¿Es malo el déficit?
La coyuntura actual del Pacto de Estabilidad y Crecimiento europeo no es halagüeña. Hubo un tiempo, que fue mítico, en el que los parámetros para conseguir adherirse al euro eran la panacea universal que había que lograr a toda costa. Inflación, déficit, tipos de interés, deuda pública, con el objetivo final del equilibrio presupuestario. Lo que era realmente importante, y sigue siéndolo, es el control de los precios, para que no se contagien unas economías con otras.
Las demás recetas eran, y son, meramente protectoras. Una vez lograda la unión monetaria, la única forma de disciplina de la inflación dentro de cada país sólo puede hacerse a través de la vigilancia del déficit de cada estado. En su día se dio la cifra mágica del 3% sobre el PIB de déficit máximo posible y en términos absolutos, sin entrar a juzgar ningún otro dato. Se convirtió en anatema superar la cifra.
Efectivamente este reduccionismo simplificador hace inteligibles los datos, las comparaciones, y posibilita los juicios rápidos sin necesidad de profundizar.
La cuestión es mucho más compleja. La proscripción del déficit no es porque sea malo en sí, que no lo es, sino porque es un elemento fundamental de control de la inflación. Pero no existe correspondencia biunívoca entre déficit elevado e inflación. Alemania con déficit superior al establecido tiene un nivel de inflación en torno al 1%, siendo la media de la zona euro del 2%. España tiene equilibrio presupuestario y su inflación está al 2,8%. Francia también supera el límite de déficit y la inflación se sitúa en el 2%.
De aquí que con claridad aparece que Alemania, a primera vista, tiene una capacidad de aumentar el gasto o de disminución de ingresos públicos considerable. Si añadimos que el crecimiento del PIB alemán está en el 0,2%; el español, en el 2,1%, y el francés, en el 1,1%, y que el desempleo teutón es el 9,4%; el patrio, el 11,3%, y el de nuestros vecinos del norte, el 9,1%, llegamos fácilmente a reafirmar lo dicho.
El déficit alemán, al contrario del equilibrio español, hay que reducirlo en el importe de su contribución neta al Presupuesto comunitario (los alemanes pagan y lo gastan otros y fuera de sus fronteras). Además, resulta esencial analizar la estructura, la razón y la finalidad del déficit. No es lo mismo gastar más para pagar gastos corrientes constantes, que para invertir o paliar situaciones circunstanciales. No es lo mismo ingresar menos disminuyendo los impuestos al consumo, que los que gravan las rentas que primando fiscalmente las inversiones. Entrar en desequilibrio presupuestario hace que suenen las alarmas, nada más. Lo que habrá que hacer es justificarlo, aportar un plan y cumplirlo. Vigilando estrictamente su desarrollo. En la situación presente, el caso francés, como hemos visto, no se parece nada al alemán. El primer caso es preocupante, el segundo no.
Lo que sí es alarmante es lo que pasa al otro lado del Atlántico, porque los tipos de interés están parejos o por debajo del nivel de inflación con un enorme desequilibrio exterior y, encima, con una necesidad de gasto público derivado de la guerra creciente y al que por ahora ni se ve hasta cuándo durará y no revierte en su economía interna. Traducción, la economía norteamericana está llamada a incrementar el interés y ralentizarse.
Mirando para casa nos da bastante igual. Aunque nos importa y mucho que crezca Alemania y salga de una vez por todas de su letargo. Es importante tener comprensión con los sucesos alemanes, y si Alemania va bien, iremos bien nosotros.
Salta enseguida otra pregunta. ¿Se puede ser miembro de la Unión Europea y no participar del euro? ¿Puede estar abierta la zona euro permanentemente? ¿Se puede ser solidario sólo para lo que interesa? Sin duda la construcción de Europa no es tarea sencilla, pero no vale que unos se blinden monetariamente, porque se crean barreras proteccionistas en un tiempo en que existe la posibilidad de que desaparezcan.