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Tribuna
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Empresas golondrina

El autor analiza el fenómeno de la deslocalización de centros de producción industrial, como los recientemente anunciados por Philips o Samsung, que han decidido trasladar sus plantas desde España a otros países con menores costes

En nuestro mundo globalizado algunos procesos son imparables, aunque no inevitables. Uno no puede pretender alterar la senda de los elefantes, pero sí puede esquivarla. Mucha tinta y muchas más lágrimas se han vertido ya desde que las directivas de Philips y Samsung anunciaran sus decisiones de cerrar las plantas que tenían en suelo catalán y llevarlas a Francia, Polonia, Eslovaquia y China.

El fenómeno no es nuevo y responde al bonito nombre de deslocalización industrial; lo que nos lleva a hablar de su contrario, es decir, de localización, puesto que en buena lógica aristotélica, 'si algo se va, es porque antes debió venir'. Cuando llegaron, todo fueron parabienes, pues con ellas venían una disminución del paro, aumento de la renta, incremento en productividad y otras externalidades positivas.

No obstante, su llegada no fue fácil seguramente, puesto que podían localizarse en muchas partes, lo que hizo que los territorios y sus organismos 'compitieran' por ellas ofreciendo el mejor 'entorno para los negocios posible', desde subvenciones en la compra de terrenos a préstamos reembolsables del Ministerio de Ciencia y Tecnología.

Países del entorno inmediato de España, donde el trabajo es más caro, tienen un sector industrial considerable

Ahora, los mismos vientos que los trajeron se los llevan 'con un número de fábricas que cuenten con instalaciones de proceso integrado y menores costes de producción de componentes y logística', según Sang Hung Shin, presidente de Samsung Electronics Iberia.

Las últimas noticias cuando se escribe este artículo, son que la Generalitat y los sindicatos presionarán para que la empresa de Samsung reconsidere su decisión y no cierre sus puertas el 31 de marzo.

Desconozco el contexto en el que se va a llevar a cabo dicha negociación, pero la diferencia en costes laborables entre Cataluña y Eslovaquia parece insalvable, no digamos ya entre Cataluña y China.

El proceso no es nada complejo. El desarrollo tecnológico en el sector de la electrónica de consumo ha llevado a las empresas a reducir el ciclo de vida de sus productos y a un aumento de la competencia. Como fruto de esto y de la consecuente homogeneización de los productos, el precio se ha convertido en una variable esencial en la toma de decisiones y por tanto, la contención o reducción de costes (en la medida de lo posible) en la principal estrategia para la captación de cuota de mercado y única guía empresarial.

El principal objetivo de una empresa capitalista no ha variado a lo largo de los siglos; sigue siendo el de ganar dinero o, si quieren la versión académica: maximizar el beneficio. Samsung Electronics España había visto reducidas sus ganancias desde 1999 (4,6 millones de euros en 1999, 4,5 millones en 2000, 3,41 en 2001 y 2,38 en 2002). Alguien se preguntará: ¿cómo es posible que una multinacional cierre una planta cuando gana dinero? La pregunta se debería matizar, puesto que, si bien es cierto que la afirmación sería correcta en términos contables, no está tan claro que lo fuera en términos económicos.

La diferencia entre ambos conceptos es el coste de oportunidad o 'el coste correspondiente a las oportunidades que se pierden cuando no se utilizan los recursos de la empresa para el fin para el que tienen más valor'. Por tanto, una empresa es posible que tenga beneficios contablemente y pérdidas económicamente al contemplar esos costes. Desde ese punto de vista, la decisión de la empresa de trasladar su producción a otro país sería perfectamente racional. Luego, ¿ahora qué? Naturalmente como buen economista la respuesta es... depende. ¿De qué? Pues de si a corto o a largo plazo. A largo plazo, existe la opinión generalizada de que se debe cambiar la estrategia de desarrollo del país; aumentando el progreso tecnológico, fomentando la ciencia y la investigación, incrementado el desarrollo de nuevos procesos y nuevos productos, invirtiendo en capital humano... En definitiva, alejarnos de los productos de 'bajo valor añadido' y muy intensivos en la utilización de trabajo y sustituirlos por aquellos en los que tengamos ventaja comparativa respecto a los países del este de Europa y asiáticos. No obstante, ello no impedirá que se derramen algunas lágrimas más en el corto plazo.

Pero, a largo plazo, la solución ha de existir, dado que países de nuestro entorno más inmediato, donde el trabajo es más caro que en el nuestro, tienen un sector industrial considerable. Por tanto, se trata de encontrar la estrategia correcta a medio y largo plazo. Todo con tal de evitar en el futuro la triste letra del bolero: 'Nos morimos para que vengan y nos morimos cuando se van'.

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