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Tribuna
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El humor de los mercados monetarios

José Luis Martínez Campuzano examina la actual inestabilidad en los mercados cambiarios por la debilidad del dólar. El autor considera que la situación presenta un panorama confuso que inevitablemente lleva a excesos

Soy de los que piensan que los mercados siempre tienen razón, con base en la información de cada momento. La actualización de esta última es lo que lleva a los inversores a reaccionar. Más aún: si la información varía con demasiada frecuencia o el escenario es confuso, la actuación de los inversores lleva inevitablemente a excesos.

La crisis del Sistema Monetario Europeo (SME) de 1992-1993 tuvo su origen real en la reunificación alemana de 1989, que llevó a una fuerte subida de los tipos oficiales por el Bundesbank. Esto, más la mejora en las expectativas de crecimiento para la Alemania unificada -visto en este momento parece irreal-, condujo a una fuerte apreciación del marco frente a la mayoría de las monedas que formaban parte del ancla europea. En el caso de la peseta, todos sospechábamos que estaba sobrevalorada desde su entrada unos años atrás, como mostraba el continuo deterioro de las cuentas exteriores. Pero el ajuste fue dramático y relativamente rápido una vez que el Buba comenzó a subir sus tipos.

Otras crisis que hemos vivido los últimos años, como la rusa, la argentina y la bursátil, han tenido un razonamiento claro detrás. Pero la respuesta del mercado no ha sido paulatina, sino más bien violenta, en general dentro de un contexto de incertidumbre hacia el futuro.

Es una anomalía histórica que el único país que puede liderar la recuperación mundial tenga una moneda cada vez más débil

Lo dicho viene a cuento de la evolución de los mercados, de los diferentes mercados, en los últimos meses. Hemos visto una fuerte revalorización de las Bolsas ante un rápido cambio de expectativas económicas hacia el futuro. En la subida nos ha preocupado bien poco la valoración del propio mercado, que ya en los niveles mínimos del año algunos analistas calificaban como caro. La evolución de los mercados de divisas no ha sido menos llamativa, con el dólar perdiendo valor (nada menos que un 12% en términos efectivos reales en un año) mientras mejoraba la percepción de los inversores hacia la recuperación económica de EE UU. Sin duda es una anomalía histórica que el único país que puede liderar la recuperación mundial en los próximos dos años tenga una moneda cada vez más débil.

Por último, la inestabilidad en los mercados de deuda es el mejor reflejo de la aversión al riesgo de los inversores. Pero de diferente riesgo: del temor a la desaceleración y deflación, que llevó los tipos de interés de la deuda pública a largo plazo hasta mínimos históricos, con su subida en los últimos meses ante el temor a futuros incrementos de los tipos oficiales, trasvase de dinero hacia la renta fija y aumento en oferta de papel tanto a nivel público -mayor déficit- como privado -financiación de las inversiones-.

Hemos pasado de una crisis de confianza de los agentes económicos en los últimos tres años, a una mejora de las expectativas hacia el futuro. Un optimismo que pasa factura a los mercados, corrigiendo los excesos anteriores. O llevando a nuevos excesos. Porque la incertidumbre actual entre los agentes sigue siendo demasiado elevada. Hace unos días un consejero del BCE reiteraba sus dudas sobre el punto concreto del ciclo en que se encuentra la economía europea. Pedro Solbes anunciaba en la cumbre del FMI que no espera que el crecimiento en la zona euro el próximo año supere el 2%. Varios miembros de la Reserva Federal han reiterado su optimismo hacia el futuro, pero subordinándolo a la evolución de la inversión empresarial. Incluso el optimismo generalizado sobre la recuperación económica en Japón choca con las previsiones de menor crecimiento para el próximo año de su propio Gobierno. Además tenemos que tener en cuenta el potencial impacto negativo de la inestabilidad de los mercados en las cifras de crecimiento. Y es que los mercados reaccionan con violencia a un escenario que cambia, con el riesgo de que esta reacción lleve a nuevos cambios en el escenario de partida.

La reunión anual del FMI y la reciente cumbre del G-7 certifican el cambio en el ciclo económico mundial. De forma paralela, la petición de mayor flexibilidad en los mercados de divisas ha conducido a una nueva caída del dólar en los mercados de cambios.

Una mala noticia para Japón o la zona euro, que confiaban en que la recuperación económica en EE UU sirviera de detonante para su propia recuperación.

Pero también puede serlo para la propia economía norteamericana, si las presiones -políticas, el año próximo habrá elecciones presidenciales- para lograr un dólar más bajo pasan factura a los mercados de capitales con una mayor inestabilidad y tipos de interés más altos.

Esto último es el verdadero punto débil de la recuperación económica en EE UU. Es cierto que el déficit exterior de la economía norteamericana es preocupante, aunque su solución pasa por un mayor crecimiento a nivel internacional y moderada corrección en paralelo del dólar. Un desplome ahora del dólar o incluso la amenaza de que esto ocurra no beneficia a nadie. O mejor dicho: nos perjudica a todos. Y ya sabemos con qué rapidez pueden reaccionar los inversores ante un cambio de expectativas.

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