_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¿Estado libre asociado?

La Europa de Garibaldi no tiene nada que ver con la Europa de Schuman. El nacionalismo disgregador y secesionista no casa con el proyecto de construcción europea. Saco a colación esta reflexión a propósito de la pretensión del señor Ibarreche de crear en el País Vasco una suerte de Estado libre asociado a España.

Desde un punto de vista jurídico su planteamiento es absolutamente inviable. En nuestro sistema constitucional el único sujeto de autodeterminación y, como tal titular del poder constituyente y depositario de la soberanía nacional, es el pueblo español en su conjunto. Uno de los atributos de la soberanía es que es única e indivisible y, por tanto, no cabe fragmentarla. Y uno de sus presupuestos es la soberanía individual.

O, dicho en otros términos, sin libertad individual no hay libertad colectiva posible. Para hablar de libre asociación hay que hablar de libertad y no hay que olvidar que muchos vascos no pueden ejercer sus libertades constitucionales más elementales.

Pero mi reflexión pretendía ser más política que jurídica. Y es que en el horizonte del siglo XXI el nacionalismo disgregador no tiene mucho sentido. La globalización, la revolución tecnológica, la construcción europea o la unión monetaria ponen en tela de juicio el discurso nacionalista y convierten en anacrónico su variante secesionista. El mismo concepto de soberanía se ha transformado, sobre todo si lo contemplamos bajo el prisma de la globalización y de la construcción europea.

Europa es un cada vez más, algo más que un simple espacio económico común. Ciertamente es una moneda única, un mercado común y una unión aduanera. Pero además es un espacio de seguridad y de justicia, una política agraria común, un intento serio para construir una política exterior común y un complejo entramado institucional del que emana un elevado porcentaje de las normas que se integran en nuestro ordenamiento jurídico. En este escenario, ¿ qué sentido tiene reivindicar más competencias al Estado cuando el debate es decidir qué competencias vamos a ceder a Europa? ¿ Qué sentido tiene hablar de soberanía compartida, federalismo asimétrico o Estado libre asociado cuando el debate es dilucidar si queremos una Europa federal, confederal o supranacional? ¿Por qué mezclar los debates del siglo XIX con los debates del siglo XXI? Habrá que concluir que la propuesta del señor Ibarreche no se corresponde con el signo de los tiempos, está anclada en el XIX. La Europa del euro no cuadra con la Europa de las nacionalidades. La integración monetaria, y la soberanía monetaria, va en un sentido opuesto.

Y si al proyecto europeo en el que participamos, le añadimos otros fenómenos como la globalización o la revolución de las nuevas tecnologías que, con Internet supera las viejas fronteras nacionales convirtiendo en realidad el viejo sueño de la aldea global, tendremos que plantearnos una pregunta más simple. A saber, ¿qué sentido tiene hablar de independencia en el mundo de la interdependencia? La globalización supone que un resfriado -o mejor un colosal catarro- en Argentina afecte inmediatamente a los mercados bursátiles españoles. Ni qué decir que esa dependencia económica se incrementa exponencialmente cuando se trata de un mercado único con una intensa, mutua y enriquecedora relación secular como es la del País Vasco respecto al resto de España. Y la patronal vasca lo sabe. Por eso Renan definía la nación como un plebiscito cotidiano.

Siempre he creído en un liberalismo humanista. Y como liberal he defendido siempre la autodeterminación de la persona por encima de supuestos derechos colectivos. No creo en la autodeterminación de ciertos nacionalismos que no garantizan los derechos individuales. Tampoco creo en la heterodeterminación, sino más bien en la autonomía. Unidad, autonomía y solidaridad están armónicamente tutelados en la vigente Constitución de 1978. Nuestra Carta Magna tiene dos grandes virtualidades.

Primero, no es una Constitución impuesta por unos sobre los otros, es la Constitución de todos, que nace del consenso de las fuerzas políticas que la alumbraron. Segundo, contempla un nivel de autogobierno para las comunidades autónomas inédito en nuestro constitucionalismo histórico. Para comprender el valor de ambos atributos véase nuestra tortuosa historia constitucional.

Con ello no pretendo sacralizar el valor de la Constitución, sino reconocerle como un instrumento útil para regular nuestra convivencia colectiva. Y si se ha revelado como un instrumento útil para que el país funcione, haya alternancia de gobiernos, participemos en el proyecto europeo y el País Vasco tenga un nivel de autonomía desconocido en nuestra historia constitucional, y muy superior al de cualquier región europea ¿por qué cambiarla o abrir aventuras anacrónicas para hacer del País Vasco un Estado 'libre' asociado? El País Vasco no es Puerto Rico.

Archivado En

_
_