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Columna
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Europa y EE UU ya se van pareciendo

Anselmo Calleja sostiene que EE UU se ha contagiado de una irresponsabilidad fiscal europea al anunciar unos Presupuestos que incrementarán su déficit. Considera que esta política debilitará aún más al dólar respecto al euro

Europa y Estados Unidos ya se van pareciendo. Pero no hay que echar las campanas al vuelo, pues ese parecido no va en la buena dirección. No es que la estructura económica de Eurolandia se acerque a la de EE UU, de la que según un estudio reciente de la Comisión Europea está todavía bastante lejos.

Es EE UU, desgraciadamente, la que empieza a parecerse a Europa al contagiarse de una irresponsabilidad fiscal que llega más tarde que en este lado del Atlántico, pero que se está propagando rápidamente. En poco tiempo la Oficina Presupuestaria del Congreso de ese país ha pasado de estimar un superávit público del 1% del PIB en 2000 a un déficit del 3% en 2003, que irá creciendo como consecuencia de una reducción de impuestos superior a los 600 millardos de dólares en los próximos 10 años y de la enorme suma proyectada en gastos de defensa.

Esta menor presión fiscal debería, como se pretende, estimular la economía, pero ya está teniendo efectos colaterales negativos que los mercados se han apresurado a poner de manifiesto. Así, el euro inició una subida gradual pero continua desde principios de 2003 y alcanzaba últimamente una apreciación de más del 20% respecto a un año antes. Puede sorprender esta fortaleza del euro dada la cacofonía e impotencia reinante en la UE, la orfandad política de la divisa europea y el estancamiento del motor principal de la zona, Alemania.

Es altamente probable que este año la economía española también contraiga un déficit público significativo

Los mercados se han percatado de que al pasar las cuentas públicas de EE UU de un superávit importante a un déficit significativo su economía va a ser todavía más tributaria del ahorro exterior. La evolución divergente de esta elevada y creciente necesidad de financiación exterior (el déficit corriente de la balanza de pagos ya alcanzaba el 5% del PIB) y un ahorro exterior que se siente menos atraído por los activos en dólares, y, por supuesto, la incertidumbre creada por el sonar de los tambores de guerra, han debilitado el billete verde.

Si, como es de presumir, esta divergencia se acrecienta, dado el esperado deterioro del déficit público de EE UU, es más que probable que el declive del dólar se acentúe considerablemente a lo largo del año, incluso si se despejase la incertidumbre geopolítica.

Son obvios los efectos negativos que la consiguiente apreciación del euro tendría sobre la economía de la zona, que últimamente se mantenía en expansión gracias a la demanda externa neta. Pero también EE UU podría salir malparado de esta huida hacia delante fiscal, si como ha ocurrido en otros episodios anteriores de gran debilidad del dólar, la Reserva Federal se ve obligada a defender esa divisa con una fuerte subida del tipo de interés.

También ocurre, sin embargo, que el equilibrio presupuestario, el llamado déficit cero, puede tener costes económicos y sociales importantes, si se consigue conteniendo el aumento de gasto público en una visión miope, muy a corto plazo, de las necesidades de la sociedad. A veces esos menores gastos se consiguen con lo que en el fondo es una privatización de esas necesidades, con el consiguiente efecto regresivo, como está ocurriendo con una función básica del Estado, la seguridad interior.

Si en su día, y tras la experiencia de las mareas negras que asolaron las costas gallegas, se hubieran tomado las medidas necesarias para protegerlas debidamente, se habrían reducido significativamente los terribles efectos del siniestro del Prestige y los gastos de saneamiento y de ayuda a los afectados serían una pequeña fracción de las cuantiosas sumas que se acabarán gastando.

Hay más casos en los que el proverbio 'una puntada a tiempo vale ciento' es también de aplicación, pero hay dos que merecen la pena ser destacados. En ellos un mayor gasto oportunamente hecho podría haber ahorrado mayores dispendios más tarde, y lo que es mucho más importante, hubiese salvado también muchas vidas humanas, reduciendo el elevado numero de accidentes laborales y de tráfico vial, si se hubiesen dedicado más recursos a su evitación y control.

Estos mayores gastos no deberían ser incompatibles con un equilibrio presupuestario en el medio plazo. Bastaría para ello con racionalizar las decisiones de gasto mediante evaluaciones regulares y selectivas de las políticas públicas que tienen su expresión en los Presupuestos Generales del Estado. Es esta una cuestión que no es inédita entre nosotros en el plano de las ideas, pero su aplicación práctica es inexistente, a diferencia de lo que desde hace muchos años vienen haciendo regularmente nuestros socios más importantes de la UE. Y sin embargo, no podía ser más de actualidad, cuando es altamente probable que la economía española también se contagie este año de un déficit público significativo, si como todo hace pensar los gastos serán mucho mayores de lo previsto, y los ingresos, bastante menores de lo esperado como consecuencia de las rebajas de impuestos aplicada y de un crecimiento económico que quedará por debajo del objetivo establecido.

Estas evaluaciones, como medida a posteriori de los efectos reales de las políticas públicas, permiten detectar las que si estuvieron justificadas en su día ya no lo están o lo están menos, permitiendo así liberar los recursos a ellas destinados. Con ellas se puede, además, medir no sólo la eficiencia (es decir, en consideración a los medios utilizados), sino también la eficacia (o sea, teniendo en cuenta los resultados) de la acción del Estado, mejorando el conocimiento de su forma de actuar y favoreciendo su transparencia.

Servirían para enriquecer el debate colectivo sobre este tipo de políticas públicas. Serían, en definitiva, un instrumento de cambio y modernización del Estado y de la sociedad civil que hoy tanto se reclama.

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