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Columna
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La economía global después de Sadam

Como era lógico, el invencible ejército de Sadam y sus vecinos mártires le han durado un día y la víspera a las fuerzas de la coalición anglo-americana; además, no se han producido grandes daños en las instalaciones petrolíferas iraquíes. Es decir, se ha eliminado rápida y favorablemente una enorme incertidumbre. Ello explica la reacción de los mercados bursátiles y la contención, cuando no la baja, del precio del crudo. Sin embargo, las brumas que rodeaban la recuperación económica internacional no acaban de despejarse, como muestran las más recientes estimaciones de los organismos internacionales.

Todavía con el peso del conflicto iraquí en sus espaldas, el FMI aventuraba cifras que pronosticaban un retroceso en las tasas de avance de las principales zonas y países del planeta: EE UU crecerá un raquítico 2,2%, que, no obstante, envidiarán países como Alemania -0,5%- Japón -0,8%-, Francia -1,2%- o el conjunto de la zona euro -1,1%-. No sale mal parada nuestra economía -2,2%- en esos pronósticos. Tan sombrías perspectivas realimentan los pronósticos de deflación a la par que las nostalgias por recetas neokeynesianas del tipo de nuevas reducciones de tipos de interés o mayor permisividad con los déficit presupuestarios.

Cierto que algunos ultra-liberales tienen el mal gusto de recomendar la flexibilización de los mercados de bienes y servicios o el fin de las políticas comerciales proteccionistas. Como el lector fácilmente deducirá todo ello exigirá tiempo así que, a corto plazo, sólo cabe cruzar los dedos para que la economía americana se recupere pronto y arrastre con ella a las restantes, aun cuando esa recuperación puede agravar un déficit por cuenta corriente que alcanza en estos momentos un 5% del PIB, amén de depreciar aún más el dólar y, olvidándonos por el momento de las siempre ingratas consecuencias que un déficit público elevado provoca en los mercados de capitales, favorecer las siempre latentes inclinaciones proteccionistas de la opinión y los legisladores americanos.

Si nos ceñimos a la escena doméstica notamos variaciones, pero no excesivas. Las previsiones de la Fundación Funcas a finales de marzo apuntaban en torno a un 2,2 / 2,3% de crecimiento del PIB -lastrado por un comportamiento perezoso del sector exterior y cautelas en la demanda interna por mor de las ligeras rebajas observadas en el consumo privado y la inversión en bienes de equipo-. En contra de las esperanzas gubernamentales, no se confía que las facilidades derivadas de la rebaja del IRPF fomenten el consumo de los hogares y sí, en todo caso, ayuden a una leve recomposición de las tasas de ahorro familiar, situadas en los últimos años en niveles históricamente bajísimos. Ni qué decir tiene que con semejante panorama no cabe imaginar una recuperación decidida del empleo -crecerá a una modesta tasa del 1,4%- ni una reducción del paro -seguirá oscilando entre el 11,4% y el 11,5% de la población activa-.

Es preciso añadir que la mayoría de las instituciones que contribuyen a la elaboración de esas previsiones considera que la economía española, aunque Don Cándido no lo crea, se está beneficiando de una política monetaria laxa al tiempo que califica como 'neutral' la fiscal. Advertirá el lector que hemos dejado para el final los comentarios sobre inflación. No en balde es la traca de la coyuntura económica española.

Al concluir marzo el IPC registraba una tasa anual del 3,7% -hace un año el ritmo de avance era un 3,1%-, y la llamada inflación subyacente se situaba en el 3,2%, mostrando acaso los efectos de un debilitamiento de la demanda y más concretamente en el sector servicios; pero las últimas previsiones de inflación para este año sitúan la media anual entre el 3,2% y el 3,3%. Ahora bien, una análisis más detallado de los distintos componentes del índice ofrece motivos suficientes de preocupación. En general, cabe temer que la relativa moderación que se aprecia en alguno de ellos sea resultado más del enfriamiento de la demanda que de una corrección de la estructura inflacionista de nuestra economía. Y si ese diagnóstico se confirmara en los próximos meses un tanto de culpa elevado recaería en la pasividad del Gobierno.

El caso de la evolución de los precios de los carburantes sería un buen ejemplo: es sencillamente asombroso que el secretario de Estado de Energía se limite a llamar la atención a las petroleras para que trasladen 'con la celeridad adecuada' las bajadas del petróleo a los precios de los carburantes adquiridos por los consumidores, en lugar de cumplir con su deber: admitir que las medidas liberalizadoras (Real Decreto 6/2000) se han revelado insuficientes, en parte por la tardanza en adaptar el derecho español a la normativa europea sobre restricciones verticales (Reglamento 2790/1999); así como hacerse los distraídos y no investigar si existen o no acuerdos de fijación de precios entre dichas compañías.

En resumen, menos predicar y más ejercer las competencias que se tienen. Lo que ya no es de recibo es asegurar de nuevo que la inflación va a 'flexionar a la baja' el próximo semestre.

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