El tiempo perdido
En su reunión de esta semana, el Consejo del Banco Central Europeo (BCE) debería aprobar un recorte de sus tipos de intervención, posiblemente de 50 puntos básicos; tal decisión contribuiría a la recuperación de la confianza de consumidores y empresarios, si no acerca de la actual situación económica, sobre la que no puede influir, al menos sí sobre las expectativas sobre la situación a medio plazo. Para ello, el BCE debe dar un claro mensaje de apoyo a la recuperación de la economía de la eurozona en un contexto en que la inflación ha dejado de ser, a medio plazo, un problema preocupante.
Hace un mes comentaba en estas páginas acerca de la entonces inminente reunión del BCE y proponía argumentos acerca de la conveniencia de un recorte inmediato de tipos de interés. Encuestas de Reuters y Bloomberg de aquellos días arrojaban una mayoritaria opinión acerca de que el BCE no iba a tomar tal decisión, en línea con los niveles de tipos de interés descontados en ese momento en los mercados de futuros. Efectivamente, los tipos de intervención se mantuvieron en su nivel de 2,50%.
Poco ha cambiado en este último mes: la eurozona continúa sometida a un fuerte grado de restricción monetaria, tanto por el nivel de tipos de interés reales, relativamente elevados para la débil coyuntura actual, como también por la fuerte apreciación que ha experimentado el euro frente al dólar. Esta situación es restrictiva para el crecimiento, por cuanto que dificulta las exportaciones de bienes desde la eurozona a países como EE UU, reduciendo con ello, la contribución del sector exterior al crecimiento del PIB. Este efecto se está mostrando significativo en estos últimos meses en las economías que más exportan hacia fuera de la eurozona y, específicamente, en Alemania. Al igual que hace un mes, la situación de la economía alemana sigue siendo el principal argumento para una relajación monetaria: con una inflación especialmente reducida, Alemania se enfrenta a tipos reales entre los más elevados de la eurozona. La principal economía del área atraviesa una recesión técnica, habiendo crecido a tasas negativas los tres últimos trimestres, y su sistema financiero está en situación delicada por la mala calidad de parte de su cartera crediticia.
Las asimetrías entre las economías de la eurozona son evidentes: una reducción de los tipos de interés es lo último que precisa la economía española, con un persistente y elevado diferencial de inflación respecto de la zona, y un sistemático incumplimiento del techo de inflación del 2%. En un contexto de enfriamiento económico, el crédito ha crecido en España a tasas importantes, si bien lo ha hecho en su segmento hipotecario; las entidades de crédito han aprovechado el tirón de la demanda y se han concentrado en este segmento, hasta el punto de motivar que el Banco de España haya exigido mayor control del crédito hipotecario.
La actual recesión no es consecuencia de la utilización de una moneda única en la eurozona ni de la imposición de objetivos comunes de política monetaria y fiscal en los países del área.
Sin embargo, las carencias de los modelos de política monetaria y fiscal diseñados para la eurozona, muy patentes actualmente, impiden una actuación estratégica para animar las economías en una coyuntura como la actual. Un umbral de inflación del 2%, escogido cuando la inflación se hallaba en mínimos históricos en las economías desarrolladas a pesar de mantener un vivo crecimiento, se revela ahora como excesivamente reducido, por los riesgos de deflación que conlleva en las fases de enfriamiento del ciclo económico. El BCE debería contar con una banda objetivo de inflación que permitiera, además, niveles de inflación superiores al 2%. Tampoco la obsesión por el equilibrio presupuestario estricto, año tras año, es beneficiosa.
No hay ningún daño en permitir un cierto déficit cuando, como ahora, es difícil cuadrar el Presupuesto, tanto por razones de ingresos como de gastos, siempre que se exija reducir el endeudamiento en periodos de crecimiento significativo. Sería preferible aplicar estrictamente esta última norma. Lo más lamentable es que no se utilice la evidencia acumulada en estos años, junto con una cierta dosis de humildad política, para reformar el marco de política económica en la zona euro. El diseño actual hace que se pierda un tiempo precioso en las intervenciones de política económica, limitando con ello significativamente su capacidad estimuladora.