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Tribuna
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Crisis internacional y Unión Europea

La crisis de Irak, en la que España aparece con un protagonismo inesperado, está provocando una ralentización de la recuperación económica internacional y un desbarajuste de las relaciones internacionales de tal envergadura que, posiblemente, nos encontremos en los comienzos de una nueva ordenación político-económica del mundo desarrollado, básicamente los Estados Unidos de América y la Unión Europea.

En relación con Estados Unidos no cabe duda de que continuará la consolidación de su papel de superpotencia con el mantenimiento de su modelo económico, una vez que se zanje el problema de Irak, pero sobre la Unión Europea, cuya cohesión se ha quebrantado agudamente, no se puede afirmar lo mismo. Y quizá no haya mal que por bien no venga, porque podría ser la oportunidad de reconsiderar, en el seno de la UE, las políticas de los últimos años que, además de mostrar su incapacidad para dinamizar la economía europea, han puesto en riesgo el equilibrio político y social obtenido en Europa después de la Segunda Guerra Mundial.

El enfrentamiento sobre la intervención o no en Irak ha supuesto la apertura de una caja de Pandora en la que se está dando rienda suelta a todo el cúmulo de insatisfacciones y de intereses divergentes tanto de ciudadanos como de Estados, con alianzas variopintas y heterogéneas, lo que contribuye a resaltar la unidad y el consenso de la superpotencia americana, con razón o sin ella, y la falta de liderazgo real de quienes se oponen a la misma. De ahí la urgencia de suplir cuanto antes ese déficit en la UE para no continuar en la pendiente de la disensión y de la ruptura que podrían hacer irrecuperable a medio plazo el proyecto, bastante amenazado, de una Europa unida.

Los síntomas de estancamiento que afectan a la economía europea, sobre todo a Alemania y la propia Francia en menor medida, pueden estar en el origen de la actitud de sus dirigentes que parecen embebidos en la disputa internacional y, por ello, relevados aparentemente de encarar los problemas económicos y sociales que hace pocos meses hicieron peligrar la permanencia en el poder tanto de Chirac como de Schröder.

Pero la crisis internacional es previsible que no se alargue en demasía y al final los ciudadanos pasarán su factura de desafección y de descontento si los responsables públicos no dan respuesta a los problemas nacionales que sí se vienen alargando demasiado.

En el seno de la Unión Europea debería buscarse un punto de encuentro que, sin perjuicio de las discrepancias con algunas decisiones y actuaciones de Estados Unidos, evite daños irreparables al proyecto europeo.

Con independencia de ello es urgente realizar autocrítica de las políticas económicas y sociales practicadas durante los últimos años, la mayoría de ellas inspiradas en el modelo de capitalismo financiero de corte anglosajón. Porque ese modelo se vendió en la Unión Europea como el único posible y fue acompañado por un discurso de descrédito de todo lo público, alentado a veces desde Gobiernos tenidos por progresistas y socialdemócratas, junto con el ensalzamiento desmesurado de las llamadas políticas liberalizadoras. De esta forma se llegó a sacralizar el capitalismo financiero que durante los últimos 10 años ha corroído el modelo político-económico de convivencia de Europa.

La independencia de Europa no puede sustentarse sobre la contradicción permanente que supone manifestar el desdén hacia el viejo aliado americano y, sin embargo, hacer una profesión de fe inquebrantable en unas pautas de comportamiento económico que, si son buenas al otro lado del Atlántico, aquí están demostrando su inviabilidad.

La falta de recuperación económica y la ausencia de propuestas para salir de la crisis son evidencias clamorosas y, desde luego, son cuestiones letales para el porvenir no sólo de los actuales gobernantes europeos, sino también para la propia supervivencia de la Unión Europea. Si no se sale cuanto antes de la llamarada de la crisis internacional con propuestas de actuación que recuperen el protagonismo público y el modelo de relaciones económicas y sociales que han contribuido al bienestar europeo, sí se puede aventurar un horizonte pesimista, pase lo que pase con Irak.

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