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Columna
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¿Próspero 2004?

Carlos Sebastián

A las puertas de concluir el año 2003, el autor hace balance de la situación que se avecina para el nuevo año. La inestabilidad política internacional, la salida de la recesión y la evolución del dólar serán los corolarios para un año de recuperación con mucha cautela

Próspero 2004! Esta expresión, que tantas veces repetimos estos días como manifestación de un deseo, ¿tiene validez como pronóstico referido a la coyuntura económica?

La respuesta es afirmativa. Pero con dudas. Siempre las hay. Al fin y al cabo, toda previsión es la media de una distribución de probabilidad con una cierta dispersión. Pero esta vez las dudas parecen mayores.

Una caída bursátil o una reducción de los precios inmobiliarios pueden combinarse peligrosamente con tipos de interés más altos

Es muy probable que en 2004 la economía estadounidense mantenga un vigoroso crecimiento, que puede rondar el 4%, y la economía europea confirme su salida del estado recesivo en el que ha estado, pues todo parece indicar que ha tocado fondo a mitad de 2003 y en el ejercicio que empieza su ritmo de actividad va a mejorar. La economía japonesa ha tenido un buen segundo semestre del año que termina y parece que va a mantener un buen ritmo en el año que empieza. También hay indicios favorables en las mayores economías de América Latina. Todo ello va a suponer un aumento considerable del comercio internacional, con efectos multiplicadores sobre la actividad de muchas economías. La economía española será una de las que se beneficiarán de ello y registrará un crecimiento mayor que en 2003, gracias, sobre todo, a una mejor evolución de su saldo exterior.

¿Cuáles son las incertidumbres? Una primera, en el orden político internacional. Se están cumpliendo las previsiones más pesimistas, y la situación en Irak está en vías de chechenizarse, lo que, además de suponer un fracaso de la intervención militar, constituye una fuente de riesgo permanente, por la inestabilidad de la zona geográfica en la que se encuentra Irak, por su importancia estratégica y por la exacerbación de los sentimientos antioccidentales que la situación provoca. Esto último tiene una consecuencia especialmente grave para la incertidumbre: la posibilidad de ataques terroristas. El riesgo de los mismos hace a los empresarios más cautos y la materialización del riesgo tendría efectos negativos sobre todos los agentes. A largo plazo, las consecuencias pueden ser más graves si los líderes políticos persisten en recortar libertades (y atentar contra los valores democráticos) a cambio de una (supuesta) mayor seguridad.

El segundo tipo de incertidumbre es consecuencia de la forma en la que se ha salido de la recesión (o desaceleración). No se ha producido un saneamiento generalizado de los excesos del auge vivido anteriormente. Especialmente no en Estados Unidos. Tampoco, por cierto, en España. Las familias estadounidenses apenas han aprovechado la inyección de renta disponible propiciada por los recortes fiscales para diminuir su endeudamiento y, apoyadas en tipos de interés negativos, han mantenido durante toda la crisis una cuota de consumo relativamente alta. Se dirá que gracias a eso la recesión ha sido suave. De acuerdo. Pero su nivel de endeudamiento ha aumentado y su exposición a futuras subidas de los tipos de interés se ha agravado. Y éstos van a elevarse en la recuperación. Más aún por la enorme apelación a los mercados de capitales de los Gobiernos de las principales economías y, quizá también, por la debilidad del dólar. Si las elevaciones son paulatinas, y van acompañadas de aumentos en el nivel de empleo y de mejoras en la riqueza financiera de las familias, no tendrán consecuencias apreciables. Por eso una caída bursátil (por una crisis de seguridad internacional) o la reducción de los precios inmobiliarios (en España) pueden combinarse peligrosamente con mayores tipos de interés. Una combinación que puede no sólo afectar a la solvencia de las familias, sino conducir a un aumento de la morosidad bancaria, lo que afectaría a los flujos de crédito.

La tercera incertidumbre es un corolario de lo anterior. El crecimiento del déficit público y el escaso ahorro doméstico han conducido a un enorme déficit por cuenta corriente en Estados Unidos. El dólar se ha depreciado sensiblemente y puede seguir haciéndolo. ¿Hasta cuándo los mantenedores de activos nominados en dólares van a aceptar esta situación sin exigir tipos de interés sustancialmente más altos? Esta posibilidad nos remite al riesgo anterior. Por otra parte, la incertidumbre sobre la evolución del dólar (el peligro de su desplome) constituye por sí misma una fuente de inestabilidad.

Después de un largo periodo de dudas sobre la evolución de las grandes economías, éstas se encuentran en una senda de recuperación (franca en Estados Unidos y esperanzadoras en Europa y en Japón) y presentan mucho mejores perspectivas para este nuevo año. Pero, sin embargo, la sensación de crisis no ha desaparecido aún por completo. Parecen existir motivos para ello.

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