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Columna
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Sindicatos y elecciones

Desde las primeras elecciones democráticas, allá por 1977, los sindicatos han aprobado resoluciones en las que, vez tras vez, fijaban su posición y sus preferencias. Sería interesante analizar los sucesivos documentos sobre el particular, por cuanto serviría para ilustrar la evolución hacia una cada vez más acentuada autonomía respecto de los partidos políticos a los que por origen, sustrato ideológico y coincidencias programáticas se les ha considerado afines.

Ni que decir tiene que la afirmación de su autonomía se ha puesto de manifiesto con actos y posiciones de entidad mucho más contundente que cualquier resolución. Pero entre lo que decían ante las elecciones del periodo de la transición, y lo que a partir de 1982 han venido manifestando, se nota que el contenido de sus mensajes, nunca favorables a la derecha, resultaba más matizado e incluso crítico en los casos en que la gestión del Gobierno de turno había provocado duros enfrentamientos con los sindicatos.

Habría de añadirse que en más de una ocasión, al menos desde CC OO, ni siquiera se han hecho resoluciones. Aparte la cuestión de su autonomía, han influido otros factores, entre ellos la progresiva dilución de los vínculos que muchos de sus dirigentes tenían con el PCE y algún otro partido, el que desde la dirección de Izquierda Unida en el periodo liderado por Julio Anguita se transmitieran severas críticas a los sindicatos por no secundar su política, e incluso algo tan simple como que las resoluciones tienen una escasa cuando no nula eficacia a la hora de inducir el voto de los electores. Dicho todo esto, está demostrado que la autonomía de los sindicatos no es sinónimo de apoliticismo o indiferencia. La política que se realiza desde las correspondientes instituciones les afecta directamente.

Ante las elecciones del próximo 25 de mayo, CC OO ha incluido un párrafo en el informe de su máximo órgano de dirección entre congresos que dice: 'El consejo confederal llama a las personas afiliadas a CC OO y recomienda a trabajadores y trabajadoras que, votando masivamente, respalden los proyectos políticos que garanticen en sus programas la defensa de los valores e intereses que este sindicato defiende con sus propuestas y movilizaciones'.

Aunque sea probable que, tal como sucedió en pasadas ocasiones, su lectura no cambie la intención de voto de casi nadie, su importancia reside en que fija la posición del sindicato en tanto que tal y, al hacer una distinción hasta ahora inédita entre la llamada a los afiliados y la recomendación a los trabajadores, refleja el singular interés de la organización por los resultados, a la par que, indirectamente, delimita no a quién hay que votar sino a quiénes no hay que votar, entre los que están la derecha y los nacionalistas. A estos últimos, por el simple hecho de que uno de los valores históricos del sindicalismo de clase es el internacionalismo.

El rechazo a la derecha española es mucho más claro. Si entre los valores consustanciales al sindicalismo están la libertad, la igualdad y la solidaridad, así como la paz, precisamente por el valor del internacionalismo y porque en toda guerra las principales víctimas y los intereses más afectados son los de los trabajadores, bastaría contrastar con cada uno de los citados valores lo hecho por el PP, muy en particular propiciando y apoyando la ignominiosa invasión de Irak, para llegar a la conclusión de que para los sindicatos es muy importante que no se le vote.

Las libertades, aunque no sólo en España, están en claro retroceso, problema sobre el que incluso se ha alertado desde las instancias de la UE. Con la igualdad sucede lo mismo: basta conocer el sesgo de las reformas fiscales o de la enseñanza para comprobarlo. Respecto de la solidaridad, sirva recordar que desde la llegada del PP al poder ha ido disminuyendo, año tras año, la proporción del PIB dedicada a gasto público en protección social, habiéndonos hecho retroceder al nivel que estábamos hace 20 años.

El PP enarbola datos como la disminución del desempleo. Por mucho que se esfuerce en atribuírselo, no se ha conseguido tanto por su política o la propia contribución de los sindicatos como por el cambio de ciclo económico que a nivel mundial se dio en coincidencia con su llegada al poder.

No se citan aquí otras razones para no votar a la derecha, como podrían ser el significado de la huelga general del 20-J o el asunto Prestige.

Lo verdaderamente cualitativo por su gravedad es haber favorecido una guerra execrable, ilegal e innecesaria. De ahí que hacer retroceder el poder del PP y, muy en especial, conseguir que Aznar acabe su mandato vituperado por la propia derecha, haciendo ver a ésta que necesita un líder con talante democrático y sensibilidad social si en el futuro aspira a gobernarnos a cualquier nivel, constituye no ya una necesidad para que los intereses y valores que defiende el sindicalismo tengan mejor porvenir, sino para realizar un imprescindible ejercicio de higiene democrática.

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