar a sus antiguos sistemas de protección social.
Las consecuencias para la economía española y en particular para la industria pueden ser muy importantes. España se ha industrializado fundamentalmente gracias a la inversión extranjera, de forma que hoy el empleo industrial bajo control externo posiblemente supere el 50% (y puede llegar al 100% en sectores como la automoción) frente al 6% en Alemania, el 12% en EE UU e Italia y el 28% en Francia.
Lo que en ningún caso se debe hacer es subvencionar o proteger los empleos que se puedan perder hoy
La entrada de capitales y tecnología fue muy favorable para la economía española, pero ha creado una dependencia excesiva de las empresas extranjeras que conlleva un riesgo, pues sus gestores tienen menos escrúpulos para deslocalizar que en las empresas autóctonas, aunque éstas también lo hagan, sobre todo las de bajo valor añadido como la textil, de confección y el calzado.
Hace tiempo que la industria viene perdiendo peso en la economía. Ha pasado de representar el 26,5% del PIB en 1980 al 17% en el 2003, caída bastante mayor que la de la industria francesa en el mismo periodo (del 20,5% al 14%). Es posible que algo se deba a que las empresas industriales han externalizado la gestión de gran parte de sus servicios administrativos, informáticos, etcétera, que antes aparecían en las estadísticas industriales.
En todo caso hay que evitar caer en la utopía de una sociedad posindustrial en la que las empresas de servicios reemplazarían a las industriales como éstas lo han hecho con las agrícolas. La industria es, y seguirá siendo, el vector principal de la innovación y el avance tecnológico, indispensables para la productividad y la competitividad, aparte de que muchos servicios, y de los más importantes, están relacionados con la industria.
Debe ser, pues, motivo de preocupación el hecho de que en el periodo 1996-2003 la productividad aparente en la industria (medido el empleo por la EPA) ha permanecido prácticamente estancada, a pesar de que la inversión en equipo creció en esos años casi el doble que el PIB. Esa baja productividad no favorece la competitividad ni la rentabilidad de las empresas industriales, que acabarán siendo buenas candidatas a la deslocalización.
Era de temer que muchos de los puestos de trabajo en la industria en España que se habían recibido del extranjero acabasen volviendo fuera, pero había cierta seguridad de que el empleo en los servicios estaban protegidos de la competencia exterior. Sin embargo, la lógica que se aplicó a la deslocalización en la industria -la reducción de costes a que obliga una competencia implacable- ha llevado a muchas empresas a extenderla a los servicios ahora que gran parte de la información está digitalizada, que las comunicaciones internacionales son baratas y que el nivel educativo de muchos países en desarrollo ha mejorado notablemente.
Hasta ahora este proceso es marginal en España y se limita a los servicios de bajo valor añadido, pero está llamado a crecer como en otros países. La mundialización de la tecnología de la información es inexorable y muchas empresas recurren a la deslocalización acuciadas por la competencia.
Los países receptores de este proceso se hacen más productivos, creando riqueza de la que se beneficia la economía mundial. Lo que en ningún caso se debe hacer es subvencionar o proteger los puestos de trabajo que se puedan perder hoy, pues serán sustituidos por otros con más valor añadido si se hacen las adaptaciones adecuadas. Para ello habrá que desplazar continuamente el frente tecnológico, de forma que si ya no somos competitivos con la tecnología de ayer e incluso con la de hoy, inmediatamente accesible a nuestros competidores, lo podamos ser con la tecnología de mañana mediante un esfuerzo permanente de investigación e innovación.