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Columna
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Dos desafíos desde Davos

Antonio Gutiérrez Vegara

En la reciente cumbre anual del Foro Económico Mundial celebrada en la ciudad suiza de Davos, Colin Powell y Lula han lanzado sendos mensajes sobre los dos desafíos a los que debe enfrentarse el mundo, uno inmediato sobre la guerra contra Irak y el otro, cada vez más urgente por haberse eludido durante demasiado tiempo, contra el hambre, que sería la mejor vía hacia una paz más duradera.

Habló antes el secretario de Estado norteamericano, no sólo con relación al presidente brasileño sino que se adelantó a los inspectores de la ONU, que al día siguiente debían rendir ante el Consejo de Seguridad su informe sobre la marcha de las indagaciones que están llevando a acabo en Irak para el cumplimiento de la resolución 1.441.

El ministro de Bush llegó a Suiza después de que su Gobierno hiciese una interpretación unilateral y tergiversada del mandato de Naciones Unidas. Si ésta había decidido inspeccionar, descubrir la posible existencia de armas de destrucción masiva en manos del régimen iraquí y proponer en su caso la manera de eliminarlas o autorizar colegiadamente el uso de la fuerza si Sadam Husein se negara a ello, la Administración estadounidense ya ha resuelto por su cuenta que lo único que procede es el desarme de Irak, dando por demostrado que los arsenales existen, invirtiendo la carga de la prueba contra Irak y ocultando a la comunidad internacional las supuestas evidencias que dice tener en su poder.

Y en incoherente consecuencia advirtió desafiante que el multilateralismo no es excusa para no actuar y anunció prepotente que EE UU podría atacar a Irak, solo o en coalición con quienes les quisieran seguir (aunque más apropiado habría sido emplear el verbo servir).

Con tal admonición previa era de esperar que los jefes de la delegación de inspectores se sintieran mediatizados al informar ante el Consejo de Seguridad.

Hans Blix reconoció que no han tenido trabas para entrar en instalaciones militares, fábricas, palacios e incluso en casas particulares, en las 300 visitas efectuadas en apenas dos meses sin haber encontrado vestigios del peligroso armamento, salvo unas cuantas carcasas vacías.

Pero acto seguido se quejaba de que no hubiesen obtenido respuesta a las preguntas sobre la presunta fabricación ilegal de armas que supuestamente habría seguido realizando la dictadura iraquí desde la Guerra del Golfo, es decir, no respondieron a la acusación -rearme ilegal- que implicaba la pregunta y que en todo caso debería ser demostrada por quien la imputa. Más prudente, el responsable de la investigación sobre armas nucleares, Mohamed El Baradei, se limitó a constatar que no se había reactivado el programa de armas nucleares desde que fueron eliminadas en los años noventa y ambos coincidieron en que se necesitarán varios meses para culminar su labor. Petición que sintetiza también el acuerdo de mínimos alcanzado por los Quince para evitar su desbarajuste en el Consejo de Seguridad.

Sin embargo, la contumacia de EE UU, empeñado en ir a la guerra aún sin razones ni datos que la justifiquen, sigue colocando a la UE ante la decisiva prueba para su futuro, de demostrar si es más fuerte el vínculo entre todos los países que la integran que el bilateralismo seguidista de algunos de ellos respecto de EE UU. La despectiva respuesta dada por el secretario de Defensa a la posición de Francia y Alemania y la descarada presunción de que, llegado el caso, EE UU conseguiría el apoyo de buena parte de los Gobiernos europeos (entre ellos, el de Aznar) es el reto más inquietante de cuantos se han lanzado a la UE para que demuestre su solvencia política colectiva.

En esta ocasión ha evitado el traspié que la habría precipitado al vacío, pero sigue estando al borde del abismo. Para no caer en él tiene que dar más pasos que la alejen del precipicio de la guerra preventiva.

El nuevo plazo dado a los inspectores, que a regañadientes acepta el Gobierno Bush pero sin variar su predeterminación al conflicto, ha de ser aprovechado también por la UE para convenir una posición común más firme y clara en defensa de la legalidad internacional, del respeto multilateral, que no es excusa para la pasividad sino condición inexcusable y preeminente sobre la unilateralidad y para darle todas las posibilidades a la paz antes de que se aproveche cualquier pretexto para desencadenar la guerra.

En lugar de compartir una aventura belicista de consecuencias impredecibles, en aras de conjurar la utilización de hipotéticas armas de destrucción masiva por el detestable régimen iraquí, habría que asumir el Programa Compartido para el Desarrollo propuesto por Lula para hacer frente al desafío de la pobreza y el hambre en el mundo que, no en hipótesis sino realmente, es la que está matando a más gente diariamente.

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