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Columna
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El desorden (económico) mundial

La crisis económica ha redistribuido las cartas del crecimiento mundial, llevando a un reajuste en la jerarquía de sus protagonistas. Se empieza a dudar del estatus de superpotencia económica de EE UU. El parón brutal del milagro económico estadounidense, la aparición de importantes y crecientes desequilibrios internos y externos y los graves escándalos empresariales han puesto fin al mito de la invulnerabilidad de su economía.

No parece, sin embargo, que EE UU tenga mucho que temer de su competidor europeo. La economía de la UME lleva más de un año prácticamente estancada y, aunque la brecha respecto al crecimiento potencial se ha venido ensanchando significativamente, el ritmo de aumento de los precios supera el objetivo del 2% anual fijado por el BCE. La persistencia de las rigideces estructurales viene confirmada por el hecho de que, a pesar de la reducción de la divergencia de esa brecha en la última década (según un estudio del Banco de España, Un análisis de la pauta cíclica en la UME, Alberto Cabrero, marzo de 2003), ha crecido la dispersión de la inflación entre los países miembros desde la entrada del euro, lo que dificulta la política monetaria del BCE. Ha sido demasiado restrictiva para los países con baja inflación, como Alemania, y demasiado expansiva, en los que, como España, corre más la inflación.

Para complicar más las cosas el conflicto iraquí ha revelado una división profunda en Europa que podría afectar negativamente a la solidaridad interna, cuando se establezcan los políticas llamadas de solidaridad, especialmente la agrícola común y las ayudas regionales.

Con EE UU en baja forma y Europa con serios problemas, es Asia la región que se beneficia del reequilibrio económico mundial, como queda de manifiesto en la reciente previsión de crecimiento del FMI del 6% en 2003 a pesar de la recesión de Japón. No se sabe en qué medida esta previsión va a sufrir los efectos de la epidemia de neumonía atípica que aqueja una parte importante de la región.

Además de los cambios que está introduciendo en el orden económico mundial establecido, la crisis también está llevando a una gran confusión en relación con la política macroeconómica. La Administración estadounidense ha optado por una política fiscal sumamente expansiva para relanzar la economía: un recorte de impuestos masivo que unido a los mayores gastos de la guerra con Irak va a llevar las cuentas públicas a un elevado y creciente déficit en los próximos años. Esta política contrasta con el rigor presupuestario a que se ven obligados los países de la UE en cumplimiento, en algunos casos a regañadientes, del Pacto de Estabilidad y Crecimiento.

Sin embargo, la eficacia de los remedios macroeconómicos para resolver los problemas actuales parece bastante limitada -el marasmo persistente del Japón lo confirma-. La solución va a venir más bien de la microeconomía, del ajuste progresivo del sector privado, difícil de aplicar por los sacrificios que conlleva.

El ejemplo más pertinente es el déficit fundamental de ahorro privado que sufre la economía norteamericana, cuyos efectos se agravan con las medidas expansivas por vía fiscal. Ya se sabe cuáles están siendo las consecuencias. Un déficit corriente exterior que va a superar el 5% del PIB, un creciente endeudamiento neto exterior que ya supera el 25% del PIB y precisa para su financiación atraer más del 80% del ahorro mundial, situación por otra parte paradójica que convendría a un país en desarrollo y no a la primera economía mundial.

Este creciente desequilibrio puede explicar en parte un repliegue del billete verde de más del 25% frente al euro en estos últimos meses, pero es probable también que los inversores extranjeros tengan la sensación de que se está produciendo una fisura en la estrategia norteamericana frente al dólar. Es sobradamente conocida la complacencia de la Administración Bush con los grupos de presión industriales y no hay duda de que una fuerte depreciación del dólar sería muy beneficiosa para EE UU y tendría pocos costes. Con una demanda interna débil y un exceso significativo de capacidad productiva el aumento de los precios de importación sería pequeño y el impacto inflacionista mínimo.

La consiguiente subida del euro, que podría superar ampliamente la cotización de su lanzamiento (1,17 dólares), lavaría definitivamente la humillación sufrida durante varios años por un joven euro que no dejaba de caer frente al dólar. Pero sería lo peor que les podría ocurrir a las economías del Viejo Continente. La ventaja que tendría frente a la inflación sería mínima comparada con el handicap que supondría para las exportaciones: sería el golpe de gracia para la recuperación de la economía alemana y consiguientemente para la del conjunto de la zona euro.

Parece, pues, que en materia monetaria se estaría yendo también hacia una modificación del orden geoeconómico mundial, por lo que no se puede descartar un reajuste de divisas en un Hotel Plaza II.

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