_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El dividendo cierto de la guerra es muerte y destrucción

Mucho se viene especulando acerca de las posibles repercusiones de la guerra sobre la evolución posterior de la economía mundial. Antes de que se invadiera Irak ya hubo quien aventuró los 'inimaginables beneficios' que obtendrían quienes acompañasen a EE UU en esta desventurada intervención militar. Lo adelantó, por ejemplo, el gobernador de Florida, Jeff Bush, durante su visita a España, rayando la obscenidad.

Sin embargo, los más prestigiosos analistas, economistas norteamericanos y europeos desmontaron tan beneficiosas promesas, señalando que las incertidumbres sobre la esperada recuperación de las principales economías occidentales, advertidas muchos meses antes de que se contemplase siquiera la crisis de Irak, no sólo no se iban a difuminar con un conflicto armado, sino que aún se acrecentarían mucho más.

Después, la discusión ha derivado hacia el mayor o menor impacto de la guerra en función de que ésta durase más o menos. Algunos de los que azuzaron el recurso a la fuerza saltándose la legalidad internacional hacen votos, con no poco cinismo, para que la campaña sea rápida y deje el menor número posible de víctimas. Pero a la vista de la marcha de las operaciones y descartada la rendición inmediata del régimen iraquí (previsión lanzada interesadamente por los coaligados, sin fundamento), la disyuntiva a la que aparecen abocados los atacantes estriba entre arrasar para que la guerra sea corta o prolongarla más de lo que esperaban con una estrategia más convencional. En una u otra opción, las víctimas serán muy numerosas. Cuando apenas se lleva una semana, esta guerra ya ha causado en las tropas anglo-americanas más de la mitad de las bajas que en toda la de 1991. Y en la otra parte de la trinchera son centenares las vidas truncadas diariamente, civiles iraquíes o de otras nacionalidades que pretenden salir del país, y soldados del ejército del dictador, que sigue a buen recaudo emitiendo soflamas por radio y televisión. Esto es lo único cierto, que se mata y se destruye como en todas las guerras.

Los vaticinios sobre otros dividendos tienen muy poca consistencia y varían de la noche a la mañana. Seguramente ya habrá aprendido la lección el Gobierno español, escarmentado a raíz del deplorable patinazo de su ministra de Asuntos Exteriores, Ana Palacio, que se apresuró a felicitarse por la bajada del precio del petróleo y la subida de las Bolsas al cuarto día de la guerra y a las pocas horas el barril de brent subía el doble de lo bajado y las Bolsas retrocedían hasta niveles insospechados.

Dicen que una de las primeras víctimas de las guerras es la información objetiva y por la información se mueven los mercados. Aunque los responsables de la Bolsa de Nueva York hayan expulsado a la cadena Al Yazira, las noticias del frente seguirán llegando, sesgadas por ambos bandos, pero inducirán los comportamientos erráticos en los patios de operaciones mientras duren las hostilidades. La economía real seguirá arrastrando los problemas que ya la atenazaban, con tendencia al agravamiento.

En EE UU, continúan aumentando los déficit, corriente y el de su Administración, por el creciente gasto militar; el recorte fiscal anunciado por Bush ha tenido que ser rebajado a la mitad por el Senado; la tasa de ahorro y el consumo están bajo mínimos y más de 300.000 personas se han quedado sin empleo el último mes.

En Europa tampoco pintan mejor las previsiones, ni en Alemania, que bordea la recesión, ni en Francia, anclada en una tasa de crecimiento inferior al 2%, e incluso en el Reino Unido empieza a contraerse la formación bruta de capital. En España, los expertos de los más solventes servicios de estudios se ratifican ante la optimista previsión de crecimiento del PIB en un 3% de la que partió el Ministerio de Economía para confeccionar los Presupuestos, llegando a rebajarla hasta el 2% en algunas estimaciones tras el estallido de la guerra.

No serán los intereses generales de las sociedades occidentales los que salgan ganando con los desastres de la guerra. Cosa bien distinta es que algunas empresas engorden su cuenta de resultados con los contratos que pueda otorgarles el Gobierno de EE UU para la reconstrucción de Irak. Sobre todo, las compañías a las que están ligados destacados miembros o asesores del gabinete Bush, desde el vicepresidente Cheney hasta el asesor del departamento de Defensa, Richard Perle, quien disertando en Goldman Sachs acerca de las oportunidades de inversión que genera la guerra, se mostraba partidario de una larga ocupación de Irak, ampliar la ofensiva militar contra Corea del Norte y continuar con la presión sobre Arabia Saudí. En resumen, además de la tragedia que estamos viendo, si acaso hay algo seguro es el beneficio de unos pocos al precio de prolongar y extender la catástrofe.

Newsletters

Inscríbete para recibir la información económica exclusiva y las noticias financieras más relevantes para ti
¡Apúntate!

Archivado En

_
_