¿Estamos en crisis?
Malos vientos soplan para nuestra economía. Los datos de empleo proporcionados por la encuesta de población activa (EPA) del tercer trimestre han caído como un auténtico jarro de agua fría para los que todavía pensaban que la crisis económica internacional no afectaría a España.
Los datos de inflación de octubre -que la han elevado a un 4% interanual- han supuesto también un duro golpe para aquellos que insistían en que terminaríamos el año cumpliendo el objetivo de crecimiento del 2%. Y tampoco parece que las previsiones -ya corregidas- de crecimiento de PIB del 2,2% vayan a poder alcanzarse. El Banco de España ha anticipado sus previsiones -bajo mi punto de vista mucho más realistas- de un 1,8% para el conjunto del año.
Y, con esas cifras, todavía podríamos darnos por satisfechos, toda vez que aún seguiríamos creciendo por encima de la media europea.
Pero este diferencial, aún positivo, no debe evitar que llamemos a las cosas por su nombre. Aunque nos duela reconocerlo, la crisis ya llama a nuestras puertas.
Parece que, como en otras ocasiones, esta crisis llegará más tarde a España que al resto de Europa. Si observamos los comportamientos de anteriores ciclos económicos, comprobaremos que nosotros entrábamos en crisis después que Europa, pero que, desgraciadamente, nos terminaba golpeando más intensamente. También las recuperaciones se iniciaban más tarde, pero igualmente remontábamos con mayor intensidad que los europeos.
Si esta historia se repitiera, nos encontraríamos que 2003 sería realmente el año de nuestra crisis económica. Querríamos creernos las previsiones oficiales de crecimiento del 3%, pero, desgraciadamente, pensamos que finalizaremos muy lejos de esas cifras. Ojalá estemos equivocados y podamos entonar el próximo ejercicio el himno de la recuperación económica. Sería una gran noticia.
Los datos de la última EPA también encierran algunos signos positivos, que nos mueven a la esperanza. En primer lugar, todavía se sigue creando empleo -285.000 en el último año-, aunque en una cuantía inferior al crecimiento de los que buscan empleo -556.000 en ese mismo periodo-, por lo que se produce un paradójico crecimiento del desempleo en 271.000 personas. Pero este crecimiento del empleo se produce con crecimientos económicos de alrededor del 2%, cuando hace unos años nuestra economía necesitaba crecimientos de al menos el 3% para que se produjera crecimiento neto de empleos.
¿Qué pasará en los próximos meses? En principio tenemos que pensar que, tanto en el último trimestre de este año como en el primero del próximo, el desempleo seguirá incrementándose. Esperemos que en trimestres posteriores vaya entonándose esta tendencia.
Analizando más atentamente la EPA, advertiremos que el nuevo empleo se produce en construcción y servicios, toda vez que en agricultura se destruye, y en industria prácticamente permanece constante. Como numerosos estudios venían anticipando, nuestro crecimiento se ha basado este último año exclusivamente en los pilares de la construcción y el consumo.
Debemos estar muy atentos a la evolución del primero de esos pilares, toda vez que parece que la construcción residencial va presentando síntomas de agotamiento, aunque la pública -gracias especialmente a los fondos estructurales europeos- mantendrá un buen ritmo hasta 2006. Nos tememos que el crecimiento en el consumo tenderá a moderarse a medida que la sensación de crisis se asiente entre nosotros.
Aunque para nuestro diferencial de inflación la previsible bajada de los tipos de interés estimada para diciembre supondrá una tensión añadida, no cabe duda que aún sería peor para nuestra economía un escenario de subida de tipos. Será mejor aplazar la rebaja impositiva que plantear un escenario de subida de tipos como receta para controlar la inflación.
Parece que volverá a debatirse sobre el tema de la negociación colectiva. Debemos insistir en que cualquier avance debería llegar de mano del acuerdo de los agentes sociales, que han sabido mantener una encomiable moderación salarial que esperemos que mantengan estos próximos ejercicios. La inflación habrá podido tener múltiples causas, pero desde luego, en esta ocasión, los salarios no han sido sus responsables. No descarguemos sobre ellos culpabilidades que no le corresponden.
Y por último, en estas circunstancias de crecimiento del desempleo es cuando debe considerarse el carácter anticíclico de los fondos de desempleo. En los años de bonanza, el superávit que generaron las cotizaciones del desempleo se utilizaron para equilibrar el déficit público. No disminuyamos ahora el nivel de prestaciones. No sería ni justo ni recomendable económicamente, ya que aceleraríamos aún más la disminución del consumo.
A pesar de este mal escenario a corto y medio plazo, no debemos olvidar nuestros puntos fuertes, sobre los que deberíamos basar nuestra recuperación. Las cuentas públicas se han saneado estos últimos años, tenemos un nivel de formación y educación mejor que nunca, y una economía crecientemente abierta, que en muchos sectores ya se ha acostumbrado a competir. Esperemos mejores noticias a partir de mediados del próximo año.