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Tribuna
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La seducción de las regiones

La rivalidad entre las regiones de Europa es más acusada que entre sus propios países, según el autor, quien subraya que la captación de empresas es la referencia sobre la que hay que sustentar los análisis teóricos de la nueva economía internacional

Los debates sobre la configuración espacial europea adquieren nueva perspectiva bajo los innovadores ámbitos definidos por la globalización. Hasta hace poco tiempo se hablaba de ejes europeos perfectamente delimitados. Era conocida la clasificación territorial en torno a las regiones del arco alpino, atlántico, nórdico, mediterráneo, diagonal continental, entre otras. Todas estas superregiones o macrorregiones poseían ciertas características comunes, una serie de notas singulares que requerían de soluciones de conjunto.

En la actualidad, los cambios derivados de la globalización económica y financiera nos obligan a plantear variadas alternativas al analizar la nueva geografía económica europea. Dos son las cuestiones básicas al perfilar las nuevas perspectivas. De una parte, es conveniente analizar los efectos y consecuencias provenientes de la rivalidad territorial y, en segundo lugar, estudiar y proponer las oportunidades y las posibilidades derivadas de la seducción de la región.

Las lógicas de la localización y las decisiones para invertir responden a otros criterios de los utilizados hasta ahora

La rivalidad territorial regional es más acusada que la presión concurrencial de los Estados, de la misma manera que es constatable un proceso de convergencia económica a nivel de Estados y no lo es, en la misma medida e intensidad, en lo tocante a las dinámicas regionales, en las que se aprecia una notable divergencia. El reciente VI informe de la Comisión Europea sobre la situación socio-económica de las regiones europeas y el II informe sobre la cohesión así lo atestiguan de manera fehaciente.

Al situar en el primer plano la presión concurrencial globalizada, la rivalidad se reformula en términos de competitividad territorial, con lo que la diferenciación de las áreas económicas dará lugar a la creación de nuevos espacios económicos polarizados por medio de los efectos de arrastre derivados de las localizaciones de las empresas, por la movilidad de los activos específicos de las regiones, por los procesos organizativos y tecnológicos, así como por los enfoques de la jerarquización que definen las dinámicas de la integración territorial.

Por eso, los territorios y los nuevos espacios económicos deben adaptarse al tamaño y a las tasas de crecimiento de los mercados; tienen que alinearse sobre los proyectos integrados y organizados en red, y deben saber conciliar la imprescindible combinación de la cooperación pública y las apuestas de los agentes privados en el plano de sus responsabilidades.

Los nuevos territorios han de saber imprimir asimismo un nuevo concepto, el de la seducción. Es necesario seducir, desde el territorio, para captar nuevas inversiones directas extranjeras, ser capaces de desarrollar tecnologías, y es preciso impulsar las nuevas economías de saber y del conocimiento. Bajo estos principios, las nuevas áreas y los nuevos espacios geo-económicos deben ser capaces de potenciar la creación de unidades productivas y de retener a las empresas, evitando y atenuando todos cuantos efectos de amenazas, de hostilidades y volatilidades se ciernen sobre aquellas áreas fácilmente vulnerables. La capacidad de atracción de una región ante la emergencia y desarrollo de la economía global nos obliga a situarnos en una short list; esto es, en el grupo selecto y escogido de aquellas áreas territoriales y espacios económicos en los que es interesante, imprescindible, lógico y rentable estar ubicado e implantado. La captación de empresas, pues, es la referencia sobre la que hay que sustentar los análisis teóricos de la nueva economía internacional. Los últimos análisis nos mencionan el hecho de que los menores salarios y los abundantes recursos naturales y potenciales no son suficientes para el continuo proceso de implantación y ubicación en un territorio al amparo de las tesis de las ventajas comparativas y ante la presión competitiva europea.

La nueva configuración territorial europea arrastra, en consecuencia, dos nuevos procesos: concentración de la actividad en ciertas áreas (aglomeración y metropolización europea) y concentración de la producción en un número limitado de firmas (fusiones y adquisiciones de empresas). Estas dos dinámicas aceleran los procesos de desimplantación de empresas y la desvinculación de los territorios a las antiguas áreas definidas por las macrorregiones y los ejes territoriales. Las lógicas de la localización y las decisiones para invertir responden, pues, a otros criterios de los utilizados hasta la fecha. El incremento del tamaño del mercado y el aumento de los intercambios y relaciones comerciales, junto a la ampliación de la UE al este y el Mediterráneo, sitúan ciertos espacios económicos atlánticos en posición delicada, dado que existen fuerzas tendentes a acentuar su periferia.

En suma, debemos ser capaces de desechar la idea de que un territorio es un simple stock de recursos y estaremos en condiciones de afrontar el objetivo dinámico que se sustenta en cómo incrementar la valorización de nuestra riqueza y cómo desplazar la eficacia hacia las fuerzas de atracción territorial y potenciar nuestra seducción para atraer inversiones. Lo contrario sería obsolescencia prematura de capacidad y potencialidad, o, como dirían otros, el incremento de nuestra subordinación periférica a las nuevas áreas territoriales europeas, estadio y antesala anterior a la exclusión y a la nueva marginación.

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