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Columna
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Nuestro problema

El año ya pasado, malo para Europa y para la paz, fue el de la guerra de Irak. Pero también un buen año para la economía, a pesar de que, al principio, sólo hablábamos de deflación y recesión. Ahora la recuperación del crecimiento mundial parece consolidarse, aunque sea de forma incierta y heterogénea. Japón roza el 2% de crecimiento; Rusia, el 6%, y EE UU, el 4%, vuelve a crear empleo al precio de sus crecientes déficit presupuestarios y comerciales. A Eurolandia las cosas no le han ido tan bien. Alemania, Francia e Italia acaban 2003 con crecimiento nulo, paro del 10%, déficit del 4% del PIB y el Pacto de Estabilidad, llamado irónicamente de Crecimiento, incumplido e incumplible.

En este escenario, la relación entre el euro y el dólar ha jugado y jugará un papel fundamental. EE UU ha evitado lo que pudo ser una nueva crisis del 29 gracias a reducciones de impuestos, ayudas presupuestarias a sectores en dificultad y aumento del gasto militar, con el consiguiente déficit fiscal, tipos de interés cero y, last but not least, una devaluación del dólar del 40% en dos años. El euro, por su parte, celebró su quinto aniversario con récord histórico respecto al dólar, se revaluó un 22% en el año y ha seguido subiendo.

¿Hasta cuándo y con qué consecuencias? Pocos dudan ya de que se alcance un cambio del 1,3%, y el 1,5% no parece imposible. Ya se alcanzó, con respecto a las monedas que el euro ha sustituido, a finales de los setenta y los ochenta. Lo que ocurra dependerá de las dificultades de financiación del déficit corriente americano y de lo que sus autoridades políticas y monetarias, que allí actúan al unísono, decidan que les conviene. Bush sigue proclamando su preferencia por un dólar 'fuerte' con el mismo cinismo con que utilizó las armas de destrucción masiva para justificar la invasión de Irak, pero la devaluación del dólar conviene al crecimiento que necesita para ganar las elecciones.

En Europa seguimos asistiendo a la cacofonía del sistema de bancos centrales, aunque para el BCE no pasa nada todavía, mientras los efectos positivos del dinamismo de la economía mundial equilibren las dificultades de las exportaciones europeas. La novedad proviene del 'todavía', dando a entender que quizá haya que intentar corregir una política monetaria que para muchos sectores de actividad es simplemente suicida.

Pero cada cual cuenta la feria según le va y al BCE, al que sólo le pedimos que se preocupe por la inflación, la devaluación del dólar le facilita el trabajo al disminuir el precio de los productos importados, especialmente el petróleo. Pero el propio BCE reconocía en diciembre que las exportaciones europeas disminuirían el 2%. Y los ministros de Economía saben que una revalorización del 10% del euro quita un punto de crecimiento a la eurozona. Por ello empiezan a salir de la política del avestruz y a preguntarse si no habría que intervenir en el mercado de cambios como en los buenos viejos tiempos. El problema es que mucho ha cambiado desde entonces. Primero, haría falta una intervención concertada de todas las partes, y se ve mal a EE UU dispuesto a acudir en ayuda de Alemania y Francia en contra de sus necesidades. Pero además es dudoso que, aun empujando todos a la vez, sus medidas sean eficaces dada la relación de fuerzas que domina hoy los mercados. El conjunto de las reservas de los bancos centrales es de dos billones de dólares, mientras que el volumen de operaciones en el mercado de cambios es de 1,2 billones ¡diarios! La desproporción entre ese flujo y el stock con el que se debiera intentar controlarlo es evidente y ya sabemos cómo han acabado en el pasado esa clase de batallas. Pero el problema es, sobre todo, la debilidad de una hipotética alianza europeo-americana para mantener la relación euro-dólar en la banda de 0,9-1,1. Al menos a corto plazo, sobre todo después de que Bush haya tenido que renunciar a sus medidas proteccionistas al acero. El dumping monetario le es ahora más necesario para favorecer a industrias exportadoras, y a territorios, que apoyan a los republicanos.

Tampoco en eso Europa estaría unida, porque la pérdida de competitividad que resulta de un euro al fin fuerte afecta de forma diferente a los países. Por ello, hoy es más cierta que nunca aquella boutade americana, acuñada en alguna negociación internacional: 'El dólar es nuestra moneda, pero es su problema'. Para tratar de resolverlo Europa debería intentar existir políticamente. Justo lo contrario de lo que ocurrió en Bruselas.

Diputado por Barcelona (PSC-PSOE) y presidente de la Comisión Mixta Congreso Senado para la UE

Hoy es más cierta que nunca aquella 'boutade' de EE UU: 'El dólar es nuestra moneda, pero es su problema'

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