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Tribuna
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Los quinientos días de Lula

Cuando se han cumplido con creces los quinientos días desde que Luiz Inácio Lula da Silva recibió la banda presidencial brasileña, tras ganar las elecciones de octubre de 2002, lo primero que puede decirse es que con él se viró uma página en la historia de Brasil.

Con otras palabras, que la ansiedad que concitó un posible Gobierno de izquierdas no se tradujo en ninguna tragedia, demostrándose, al tiempo que se desmontaban algunos mitos del pasado, la madurez política del país. No hubo ninguna suspensión de pagos, no se produjo calote, y el Banco Central continuó dando seguridad a los pagos al tiempo que se mantenía el régimen de responsabilidad fiscal.

El Ejecutivo brasileño actual ha hecho bien muchas cosas:

l Realizó un ajuste fiscal en 2003 con el que mantuvo una reputación fiscal y monetaria.

l El crecimiento económico cayó el año pasado un 0,2%, pero en un macro ajuste similar al de 1999.

l Se mantuvo el superávit primario, lo que permitirá rebajar la relación deuda/PIB al 56% a finales del presente año. En marzo ese superávit fue de 3.400 millones de dólares y fue el mayor mensual desde 1991, año en que el Banco Central comenzó a contabilizar ese indicador, que muestra cuánto consigue un Gobierno para pagar intereses y controlar el crecimiento de su deuda pública.

l El ajuste fiscal libera recursos del sector público, con destino al sector privado.

Por otro lado, los fundamentales son positivos:

l Hay un saldo positivo de la balanza comercial de 24.800 millones de dólares en 2003, que se espera que alcance este año los 30.000 millones de dólares.

l Un superávit en las transacciones comerciales.

l La tasa de cambio no se deteriora y se espera que al finalizar el año está ligeramente por encima de los tres reales por dólar.

l La deuda indexada al cambio casi está liquidada.

l La inflación ha caído a una banda entre el 5% y el 6%.

¿Cuál es el problema? El principal, que no se ha logrado ganar la confianza al sector privado, al que no se ha hecho percibir que el sacrificio del 2003 era bueno para el crecimiento económico del 2004. A mediados de abril las expectativas del mercado eran que el PIB de 2004 crecería un 3,5%, repito que en 2003 cayó un 0,2%, y que en 2005 lo haría un 3,6%

En una reciente reunión, en la isla de Comandatuva, los empresarios brasileños se han quejado del aumento de la carga tributaria, del deficiente marco regulatorio para las inversiones a largo plazo, de la falta de protección del derecho de propiedad afectado por movimientos sociales y de la elevada tasa de interés (un 16,5% al finalizar 2003, aunque se espera se reduzca al 13,85% a finales de este año).

Y es que en Brasil falta contundencia reformista en campos especialmente sensibles para los empresarios:

l No hay suficiente respeto a las reglas contractuales.

l La carga tributaria es elevada y continúa aumentando el gasto. Por ejemplo, se acaban de contratar 40.000 nuevos empleados para el Gobierno federal.

l Los movimientos contra la propiedad privada siguen pujantes.

l Hay una clara falta de respeto a las agencias reguladoras. Es como cambiar las reglas del juego durante el juego.

l También hay la tentación de aplicar una política discriminatoria con las inversiones extranjeras. Por ejemplo, el BNDS había anunciado que iba a aplicar tipos de interés preferentes sólo para las empresas nacionales, aunque bien es cierto que fue una propuesta aislada de un dirigente que luego se quedó en nada.

l En el Ejecutivo, el equipo político no habla el mismo lenguaje que el equipo económico actual, que es muy eficiente, con Palocci al frente.

l Y, por último, el Estado pretende racionalizar la esfera privada, algo que no es una función pública.

Pero hay que tener confianza, la popularidad de Luiz Inácio Lula da Silva ha caído, pero está todavía por encima de la del segundo mandato de Fernando Henrique Cardoso, y tanto sacrificio tendrá su recompensa. Brasil debe ser la estrella de los países emergentes del siglo XXI.

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