El voto y la ilusión perdida
La sociología electoral se viene ocupando de las motivaciones del electorado para decidir su voto y, en este sentido, resulta muy revelador el reciente artículo de José María Maravall, Las estrategias de supervivencia política, publicado en el último número de Claves de Razón Práctica, que es un resumen del primer capítulo de su libro El control de los políticos (Taurus, 2003).
En el trabajo de Maravall, centrado en la larga etapa de Gobierno socialista, además de analizarse el peso que tuvo la ideología como elemento fundamental del voto, se hace hincapié en cómo pudo influir en el electorado el nivel de eficacia de la gestión de los distintos Gobiernos del PSOE, y su grado de cumplimiento de promesas electorales, algunas abandonadas, como la de no entrar en la OTAN, y otras que no se llegaron a alcanzar, como la creación de 800.000 puestos de trabajo en el periodo 1982-1985.
Como testimonio objetivo de los resultados de la gestión socialista, Maravall recupera datos estadísticos de carácter económico, como la evolución del PIB y del empleo, y repasa encuestas de opinión que reflejaron la percepción subjetiva que los ciudadanos tenían de cómo habían evolucionado algunos de los asuntos que más suelen preocupar a la opinión pública, como el empleo, la sanidad y la enseñanza.
Además de ello, en el trabajo se comentan los resultados de diversos estudios electorales que dejaron constancia del funcionamiento del voto y de algo tan importante para que el PSOE pudiera mantener el poder como el grado en que sus votantes aceptaban, aunque no llegaran a compartir, unas políticas impopulares que venían a justificarse por su carácter inevitable, dada la necesidad de controlar la inflación, disciplinar el sistema fiscal y reconvertir la industria.
Las conclusiones de este trabajo resultan poco alentadoras para productores y analistas de información estadística porque, entre otras cosas, ponen en evidencia que los testimonios estadísticos como prueba del éxito o fracaso del partido en el poder, no parecen tener el valor electoral que cabría asignarles y los ciudadanos, lejos de premiar o castigar según el resultado objetivo de dicha gestión, se mueven más en función de su simpatía ideológica y, lo que es peor, por su antipatía hacia los partidos opositores.
Sabido esto por los responsables políticos, no es de extrañar que sigan la estrategia de cargar las culpas de las dificultades presentes sobre los contrarios, sobre todo si les precedieron en el ejercicio del poder. Además, resulta de lo más rentable en términos electorales presentar a la oposición como una alternativa que puede arruinar las grandes metas que cada uno conseguiría si el electorado depositara en él la confianza.
Con esta estrategia, que ya se empieza a apreciar en la precampaña que tan prematuramente parece haberse iniciado, perdemos todos, puesto que cuanto sabemos sobre los problemas existentes no servirá para plantear políticas racionales para su solución. Las lecturas de datos seguirán siendo simplistas e irreconciliables, como ha podido apreciarse con las diferentes interpretaciones del reciente informe del Consejo del Poder Judicial y, como consecuencia, será imposible que los ciudadanos puedan gozar de una visión global de la situación socioeconómica y del futuro previsible en función de las políticas que pudieran seguir aquellos a quienes se confíe el poder, por otro lado cada vez más pragmáticas, resignadas y, para colmo, parecidas.
La evidencia de que cuanto ha ocurrido en el pasado carece de importancia en la decisión de los electores implica algo tan peligroso como que los políticos sepan que no van a perder el poder aunque su gestión sea desastrosa y actúen en contra de una mayoría de la opinión pública. En uno de los estudios poselectorales citados por Maravall, realizado por el CIS en marzo de 1986, se descubrió que los antimilitaristas votantes de PSOE proporcionaron el 67% de los votos afirmativos del referéndum de la OTAN, mientras que, por ejemplo, los votantes del PP, que ahora tanto valoran la Alianza Atlántica, sólo aportaron el 7% de dichos votos afirmativos.
Con estas perspectivas será lógico que se pida el voto, pero sería demasiado pedir un voto ilusionado.