El tren de la I+D
Hace pocas semanas, el ministro de Economía francés reunió a una cincuentena de expertos en el ámbito de la investigación universitaria para plantear los retos de las universidades europeas en una economía basada en el conocimiento.
Los datos aportados en el inicio de la discusión no podían ser más significativos. La economía de Estados Unidos comparada con la de la Unión Europea ofrece a sus habitantes una renta per cápita el 23% mayor. Asimismo, en los últimos 10 años, Estados Unidos creció un promedio del 3,6% contra el 2,1% de Europa. Probablemente no hay relación directa causa-efecto con la inversión en I+D, pero seguro que a través de la productividad se pueden encontrar muchas relaciones.
Lo cierto es que si se comparan otros datos relacionados con la investigación universitaria éstos son también elocuentes: el 35% de la población estadounidense posee una formación postsecundaria, mientras únicamente el 22% la posee en Europa. Cada año se gradúan 100.000 MBA (Master in Business Administration) en Estados Unidos y tan sólo 25.000 en Europa. Aún más importante, en Estados Unidos hay 936 científicos por cada 100.000 habitantes, mientras que en Europa sólo hay 860. Más todavía, la atracción de Estados Unidos es muy superior para los investigadores que la europea. Es más, el 50% de los estudiantes de doctorado de Estados Unidos son extranjeros. Más datos: la biotecnología europea invierte sólo un 6% de lo que invierte la estadounidense; el Presupuesto federal de Estados Unidos (per cápita) destinado a la investigación es tres veces más alto que el Presupuesto per cápita francés.
La investigación en la UE necesita urgentemente un revulsivo, y España es el país que más lo requiere
El problema de todo ello es que, si esto sigue así, Europa va a perder el control sobre las tecnologías críticas para el futuro. A lo que hay que añadir que cada vez introducirá con más lentitud estas nuevas tecnologías en los procesos industriales, creando un claro problema de competitividad, con las consecuencias que ello conlleva; y no sólo con Estados Unidos, sino con algunos países de Asia que llevan un camino parecido.
Son muchas las sugerencias para mejorar: ampliar los recursos económicos, concentrar la financiación a nivel europeo en aquellos ámbitos donde podemos ser todavía excelentes... Pero en la conversación entre expertos sobresalió especialmente la necesidad de aumentar la investigación universitaria y el vínculo de ésta con el mundo empresarial. No se trataba únicamente de la cantidad, sino de cómo ésta se gestiona. Se habló de la necesidad de la independencia académica, de un alto nivel de descentralización y de una gestión competitiva de los recursos, donde no se margine el sector privado ante el público y se creen condiciones para atraer talento.
No se entiende por ello que no haya mayores incentivos a las donaciones al ámbito universitario, tanto público como privado, que no se favorezca una mayor autonomía y diferenciación entre las universidades, o que no se creen canales de mayor vínculo entre las empresas y las universidades. Si miramos el caso de Estados Unidos (que, en esto, sí es referente) podemos mal diagnosticar el tema diciendo que se trata de una cuestión de cultura... Creo que una mirada al funcionamiento real de los incentivos fiscales nos puede dar mayores pistas.
Pero la realidad actual es muy distinta. En una reciente y agradable, aunque poco fructífera, conversación con un secretario de Estado, le comenté que una importante línea de investigación en Esade (La identificación de mejoras para la gestión del conocimiento y la investigación) no podía recibir ayudas empresariales que tuvieran el apoyo fiscal a I+D... Simplificando, su respuesta fue: 'Si no puedes patentar, no estás investigando (desde la perspectiva fiscal)'.
Es indudable que necesitamos un revulsivo urgentemente y España es, entre otros países de la Unión Europea, probablemente el que más lo va a necesitar.