Matasanos y economistas
Preservar la salud exigía 'no caer en manos de los médicos'. El dicho popular respondía a los resultados de la experiencia. Actitudes dogmáticas y defensa de los intereses profesionales han constituido un bastión ante los avances científicos, desde la higiene hasta la estadística.
Hoy en día el panorama se ha transformado radicalmente. La mortalidad infantil ha disminuido mientras crece la esperanza de vida. Con los economistas está sucediendo algo semejante. Recordemos las terapias aplicadas en los años veinte y treinta del siglo pasado a la caída de las cotizaciones bursátiles o los remedios aplicados a las grandes inflaciones europeas.
La prescripción de sangrar el cuerpo debilitado del paciente, como ocurriera siglos atrás con la emperatriz Isabel de Portugal, fue letal: la Gran Depresión en EE UU y la llegada del fascismo en Europa.
Los economistas de la Reserva Federal han evitado que la explosión de la burbuja bursátil y la cuasi paralización de las inversiones -amén de las incertidumbres sobre la guerra de Irak y los pecados capitales de los consejeros y presidentes de grandes empresas- se hayan traducido en una depresión o en una reaparición del Estado protector e intervencionista. La aplicación de una política monetaria beligerante a favor de la actividad se enfrentaba al temor de una reactivación de la inflación, sin respuesta positiva de la actividad, generada por un incremento de la cantidad de dinero consecuencia de un aumento del crédito bancario producto de la caída de los tipos de interés.
Las autoridades estadounidenses, basándose en una aproximación ecléctica (Ben S. Bernanke, gobernador de la Reserva Federal) que incluye el análisis de una gran variedad de datos, técnicas estadísticas, una serie de modelos econométricos y el juicio propio, han afirmado ante la opinión pública y los operadores económicos que no existían peligros inflacionistas, sino el riesgo de una 'desventurada y sustancial caída de la inflación'.
Rechazan estos profesionales del saber económico, por un lado, que indicadores individualizados, como la cantidad de dinero o el nivel de desempleo (un alto grado de empleo es un aviso sobre un posible aumento de los salarios por encima del nivel de precios o los márgenes de productividad) sean de gran utilidad para pronosticar la inflación futura en el medio plazo. Pero, por otro lado, reivindican que la 'debilidad de la actividad económica' (la demanda agregada de consumidores, empresas y Estados se sitúa por debajo del potencial de la producción), implica un desfase positivo de la producción porque ni los trabajadores buscarán una reivindicación de los salarios ni tampoco crecerán otros costeas, mientras las empresas, en tanto persista esa 'debilidad' se abstendrán de aumentar sus precios.
El único riesgo es que la baja inflación, el proceso de desinflación (caída de la tasa de inflación), se convierta en una deflación (caída del nivel general de precios).
Si se llegara a esa situación aumentaría la carga de los deudores (familias y empresas) y se colocaría el sistema financiero en una situación desesperada ante la dificultad de recuperar sus préstamos. La conjunción de este menor riesgo inflacionista y el serio temor a la deflación explican los motivos de la Reserva Federal para bajar los tipos de interés en defensa de la actividad económica y ante la razonable presunción de que la inflación no es una amenaza en el medio plazo.
El buen juicio, pero también el riguroso análisis de los economistas ha apartado creencias tenidas por inamovibles sobre las causas de la inflación.
Esta nueva terapia ha corrido el riesgo de ser malinterpretada por los mercados y los operadores. El saber tradicional asociaba inflación con crecimiento del crédito y de la cantidad de dinero disponibles, lo que la jerga económica denominaba 'disponibilidad de liquidez' (dinero en manos del público, depósitos a corto y medio plazo y, cuya disposición era realizable sin costes). La baja de los tipos de interés a corto plazo no se ha traducido en un aumento de las expectativas inflacionistas. Salarios y otros costes de producción no han reaccionado al alza; tampoco lo han hecho factores externos como los precios de las materias primas energéticas o alimentarias (ausencia de choques asimétricos).
Es cierto que los tipos de interés a largo plazo han sufrido oscilaciones alcistas que cuestionaban la debilidad de la política monetaria seguida por la Reserva Federal, pero la determinación que las autoridades monetarias estadounidenses han demostrado para mantener bajo el coste del dinero mientras no se consolide la recuperación y desaparezcan los riesgos de deflación, parece que ha acabado convenciendo a los operadores.
Mientras se mantenga la posibilidad de que la caída de la inflación en EE UU se traduzca en deflación, los efectos inflacionistas de la política monetaria alentarán la actividad y confirmarán el efecto benéfico de las terapias de los profesionales de la economía.