Trabajar más para trabajar todos
Anselmo Calleja compara los modelos de empleo de la UE y EE UU. En su opinión, la profusión de pequeñas empresas en España crea puestos de trabajo, pero genera poca productividad, bajo valor añadido y escasa investigación
Era natural que con el paso del tiempo el American way of life, es decir, la forma en que la joven, dinámica y emprendedora sociedad norteamericana organiza su vida acabase llegando al Viejo Continente. Las ventajas que ofrecían algunos de sus elementos y la difusión de esa forma de vida a través de los influyentes medios de comunicación de ese país obraban en ese sentido.
La llamada organización científica del trabajo, es decir, el taylorismo con sus medidas del tiempo de las tareas y el trabajo en cadena fue quizá lo primero que acabó llegando a Europa gracias al estímulo que suponía el importante aumento de la productividad que se conseguía y las correspondientes ventajas que comportaba tanto para los trabajadores como, y sobre todo, para las empresas. Pero hoy puede que el aspecto más representativo, extendido y visible de esa forma de vida sean los establecimientos de comida rápida, los grandes centros comerciales y los supermercados.
Ha habido, sin embargo, una característica fundamental de la sociedad norteamericana, su gran laboriosidad, medida por el número de horas de trabajo efectivas anuales por ocupado que no llegó a cruzar el Atlántico. Europa no sólo no mostró el más mínimo interés en adoptarla, sino que incluso prefirió seguir el camino contrario.
El número de pequeñas empresas ha llegado a ser tan elevado en España que despierta grandes apetencias electorales
Así, mientras en 2001 el número de horas trabajadas por ocupado en EE UU era de 1.872, 32 más que en 1979, en Europa tiene lugar una caída importante a pesar de que su nivel ya era significativamente menor. En Reino Unido, por ejemplo, el tiempo de trabajo se redujo en 107 horas, en Francia la caída fue de 244 horas, mientras para Alemania se puede hablar de un verdadero desplome de casi 500 horas. En el caso de España la reducción de horas en el periodo para el que hay estadísticas disponibles es significativamente menor y su nivel supera hoy ligeramente el promedio de la UE. En un interesante informe del Instituto de Política Económica (centro de investigación creado por economistas y otros exponentes de la izquierda democrática, como Lester Thurow, del MIT, y Robert Reich, de Harvard) se estudiaron los efectos de las condiciones de trabajo en EE UU. Según ese informe, el aumento de las horas de trabajo ha ido asociado a un incremento paralelo en el número de ocupados y en las rentas individuales y familiares.
Pero quizá más significativo sea el notable aumento de las rentas de los trabajadores menos favorecidos, comenzando por los que acceden por primera vez a un puesto de trabajo. Las estadísticas de empleo y paro ponen de manifiesto que la economía norteamericana está movida por una dinámica radicalmente distinta de la europea: mientras en EE UU se creaban 35 millones de empleos, caía la mano de obra ocupada en la UE; cuando allí en la actual situación de escaso crecimiento la tasa de paro es de sólo el 6,3%, aquí en parecida situación superaba el 9,5%.
La excepción a esta anómala situación del mercado de trabajo en Europa es España, donde ha habido una creación importante de empleo estos últimos años que se ha mantenido en el periodo más reciente a pesar de un crecimiento económico inferior al potencial.
Pero no es oro todo lo que reluce. Bajo el perfil social la ocupación es siempre un valor positivo, porque el desocupado es un marginado en el que la condición de asistido alimenta resentimientos frente a la colectividad. Sin embargo, bajo el perfil económico no siempre lo es, como dejan ver las singulares circunstancias de estos años en los que la ocupación crece significativamente en presencia de un PIB que lo hace escasamente.
El aumento de la ocupación no se debe a un progreso de la economía, a un mayor fervor de las iniciativas empresariales, a las tensiones para alcanzar nuevas cotas de productividad, rentabilidad y bienestar. Parece que se debe en gran parte a una redistribución del trabajo que necesita la economía entre un mayor numero de personas que así resultan estadísticamente empleadas aunque por cortos periodos de tiempo, horarios reducidos y, por supuesto, remuneraciones relativamente bajas que permiten a las empresas hacer frente a la competencia, aunque a un nivel más bajo de tecnología, de calidad y al final de renta per cápita y de bienestar.
Este estado de cosas se debe fundamentalmente a la raquítica dimensión de la inmensa mayoría de las empresas productivas españolas, como en estas columnas se puso de manifiesto hace algún tiempo.
La profusión de este tipo de empresas en un sistema productivo puede que cree puestos de trabajo, pero genera inevitablemente unas contrapartidas muy negativas, tales como una escasa productividad, bajo valor añadido y falta de recursos destinados a la investigación y la innovación, con la consiguiente exposición a la competitividad de países que se encuentran en un estadio de desarrollo que España ha superado desde hace tiempo.
Se podría pensar que esto es mejor que nada, pero no es así. Si las empresas consiguen de esta forma la supervivencia, ¿para qué se van a esforzar en progresar?
Las pequeñas empresas son un fenómeno más social que económico y su numero ha llegado a ser tan elevado en España que despierta grandes apetencias en los medios políticos, pues cualquier medida dirigida a su mantenimiento tiene una elevada rentabilidad electoral. Y hay ejemplos al respecto relativamente recientes
En una perspectiva a medio plazo la única política aplicada a este colectivo con una razonable visión de futuro sería la dirigida a aumentar la dimensión de las empresas para que puedan aplicar las nuevas tecnologías y aumentar su productividad y competitividad. En definitiva, ser viables. Las últimas que se han tomado (rebaja o eliminación de impuestos municipales que gravan las pequeñas empresas y mejoras de las prestaciones sociales de los empresarios) mantienen la situación actual, pero se esperan de ellas unos beneficiosos efectos electorales.
Podría decirse, sin embargo, que esto es pan para hoy y hambre para mañana y las peculiares circunstancias del próximo cambio de líder del partido político promotor de las mismas hacen recordar aquel famoso rey galo cuando dijo: 'Après moi le déluge'.