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Columna
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Una Europa sin rumbo

España eligió para su presidencia de la Comisión Europea durante el primer semestre de 2002 el lema Más Europa. Creo que fue un gran acierto su elección, ya que los ciudadanos europeos se encuentran decepcionados por la senda que en los últimos años ha tomado la construcción europea, de espaldas absolutamente a lo que ellos piensan. Demandan más Europa para resolver sus problemas, y lo que se les ofrece es un reparto de poder entre las naciones europeas.

Dos líneas de pensamiento van a jugar fuertemente en la construcción europea: la del presidente francés Jacques Chirac, que considera que los europeos quieren una 'Europa Unida de los Estados' y no unos 'Estados Unidos de Europa' (discurso en el Bundestag de junio de 2000) y la del presidente del Gobierno alemán, Gerhard Schröder, que defiende una idea federalista sobre el futuro de Europa (discurso de abril de 2001), que se articula en la Constitución vinculante para todos los Estados, un poder ejecutivo fuerte que esté controlado democráticamente a través del Parlamento y que exista una Cámara de los Estados que defina el papel de los mismos en la toma de decisiones por el Gobierno europeo.

Las ideas del presidente Chirac rompen con el hilo conductor que ha llevado a la unión monetaria: el ex presidente francés Valéry Giscard d'Estaing y el jefe del Gobierno alemán Helmut Schmidt, que dijeron en 1997 que la unión monetaria es en última instancia un proyecto federalista que debía ir acompañado de un mayor progreso político.

Jacques Delors, presidente de la Comisión Europea que materializó la creación de la Unión Europea, es el que más claramente ha expresado la idea de una Europa federal (1996): el planteamiento federal en el que se inspira el Tratado de la Unión Económica y Monetaria, es lo contrario a la 'Europa de las Naciones', que descansa en la práctica intergubernamental, en oposición a la política comunitaria; y el que fue gobernador del Banco de España Luis Ángel rojo dijo en 1996 que el proyecto de creación de la unión monetaria es parte de un proyecto político europeo más amplio y le otorga unas dimensiones que exceden de las estrictamente económicas.

El presidente Chirac y el canciller Schröder han formulado a la Convención que preside Giscard d'Estaing una propuesta conjunta para la reforma institucional de la UE: un presidente del Consejo Europeo, elegido por mayoría cualificada por los jefes de Estado y de Gobierno, cuyo mandato sería de dos años y medio prorrogables a cinco, y otro de la Comisión, que deberá superar el voto de confianza del Parlamento.

Las funciones del presidente serían las de preparar, presidir y animar los trabajos del consejo y velar por la ejecución de sus decisiones, siendo el representante de la UE en la escena internacional, y el presidente de la Comisión se encargaría de las directivas políticas a los trabajos de la comisión, designando comisarios teniendo en cuenta equilibrios geográficos y demográficos. Para que la UE aparezca fuerte y con credibilidad en el panorama mundial, existiría un ministro europeo de Asuntos Exteriores, cuyo cargo sería único, que informaría al Consejo y a la Comisión; aunque nada se dice de su dependencia, parece que dependería del presidente de la UE.

La estructura propuesta se acomoda más a la visión intergubernamental de la UE, modelo defendido por Francia, que al federalista defendido por Alemania. Ante la imposibilidad de que uno de los dos grandes países de la unión económica y monetaria saliera derrotado, han llegado a un acuerdo para repartirse el poder dentro del modelo de una 'Europa de los Estados'.

Con el modelo propuesto a la Convención queda absolutamente olvidado el principio de consolidar el modelo europeo a través de cubrir el déficit democrático que actualmente tiene la UE, ya que el futuro presidente de la UE no sería designado por el Parlamento a propuesta de la coalición vencedora de las elecciones, sino por los jefes de Estado y de Gobierno. Un paso atrás en la construcción de la nueva Europa, que se olvida absolutamente de consultar a los ciudadanos sus preferencias.

La concepción estrecha de una gran parte de los actuales gobernantes de los países de la UE, principalmente de los de mayor peso, es que considera que un Estado federal supondría una pérdida de poder para cada uno de los Estados miembros, sin tener en cuenta las grandes ventajas, tanto políticas como económicas que podría tener Europa como Estado federal.

Otra cuestión que hay que plantearse es si con la organización propuesta se conseguiría una mayor eficiencia que con la existente ahora. Por de pronto se establecen dos presidencias ejecutivas con el mismo nivel y las funciones asignadas a cada una de ellas están difusas, sin una clara delimitación.

Las experiencias vividas en el sector empresarial no han sido muy alentadoras cuando ha existido un presidente y un consejero delegado, ambos ejecutivos. La propuesta adicional es que el presidente del Consejo y el de la Comisión creen dos administraciones paralelas y sus trabajos se anulen entre sí.

La propuesta del eje París-Berlín tendrá que ser discutida en la Convención que preside Giscard d'Estaing y posteriormente en la conferencia intergubernamental.

De los países que han opinado sobre la misma, la mayoría se ha pronunciado a su favor, si bien en espera de conocer en su totalidad la propuesta y discutir determinadas cuestiones. Reino Unido, Italia, España y Dinamarca se encuentran en este grupo. El resto de los países de la UE queda condicionado por los cinco grandes, a consecuencia de la mayoría que les otorga el nuevo sistema ponderado de voto, aprobado en Niza.

Como dijimos en el artículo Más Europa, publicado en este diario el 12 de enero del pasado año, en la sociedad española y en el Congreso de los Diputados debería abrirse un debate sobre esta cuestión de vital importancia para nuestro país, que sirva de base a la postura que el Gobierno tiene que adoptar ante un problema de tal trascendencia.

España debería definir la alternativa estratégica que le sea más conveniente, ya que después de la ampliación se configurarán tres zonas de influencia: una germánica, liderada por Alemania; otra sajona, liderada por el Reino Unido, y, por último, la mediterránea, a cuyo frente estaría Francia. ¿Es la propuesta París-Berlín la más conveniente para España, o por el contrario nuestro país debería elegir la alternativa de una Europa federal, dado el grado de integración económica y monetaria ya alcanzado y lo que para el futuro de Europa representa una integración política?

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