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Columna
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Sueldos de escándalo

Desde mediados de los ochenta se comenzó a producir en EE UU el conocido proceso de divergencia salarial. Los salarios de los directivos y ejecutivos de las empresas crecían con mucha más rapidez que los de los asalariados normales, por no decir del de los obreros sin trabajo cualificado. La diferencia existente entre salarios altos y bajos se multiplicó durante estos años.

Si estableciéramos en cualquier gran compañía el número de salarios medios que cobran sus altos cargos, comprobaríamos que esta relación se ha ido acrecentando en el tiempo, llegando en algunos casos a ratios realmente escandalosas.

Mientras las cotizaciones bursátiles marcharon viento en popa y las cuentas de resultados destacaron por la altura de las cifras azules, a casi nadie pareció importar esa creciente desigualdad de rentas. Se entendía que había que compensar la capacidad para crear valor de los altos ejecutivos, mientras que se consideraba fácilmente reemplazable la mano de obra directa. La llamada inmersión en la sociedad del conocimiento incrementó aún más esta tendencia a la divergencia salarial, que generaba bolsas de riqueza en su extremo superior, frente a la resignada supervivencia de la inferior.

Pero con los escándalos financieros que afloraron tras la crisis económica de principios de 2000, y que todavía parecen no remitir, la situación cambió completamente. Los accionistas, clientes, trabajadores y reguladores comprobaron con escándalo que, mientras algunas compañías entraban en pérdidas, y el valor de sus acciones se hundía, sus ejecutivos mantenían -o incrementaban- unas retribuciones de vértigo.

Al sistema norteamericano hay que reconocerle su agilidad y su acrisolada aversión contra la opacidad y secretismo de la vida de las compañías cotizadas. Saltaron varios escándalos y conocidos y reverenciados líderes de empresas tuvieron que bajarse los sueldos o dimitir. El regulador aplicó medidas restrictivas contra ciertos abusos de la fórmula conocida como stock options y contra el ocultamiento de las retribuciones de consejos y ejecutivos. La permisividad legal y social con los sueldos de escándalo había finalizado.

El último de los casos americanos conocidos -y uno de los más significativos si cabe- es el protagonizado por el que fuera hasta la pasada semana presidente de la Bolsa de Nueva York, Dick Grasso, forzado a dimitir por haber cobrado en concepto de retribuciones atrasadas una astronómica cifra cercana a los 140 millones de dólares.

Idéntico fenómeno se ha producido en Europa, aunque haya tardado más en saltar. Esta pasada semana hemos tenido conocimiento del último de los casos tildados de escandalosos. En el seno del gigante de alimentación holandés Ahold se ha producido un proceso similar al de la Bolsa neoyorquina.

Mientras que la compañía estaba inmersa en una seria crisis financiera, con unos desajustes contables que se elevaban a mil millones de euros, el nuevo presidente, Anders Moberg, aceptaba unas suculentas condiciones económicas. Como no podía ser de otra forma, accionistas y consumidores protestaron enérgicamente. Moberg, presionado por esas protestas, tuvo que renunciar a sus bonificaciones garantizadas, que ascendían, durante los dos primeros años, a 1,5 millones de euros y que podían revalorizarse en ejercicios posteriores hasta los 10 millones. Con anterioridad, y por causas similares, hubieron de dimitir el anterior presidente y el director financiero.

También en España nos sobresaltamos al conocer las generosísimas compensaciones por prejubilación de importantes ejecutivos de uno de los grandes bancos españoles. Ningún país parece librarse de la firme tendencia de divergencia salarial que en algunos casos -afortunadamente no siempre- llega hasta los sueldos de escándalo.

Los sueldos de la alta dirección pueden ser libremente fijados, aunque de forma escrupulosamente pública. Lo malo no es la cuantía, sino el secretismo. Los accionistas tienen todo el derecho del mundo a conocer con exactitud las condiciones económicas -pluses y bonus incluidos- de los ejecutivos que gestionan su capital.

Y como simple recordatorio de las paradojas entre las que vivimos, podríamos poner mil ejemplos de altos ejecutivos que reclaman moderación salarial a sus trabajadores, al tiempo que se suben sustancialmente sus retribuciones. O que cuestionan el costo del despido en sus empresas, mientras que ellos mismos se protegen con millonarios blindajes. En fin, cosas de un fenómeno de divergencia salarial que no conducirá a nada bueno. Máxime cuando las clases medias de renta inferior empiezan a tener dificultades para llegar a fin de mes.

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