La pedagogía del miedo
José María Zufiaur sostiene que los Gobiernos conservadores recurren al miedo para defender sus políticas. Y advierte que actualmente se atemoriza a los ciudadanos sobre sus pensiones para que suscriban fondos privados
El pensamiento conservador se distingue por su apelación al miedo: miedo a las supuestas armas de destrucción masiva de Sadam, miedo a los comunistas, miedo a la inmigración... Después de que durante la reciente campaña electoral el Partido Popular ha tratado de introducir el miedo en el electorado diciendo que si ganaban 'los rojos' iban a peligrar las pensiones, ahora, en un giro de 180 grados, nos atemorizan con que si no ampliamos, grosso modo, de 15 a 35 el número de años a tomar en cuenta para calcular las pensiones (lo que supondría un fuerte recorte de sus cuantías) el futuro de las mismas está amenazado.
Tiempo habrá para analizar, cuando se presenten, esa y otras propuestas que se han anunciado, para finales de julio, en la última reunión del Pacto de Toledo. Entre tanto, cabe reclamar dos cuestiones.
La primera, que no recurran al miedo para debatir de algo que ha sido normal en los últimos 50 años: el incremento de la esperanza de vida y la financiación de un creciente gasto en pensiones. La segunda, que se garantice realmente, un debate de la sociedad sobre los cambios que se pretenden hacer. Para lo que será necesario tiempo suficiente y propuestas diferenciadas.
Hasta las expresiones elegidas para tratar sobre las pensiones ('bomba demográfica', 'derrumbe' del sistema) son inquietantes
Históricamente, la etapa del pacto socialdemócrata en Europa -desde la segunda gran guerra hasta mediados de los años setenta- se ha caracterizado por la conquista de la seguridad: seguridad en el empleo, seguridad ante los avatares de la vida (vivienda, enseñanza, enfermedad, paro, vejez), progreso de las nuevas generaciones respecto a las anteriores. Lo que supuso la extensión de la ciudadanía social. Los 30 años de neoliberalismo que llevamos soportados, por el contrario, se caracterizan por la reintroducción del miedo en la sociedad: miedo al paro, al derrumbe de las pensiones, a la eliminación de las prestaciones de desempleo. Miedo al no futuro para los jóvenes. Miedo como método para desequilibrar el reparto de la riqueza entre trabajo y capital. Estamos, así, pasando del bienestar al miedo. De la seguridad a la inseguridad social, con un creciente traslado del riesgo a los trabajadores.
En el asunto de las pensiones, hasta las palabras son escogidas para crear inquietud: 'envejecimiento' de la población, 'bomba demográfica', 'derrumbe' del sistema de pensiones. Un lenguaje catastrofista que tiene por finalidad orientar una parte del montante destinado a las pensiones hacia los mercados financieros. A más miedo, mayor suscripción a fondos privados de pensiones. En realidad, seremos jóvenes más tiempo, no hay choque sino un proceso demográfico gradual, no hay quiebra sino que cada vez nuestros países son más ricos.
Habrá más costes en unas cosas (salud, pensiones), pero menos en otras (juventud, desempleo). Y mucho dependerá de otras variables: tasa de población ocupada, recurso a la inmigración, medidas para favorecer la natalidad, recurso a otras fuentes de financiación, etcétera.
La organización del sistema de pensiones es una de la opciones más fundamentales de una sociedad. Es una elección social y política antes que económica. Se trata de decidir la dosis de solidaridad que una sociedad está dispuesta a sufragar. Es, por tanto, un debate que no debería sustraerse a la sociedad española. Las cuestiones a debatir son muchas y muy importantes. æpermil;stas, por ejemplo.
La proporción de activos respecto a los inactivos es un parámetro esencial para asegurar el equilibrio en un sistema de reparto. Pero no es el único. Tanta o mayor importancia tiene el nivel y el ritmo de incremento de la productividad por parte de los activos. En algunas empresas, actualmente, 300 trabajadores producen lo que antes 10.000. Cómo repartir tales incrementos de productividad y qué parte de los mismos se pueden dedicar a la financiación de las futuras pensiones es, pues, esencial en el debate.
Si vamos a vivir más tiempo, no parece, a priori, impensable jubilarse más tarde; pero, ¿tiene eso sentido mientras no haya empleo para los jóvenes, mientras se producen tantas prejubilaciones a los cincuenta y pocos años?; ¿es separable esa medida del debate sobre la reducción del tiempo de trabajo a lo largo de la vida?; ¿puede ser lo mismo trabajar hasta más tarde para un profesor que para un minero?
¿Qué va a pasar con las pensiones de nuestros hijos, que empiezan a trabajar más tarde, trabajan de forma discontinua, sus cotizaciones son bajas y no tienen capacidad de ahorro? Por ello, en países como el nuestro que, en 2050, serán el doble de ricos que ahora, ¿no cabe pensar en otras modalidades de reparto de la riqueza y de financiación de las pensiones?
La alternativa que nos ofrecen para que el nivel de ingresos por pensión no se reduzca, en un futuro no muy lejano, más o menos a la mitad del salario en activo es que suscribamos fondos privados de pensiones. Es decir, que en lugar de cotizar más al sistema público, coticemos más al privado. Pero, ¿es que los fondos privados de pensiones son más seguros, más equitativos, menos vulnerables al impacto demográfico?
Ante una opción tan importante como la que se nos avecina, pedir que exista un debate sin manipulaciones y global, tanto en la delimitación del problema como en la búsqueda de soluciones, no creo que sea pedir demasiado.