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Tribuna
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¿Remontará la fecundidad?

Los datos sobre movimiento natural de población en España hechos públicos por el INE (natalidad, mortalidad, nupcialidad y crecimiento vegetativo) siguen poniendo de manifiesto, pese a la levísima recuperación de los últimos años, la bajísima tasa de fecundidad: 1,26 hijos por mujer, muy lejos de la cifra 2,1 que en demografía se considera es como el umbral que asegura el reemplazo generacional. En el contexto europeo, España, junto a Italia, Grecia y Portugal, ocupan los vagones de cola, décimas por debajo de la media comunitaria, que es de 1,47 hijos por mujer. En 1976, junto con Irlanda, España era el país europeo de mayor tasa de fecundidad (2,80 hijos por mujer); actualmente es, junto a Italia, el último.

Ante esta situación, que cabe calificar de preocupante por sus consecuencias a medio plazo en relación al mercado laboral, a la sostenibilidad del sistema de pensiones, a la quiebra del equilibrio y la solidaridad intergeneracional, a la prestación de asistencia a la tercera edad, etcétera, el Gobierno central y Gobiernos autonómicos han puesto en marcha diferentes medidas natalistas (de carácter puntual y finalista, y esperamos no coyuntural) para hacer frente a una situación que no es ni nueva (el proceso de caída sostenida arranca de mediados de los setenta), ni súbita (la caída se ha producido de manera paulatina, lenta, progresiva..., a modo de silenciosa revolución social).

Más importante que la caída de la fecundidad ha sido el fortísimo y sostenido envejecimiento de la población por la base de la pirámide de población, más rápido y de mayores efectos que el producido por el paralelo aumento de la esperanza de vida.

Pues bien, el incremento del número de nacimientos se va a producir en España a corto plazo (más difícil será mantenerlo a medio plazo) más por razones demográficas -los vientos soplarán favorablemente en este campo- que por razones sociales o políticas, esto es, por la respuesta positiva de las familias ante las iniciativas tomadas o proyectadas. A este fenómeno demográfico hay que añadir un importante y decisivo factor adicional: la influencia de la inmigración exterior (actualmente en España uno de cada diez nuevos nacimientos lo es de madre extranjera).

En efecto, en la década actual se incorporarán al proceso reproductivo las potenciadas generaciones demográficas de las mujeres nacidas en los setenta -los de tasas de fecundidad más altas de toda la segunda mitad de la centuria-, hecho al que contribuirá decisivamente un segundo fenómeno que ya se detecta con toda nitidez: la tendencia a retrasar el matrimonio y, sobre todo, la concepción del primer hijo.

Hoy la edad media de la maternidad en España del primer hijo es 31 años y los únicos grupos que repuntan en su fecundidad son los de 30 y más años, esto es, se está produciendo una recuperación de la fecundidad en edades elevadas, como consecuencia de lo que en demografía se define como 'retraso de calendario', el cual acabará afectando negativamente a la intensidad de la fecundidad final, que será más baja que si se produjera en edades más tempranas.

Habrá, pues, más nacimientos, pero la fecundidad no se incrementará sustancialmente, como demuestran los últimos datos: 362.626 nacimientos en 1996, 416.518 en 2002; el índice sintético de fecundidad (número medio de hijos por mujer) ha pasado del 1,16 en 1996 al 1,26 en 2002. Los nacimientos se han incrementado un 14%; sin embargo, la fecundidad, tan sólo un 9%, y, muy probablemente, esta tendencia se mantenga en el futuro próximo.

Y esto será así porque las causas que explican la caída de la fecundidad, además de los conocidos determinantes próximos (eficacia de los métodos anticonceptivos, que permiten separación cada vez más nítida entre sexualidad y reproducción, interrupción voluntaria del embarazo, retraso de la nupcialidad, retraso de la fecundidad, etcétera), son estructurales y tiene más un carácter social y económico: los problemas de inserción de los jóvenes -paradójicamente mejor preparados que nunca- la precariedad del mercado laboral, la inestabilidad, la espada de Damocles que sobre la mujer joven trabajadora pende en muchas empresas en función de su maternidad, la movilidad, la prolongación del proceso formativo, la falta de asistencia social (guarderías...), la escasa contemplación de las medias jornadas o reducción de la jornada laboral, los horarios escolares... y, muy especialmente, el acceso a la vivienda por las parejas jóvenes, uno de los mayores problemas nacionales, agudizado por el desmesurado incremento del precio de la misma.

Hay un dato que proporciona el Centro de Investigaciones Sociológicas demoledor para nuestros gobernantes y legisladores: preguntadas las mujeres por su número ideal de hijos contestan que dos; sin embargo, en nuestro país persiste, desde casi una década, en uno.

Se hace necesario pensar las causas de tan fuerte desajuste y analizar los planes y legislaciones de países que nos llevan décadas de delantera (Francia, Suecia, Noruega, Dinamarca, por señalar gobiernos de distinto signo) y diseñar y redactar un plan integral de apoyo y protección a la familia (que lo es a la vez a la infancia, a la tercera edad, a la mujer), coordinar las acciones dispersas en servicios de diferentes ministerios (bienestar, vivienda, economía, educación y formación, trabajo, programas de salud, impuestos...).

Es necesario enmarcar la política de la familia en una verdadera política de bienestar. Es necesario encarar el problema de forma radical (en el sentido etimológico del término: ir a la raíz) y, sobre todo, se debe evitar dar alternativas puntuales a problemas estructurales. Las ciencias sociales nos enseñan que proceder de esta forma es enfrentarse a un fracaso anunciado.

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