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Columna
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Política fiscal

Existen diferencias políticas sobre el objetivo de equilibrio presupuestario. Carlos Solchaga destaca el giro de José Luis Rodríguez Zapatero en la visión del papel de la política fiscal

Un error muy extendido entre lo que podríamos llamar para entendernos la cultura de izquierdas es que la aceptación del equilibrio presupuestario por parte de una formación política de esta índole (como el PSOE, por ejemplo) supone un desarme ideológico y elimina la diferencia entre los partidos de izquierda y de derecha a la hora de la utilización de las cuentas públicas con el fin de conseguir determinados objetivos políticos o sociales. Se trata de una vieja identificación entre la política de pleno empleo que en los años treinta en plena Gran Depresión pasaba por el déficit de las cuentas públicas y las posiciones intervencionistas de los partidos socialdemócratas en algunos lugares de Europa (los países escandinavos, por ejemplo) o las de las sucesivas administraciones estadounidenses bajo la responsabilidad de F. D. Roosevelt o H. Truman.

Esta identificación que luego avaló la política fiscal keynesiana de la posguerra hasta los años setenta, como suele ocurrir, sólo parcialmente está justificada. Por un lado, no cabe la menor duda que ésta es la misma política que impulsó con gran éxito el D. Schacht en la Alemania nazi por la misma época. En segundo lugar, las circunstancias de la Gran Depresión, con la enorme caída de la confianza empresarial, la deflación y lo que Keynes llamó trampa de la liquidez abonaban esta política que no hubiera tenido los mismos efectos sobre el desempleo si las circunstancias hubieran sido las de otra época (como la de la estanflación de los años setenta y ochenta). En tercer lugar, tampoco la política de gasto público compensador y de déficit fiscal fue seguida al pie de la letra por ningún país durante este largo periodo.

Es evidente que las críticas que recibieron las políticas keynesianas durante los últimos 30 años fueron exageradas y acompañadas de un sesgo ideológico neoconservador que, contemplado ahora con la perspectiva suficiente, restó a las mismas gran parte de su valor (en particular cuando adquirían las formas populistas extremas de la curva de Laffer o de la teoría del final del ciclo económico). Pero cabe poca duda de que la experiencia ha demostrado que la efectividad de las políticas fiscales anticíclicas es relativamente baja por los desfases que conlleva su instrumentación y que pueden aquéllas ser peligrosas cuando se realizan desde un nivel de endeudamiento público muy elevado o implican un crecimiento de éste demasiado rápido y hasta niveles inquietantes.

Sin embargo, admitir la conveniencia de un equilibrio presupuestario de carácter cíclico que puede alcanzarse normalmente dentro de los limites establecidos por el Pacto de Estabilidad y Crecimiento en la unión monetaria europea, no agota la discusión de preferencias políticas entre izquierda y derecha en lo que se refiere a la política fiscal y presupuestaria. El equilibrio presupuestario, por ejemplo, se puede conseguir con un nivel relativamente elevado de presión fiscal que financie la provisión de bienes públicos y servicios a una gran parte de la población o a la totalidad de la misma o con un nivel bajo de impuestos que deja la provisión de bienes como la educación, la sanidad, o las pensiones en manos del mercado con el riesgo de que éste no satisfaga las necesidades de los ciudadanos más humildes. Existen igualmente importantes diferencias políticas entre cómo obtener una distribución justa de la carga fiscal sin poner en peligro los estímulos que deben tener ciudadanos y empresas en la asunción de riesgo y en la lucha por el beneficio según se sea de izquierda o de derecha y, desde luego, afloran también diferencias políticas importantes sobre cómo debe distribuirse el gasto público con énfasis en unas u otras partidas del mismo, según las posiciones ideológicas de unos y otros.

José Luis Rodríguez Zapatero, en su intervención en el debate presupuestario, en la que afirmó su objetivo de equilibrio de las cuentas fiscales y ratificó su apuesta por la utilidad del Pacto de Estabilidad y Crecimiento Europeo, dio una prueba evidente de cómo puede existir y ser plenamente significativo el debate entre conservadores y progresistas sobre los presupuestos del Estado atrayendo la atención de los electores sobre las alternativas que presentan unos y otros profundizando mucho más en la concepción de lo que el Estado puede y debe hacer en beneficio de todos sin necesidad de caer en la creencia del poder taumatúrgico de los déficit presupuestarios.

El golpe de efecto de su propia participación en el debate quizá ha oscurecido la importancia de este giro en la visión del papel de la política fiscal. Por eso precisamente merece la pena destacar el buen sentido y la falta de prejuicios ideológicos de Rodríguez Zapatero.

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