Reformas eléctricas sin contenido
En materia de competencia y mercados la política económica sigue demasiado a menudo la máxima de cambiarlo todo para que nada cambie. Cada cierto tiempo se declara abierto a la competencia tal o cual mercado, pero luego el impacto no se siente más allá del BOE.
Esta liberalización sobre el papel, que no va acompañada de las medidas que hace falta adoptar para que un mercado funcione, quizá sirva para contarle a la ciudadanía y a las instituciones de la UE lo modernos que somos y lo rápidamente que cumplimos con las directivas comunitarias, pero, desde luego, no ayuda a que la economía funcione mejor.
La última víctima de la retórica de la competencia ha sido el sector eléctrico. Desde el 1 de enero pasado cualquier consumidor, incluido el pequeño consumidor doméstico, puede elegir su suministrador de electricidad. Sin embargo, el mercado no va a desarrollarse ni a corto ni a medio plazo. Resulta sintomática la poca actividad -ni campañas de publicidad en los medios, ni ofertas de precios en sus páginas de Internet- con la que las empresas han recibido el nuevo mercado. Pocos de los nuevos consumidores se han enterado de que ahora son elegibles.
Las barreras que impiden al mercado funcionar son enormes. En primer lugar, los altos precios de la energía eléctrica en el mercado libre -situados muy por encima del coste- desincentivan a los consumidores a comprar en ese mercado. Para la mayoría de los consumidores las tarifas eléctricas son una opción más barata. El precio medio de la energía eléctrica en el mercado libre subió un 42% del año 2001 al 2002 y este enorme aumento ha llevado incluso a que muchos de los consumidores que habían optado por comprar en el mercado libre estén ahora regresando al sistema regulado. Además, la estructura tarifaria desincentiva a grandes grupos de consumidores a acudir al mercado.
La tarifa eléctrica trata comparativamente bien a los grandes consumidores, que probablemente seguirán comprando a tarifa hasta que ésta se extinga en 2007, y a los más pequeños. Son ciertos grupos de consumidores de tamaño intermedio los que, a priori, podrían haber encontrado más atractivo el mercado libre.
Finalmente, la estructura empresarial del sector también dificulta de modo importantísimo el desarrollo del mercado. El número de comercializadores con posibilidades de competir en este mercado es muy limitado; aparte de las eléctricas, sólo Gas Natural parece posicionada para competir a cierta escala. Además, la vinculación entre comercializadoras y distribuidoras de las empresas eléctricas tradicionales supone un obstáculo importante para la entrada de nuevos competidores. En esta situación de integración vertical, las distribuidoras tienen el motivo -mantener su cuota de mercado- y los medios para discriminar a los nuevos entrantes.
¿Podría hacerse mejor? La respuesta es sí. En otros países este mismo experimento funciona ya razonablemente. En el Reino Unido, donde las comercializadoras están separadas de las distribuidoras y los precios no presentan las distorsiones que tienen los precios españoles, más del 80% de los grandes consumidores y del 30% de los pequeños ha cambiado de suministrador. En Suecia, Noruega y Finlandia también se ha desarrollado un mercado minorista importante. Por el contrario, en países como Alemania, donde también se ha seguido el modelo de liberalización de boquilla, el resultado ha sido decepcionante.
En todo caso, una condición esencial para que el nuevo mercado se desarrolle es que el llamado mercado mayorista funcione adecuadamente. Una prueba clara de que no hay competencia en ese mercado ha sido el incremento de los precios el último año hasta un nivel medio de 4,1 céntimos de euro por kilovatio/hora, muy por encima del precio de referencia establecido por el Gobierno en 3,6 céntimos de euro por kilovatio/hora y que sería suficiente para cubrir todos los costes.
Los remedios para atajar la falta de competencia son bien conocidos. Muchos países han establecido un precio máximo para evitar que los precios de mercado se disparen. A largo plazo, para que aumente la competencia es necesario que aumente el número de competidores. Para ello es esencial que la entrada en el sector esté libre de obstáculos innecesarios.
Existen todavía barreras administrativas que hacen de la obtención de permisos para desarrollar nuevos activos de generación un proceso largo e incierto y estos problemas afectan muy negativamente a los nuevos entrantes. El limitado acceso a los suministros de gas dificulta también la entrada de nuevos competidores, dado que, con frecuencia, es el fuel la elección para generar electricidad en las nuevas plantas.
Hace falta también ampliar el mercado y esto significa ampliar la capacidad de las conexiones con Francia. Pese a que las autoridades -incluso las galas, que han sido las más remisas- dicen querer ampliarlas, no parece que la situación vaya a cambiar a corto plazo.
Mientras no se aborden estas cuestiones, el nuevo mercado eléctrico no pasará de ser un cascarón vacío.