Una nueva política económica para América Latina
La crisis de la deuda externa hizo que los años ochenta fueran una década perdida para América Latina. En una elevada medida (y no sin razón), se esgrimió que esta situación era consecuencia de políticas populistas que primaban el corto plazo y hacían que los países vivieran notoriamente por encima de sus posibilidades.
No obstante, la década de los noventa prometía ser muy feliz para Latinoamérica. La mayoría de los Gobiernos estaban dispuestos a abrazar la ortodoxia económica y a seguir las políticas dictadas por el denominado consenso de Washington e instrumentadas por el Fondo Monetario Internacional (FMI).
De todos los países, Argentina destacó especialmente por su sumisión y aplicación: adoptó un tipo de cambio fijo con respecto al dólar (sistema currency board) y lo mantuvo hasta sus últimas consecuencias; abrió de forma considerable su economía a los flujos comerciales internacionales (sin contrapartidas) y privatizó las empresas estatales (sin liberalizar previamente los sectores privatizados).
Sin embargo, los últimos diez años no han sido especialmente felices para Argentina, como tampoco lo han sido para un gran número de países de Latinoamérica seguidores de la 'ortodoxia económica'. En el caso de Argentina, el PIB del año 2002 fue equivalente al de 1993. Por tanto, otra vez, una década pérdida más.
Esta situación, unida a una crisis social de gran envergadura, motivó que Argentina tomara medidas muy intervencionistas (adopción del corralito, control de salarios, regulación administrativa de numerosos precios, etcétera), suspendiera el pago de su deuda externa y no hiciera absolutamente nada para impedir que el mercado depreciara el peso tanto como quisiera.
Estas medidas, al ser absolutamente contrarias a las ideas clásicas del FMI, provocaron un elevado rechazo en la comunidad internacional y condujeron a pensar que la recuperación de su economía se demoraría largamente en el tiempo. Así, por ejemplo, en 2002 había numerosos analistas que estaban convencidos del retorno del círculo vicioso de hiperinflación y recesión de finales de los años ochenta.
Sin embargo, la realidad ha sido otra. El carácter antiinflacionista de la mayoría de las medidas intervencionistas ha permitido mantener la inflación bajo un relativo control (desde agosto de 2002) y ha posibilitado que en la actualidad Argentina esté en una elevada disposición para emprender una nueva etapa de crecimiento económico (el aumento del PIB puede superar el 5% en 2003).
Esta situación ha sido reconocida por el mercado de divisas y ha llevado al peso a apreciarse, durante el último año, más de un 30% con respecto al dólar. Así pues, no cabe duda que a Argentina le ha ido bien llevando la contraria al FMI.
Otro país donde las negras previsiones económicas de los mercados financieros no se han cumplido ha sido Brasil. La previsible elección de Lula como presidente les llevó a descontar el peor escenario económico. Los mercados apostaban por la vuelta de la política económica de los años setenta (políticas monetarias y fiscales muy expansivas, nacionalizaciones, etcétera) e, incluso, por la suspensión del pago de la deuda externa.
Estas expectativas hicieron que la moneda se depreciara casi un 40% durante los cuatro meses anteriores a la elección de Lula. No obstante, tampoco estas predicciones se han cumplido.
De forma muy hábil, Lula ha conseguido hasta el momento cumplir las condiciones que el FMI le impone para acceder a sus créditos y, a la vez, satisfacer ciertas demandas sociales (nueva regulación de los derechos de propiedad, disminución de los gastos de defensa, mayor equidad del sistema de pensiones, etcétera). La prioridad en el control de la inflación ha conducido al establecimiento de elevados tipos de interés (24,5%) y ha impedido una recuperación vigorosa de la economía (el crecimiento económico esperado es del 1,5%).
No obstante, dicha prioridad ha hecho que los mercados financieros vuelvan a confiar en Brasil. Así, después de situarse el tipo de cambio en casi a cuatro reales por dólar (octubre de 2002), en la actualidad un dólar se cotiza alrededor de los tres reales.
Esta experiencia reciente y relativamente exitosa de las economías argentina y brasileña tiene que servir de referente para un cambio sustancial de actitud por parte de los poderes públicos de América Latina.
Es indispensable que los países del Cono Sur tengan una política económica propia, dotada de un elevado grado de coordinación con la de las naciones vecinas y relativamente independiente de la realizada por Washington y recomendada por el FMI. De esta manera, es posible que las condiciones adversas de la economía internacional les afecten de forma notablemente menor.
Indudablemente, estimamos que este nuevo marco debe pasar por la reactivación del Mercosur y el establecimiento de una banda de fluctuación entre las distintas monedas que impida la realización con cierta frecuencia de depreciaciones de carácter competitivo.
Esta nueva política económica, caracterizada por un cóctel de realismo y equidad social, debe ser lo suficientemente atractiva para provocar la entrada de capital productivo. De esta manera, podrán aprovecharse las magníficas oportunidades de inversión que hay en este subcontinente.
Si esto se consigue, no cabe duda de que los primeros años del siglo XXI no constituirán una década perdida más.