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Columna
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El triunfo de la seguridad y la patria

George Bush ha conseguido un éxito personal y político con muy pocos precedentes en la historia de EE UU. Controla el Congreso, el Senado y la mayoría de los gobernadores de los Estados. Muy pronto el propio Tribunal Supremo será casi completamente republicano. Es decir, todos los resortes del poder en Washington están en sus manos. Nada, en principio, le impide aplicar su programa en los dos próximos años y, desde luego, presentarse a la reelección presidencial teniendo en cuenta la división y el espíritu de derrota que inunda al partido demócrata.

Quienes, como el prestigioso comentarista de The New York Times, Paul Krugnan, señalamos que en las elecciones estadounidenses sería más importante el escándalo Enron que el 11 de septiembre nos hemos equivocado. Quienes pensamos que la oposición interna a la guerra contra Irak y los valientes discursos de Al Gore frenarían el fervor popular a favor de un ataque unilateral de EE UU nos hemos equivocado. Quienes consideramos que el riesgo de recesión de la economía de EE UU volvería más prudente a la Administración republicana nos hemos equivocado. Hay que aceptarlo porque así es la democracia.

Es evidente que en estas elecciones, el propio George Bush se ha arriesgado al límite. Con esta victoria ha despejado las dudas sobre la legitimidad de su elección después del lamentable episodio de las papeletas anuladas a la candidatura de Gore. Necesitaba triunfar especialmente en Florida para borrar la sospecha que se cernía sobre el gobernador de este Estado, su propio hermano. Todo le ha salido bien.

Es evidente que la hipótesis contraria, unos malos resultados, particularmente en el Senado, y una derrota en el Estado de Florida hubieran reabierto el debate sobre si hubo o no trampa en su anterior reelección. Se hubiera producido un gran debate nacional sobre la legitimidad del presidente que seguramente George Bush hubiera perdido. Pero se arriesgó y ganó.

Tenemos, pues, un cuadro político donde el presidente de EE UU ha confirmado su legitimidad y ha demostrado a su país y a la opinión pública internacional que, tal vez no sea un gran ideólogo, pero es un dirigente que afronta los riesgos y tiene la propensión a tomarse la política como una cuestión de coraje personal.

Yo no votaría nunca su programa, pero creo que es bueno intentar comprender lo que ha ocurrido para situarnos en lo que puede ocurrir en el próximo futuro.

Resuelto el debate en las Naciones Unidas, restablecido el consenso sobre las formas en que se producirá la guerra contra Irak en el supuesto que Sadam Hussein rechace los términos de la resolución pactada con los reticentes en el Consejo de Seguridad, sólo cabe que el régimen de Irak se avenga al desarme de sus reservas de armas químicas y bacteriológicas realizado con la supervisión de los inspectores de la ONU. Si no fuera así, la guerra parece algo difícil de evitar y es un elemento que debe incluirse desde hoy mismo en todas las agendas políticas.

Con este panorama, la situación de Oriente Próximo, si se produjera la más que probable victoria de Benjamin Netanyahu en Israel, llevará al viejo Arafat a una situación imposible. Lo cierto y verdad es que la intervención sistemática del Ejército israelí en los territorios palestinos no ha producido ningún desbordamiento regional. Arafat sigue apareciendo demacrado y sin fuerzas en sus ruedas de prensa y nada ocurre en los países árabes.

Estos mismos países se dividirán entre ellos en el supuesto de una guerra contra Irak y el conflicto entre palestinos e israelíes se irá consumiendo dramáticamente en un entorno más amplio, en el que el gran objetivo es terminar con el primero de los dirigentes del eje del mal a modo de aviso general para los otros y los que pudieran venir.

Esta es la más que probable agenda que nos espera. El resto del planeta deberemos acomodarnos a ella. Me temo que habrá quienes tengan la tentación de emular los principios básicos de la campaña electoral de George Bush: el amor a la patria y la seguridad. En EE UU, al menos, se ha demostrado que la crisis económica, los problemas de la educación, de la asistencia sanitaria, de la vivienda, de los escándalos financieros se pueden olvidar si lo que se trata es de salvar a la patria y dotarse de un superministerio de Defensa del Territorio que garantice la seguridad total de los ciudadanos norteamericanos.

Patria y seguridad han sido siempre principios directores del pensamiento conservador. Conservadores hay en todas partes. Lo veremos.

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