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Columna
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'The winner is...'

El XV Seminario sobre Europa Central, que esta semana se ha estado celebrando en el Palacio de Miramar de San Sebastián, ha proporcionado una ocasión excepcional para conocer de boca de algunos de los más relevantes filósofos, políticos y periodistas procedentes de Polonia, República Checa, Hungría y Eslovaquia, cuáles son las percepciones internacionales de quienes acaban de incorporarse a la UE. Qué interesante ha sido durante las sesiones donostiarras indagar sobre las actitudes de estos Gobiernos de Varsovia, Praga, Budapest y Bratislava en algunos asuntos, como el de la invasión de Irak, que han marcado de forma decisiva la escena internacional.

Además, los debates han permitido repasar la experiencia de la que llegan, tras tantos años bajo los padecimientos de una hegemonía como la ejercida por la Rusia soviética, establecida tras el fin de la Segunda Guerra Mundial y sostenida con la referencia del terror hasta la caída del muro de Berlín. Esta XV edición del seminario, que organiza la Asociación de Periodistas Europeos dentro de los Cursos de Verano de la Universidad del País Vasco con el patrocinio del BBVA, ha permitido escuchar el relato que se hacen a sí mismos los cuatro países del llamado grupo de Visegrado respecto a su trayectoria durante los años de plomo del totalitarismo y a propósito de los procesos que concluyeron con su acceso a la recuperación de las libertades y de la democracia. Argüía el polaco Adam Michnik, fundador y director del diario centroeuropeo de mayor tirada e influencia, que Naciones Unidas para nada alzó su voz cuando la represión del levantamiento de sus conciudadanos en 1947 ni cuando los tanques soviéticos entraron en Budapest en 1956 o en Praga en 1968. Pero hubo de escuchar de José María Ridao que tampoco EE UU puso coto a tales desmanes.

En todo caso, quedó claro que el alineamiento de los países recién llegados a la UE con la Administración Bush trae causa del agradecimiento que profesan a las ayudas de Washington cuando pintaban bastos. Así que una vez subidos al pódium el presidente Donald Reagan y el papa Juan Pablo II como campeones de la causa, puede imaginarse el torrente de gratitud y de adhesión irrestricta que se genera. Más aún si las fronteras orientales de los nuevos miembros de la UE aparecen marcadas por incertidumbres como Rusia, Ucrania, Bielorrusia, Moldavia y de ahí para adelante. Porque esa atribución de protagonismos decisivos y salvadores al presidente norteamericano de entonces y la observación del poder militar de Washington impulsa un vendaval de pragmatismo que puede terminar induciendo mecanismos de sumisión y búsqueda de sospechosos e ingratos antiamericanismos en cualquier clase de disidencia que pudieran plantear los estigmatizados como miembros de la vieja Europa.

Como sucede en la ceremonia anual para la entrega de los Oscar de Hollywood, tan llenos de consecuencias mucho más para la industria cinematográfica que para las artes audiovisuales, el momento culminante en cada uno de los trofeos es cuando el presentador concluye la mención de los candidatos seleccionados y procede a romper el sobre sellado para proclamar el nombre del ganador con las palabras rituales the winner is... A partir de ahí todo se reescribe en clave de triunfo, es el salto a la fama o la progresión en esa escala del prestigio que tan importante función social, política y económica desempeña. Conviene repetir para los que hayan llegado tarde que las comunidades ciudadanas ofrecen una de sus claves diferenciales al señalar cuál es el lugar donde sitúan la residencia del prestigio, ya sea en el talento creador, el servicio cívico, en la acumulación de dinero, en el linaje de procedencia, etcétera. También aquí la subida al pódium de Reagan como campeón de la victoria sobre el imperio del mal arrastra consecuencias fundamentales.

Consecuencias que adquieren matices adicionales si se cuenta con la colaboración de Margarita Thatcher y si el acompañamiento queda a cargo de Milton Friedman y los Chicago boys. Entonces a los sistemas de protección que atemperan las diferencias inducidas por la exasperación de los intereses particulares sólo se les ven inconvenientes, y nocivos efectos inerciales frente a los bienes y flexibilidades sin cuento que surgirían del mero sálvese quien pueda, de la automática atribución de los méritos a la obtención de riqueza y de las culpabilidades a quienes se ven desfavorecidos.

Por todo eso, si la UE tiene otro relato histórico que ofrecer debería apresurarse a difundirlo. Porque a partir del acuerdo unánime de preservar el vínculo transatlántico se impone convenir también en que Europa debe comparecer con autonomía en la escena internacional como por todas partes se reclama.

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