Analizar los resultados, ¿para qué?
Alicia vive en el País de las Maravillas. Allí, en Estados Unidos, los índices de las Bolsas mantienen un incesante repicar de campanas por los resultados empresariales que se publican y por la euforia desatada con la invasión de Irak. Ese sentimiento nacionalista innato que estalla cuando hay conflictos bélicos.
La Alicia del cuento, la Bolsa de Estados Unidos, en este caso, no analiza los resultados que se publican desde hace tres semanas, porque lo mejor es no hurgar en la herida. ¿Y si se encuentran partidas que no gustan y los castillos de naipes de los mercados de valores saltan por los aires?
Lo políticamente correcto, según los analistas y agitadores de moda, es recurrir por enésima vez al formulario tradicional. Es decir, si los resultados se ajustan o no a lo previsto. Si superan las estimaciones, que es lo que pasa, los mercados están condenados a subir.
Algo más del 50% de las empresas que componen el S&P 500 han presentado resultados hasta ahora. Las previsiones iniciales eran de un crecimiento promedio del 8%. Los balances divulgados elevan la media hasta el 11,5%. Por eso suben las Bolsas.
Aquellos que osan ponerse enfrente de la manada de búfalos (o de toros), que es el símbolo alcista de Wall Street, recomiendan mucha cautela, porque insisten en que los resultados están cogidos con alfileres y que no aguantan, en cualquier caso, las altas valoraciones actuales. Señalan, así, que los balances parten de una base comparativa tan baja que sólo tienen que mejorar. Insisten en la superabundancia de extraordinarios y apuntan que en la mayor parte de las empresas falla lo principal, los ingresos. O lo que es lo mismo, la mejora viene de la mano del recorte de gastos y empleo. Respecto a las expectativas, hay coincidencia en la falta de visibilidad.
Pero lo que dice Alicia. Mejor no examinar los resultados. Que siga la fiesta.